El voto masivo en Suiza a favor de prohibir la construcción de alminares en las mezquitas ha desatado condenas internacionales, pero demuestra que el recelo ante el islam no está sólo en manos de un puñado de extremistas de ultraderecha. Votantes de izquierda y derecha dieron el sí a una iniciativa que otros partidos populistas quieren ahora copiar en Italia, Holanda, Bélgica o Dinamarca. El continente que según algunas estimaciones será el hogar de 35 millones de musulmanes en 2025, vive incómodo algo que ya forma parte de su identidad.
Y es que tras el referéndum del domingo no estaba sólo la opinión sobre los minaretes. "El verdadero asunto de fondo es la aceptación del islam y del pluralismo religioso", opina el sociólogo italiano Stefano Allievi. "Europa ha cambiado y los ciudadanos lo perciben, pero nadie les ha explicado los cambios", añade. "El voto de los suizos es sintomático de lo mal que afronta Europa su multiculturalidad", valora la arabista Luz Gómez García.
La escasa integración de los musulmanes es citada en ocasiones como una de las causas de esta crisis cultural. Fernando Reinares, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos, cree que las sociedades europeas están inquietas por el acomodo del islam a los valores y procedimientos democráticos en la medida en que los sectores salafistas van ganando terreno. "Esta inquietud genera en muchas ocasiones hostilidad al extranjero y en este caso islamofobia".
Varios expertos opinan que un hipotético referéndum europeo sobre la cuestión arrojaría un dato similar. El único partido que apoyó la iniciativa fue su promotor, el Partido Popular de Suiza (UDC-SVP), el más votado con el 29% votos en las elecciones federales y que ha conseguido convencer al 57% de la población suiza.
Las protestas contra la apertura de mezquitas se han sucedido en ciudades europeas, como Londres, Colonia o Sevilla. La extrema derecha de Bélgica, Holanda y Dinamarca ha anunciado que hará campaña para que la prohibición se implante en sus respectivos países. "Se trata", según ha declarado a Le Monde el diputado del partido belga Vlaams Belang de enviar a los musulmanes "una señal de que deben adaptarse a nuestra manera de vivir y no a la inversa".
Esa idea de asimilación cultural subyace en la prohibición del burka o del velo islámico pero, mientras que en la cuestión de la vestimenta sus detractores esgrimían la defensa de otros bienes jurídicos como la libertad de elección de la mujer, el caso de los alminares sólo ha sido defendido con argumentos de recelo y defensa de la identidad cultural.
La prohibición de más minaretes va más allá de la supresión de un motivo arquitectónico. En realidad estas torres no son un requisito para la práctica del islam. Su ausencia no afecta a los creyentes, que pueden rezar igualmente sin ellos. La mayoría de las mezquitas en Europa no tienen alminares o tienen uno de poca altura. Las razones son diversas. En algunas ocasiones porque se han abierto en edificios preexistentes, en otras porque las autoridades han limitado la altura de las torres. En las pocas que cuentan con él no se usa para la llamada a la oración, común en los países de mayoría islámica.
El alminar, sin embargo, ha sido siempre el signo más distintivo de la presencia y pujanza islámica. El antropólogo Jordi Moreras cree que a diferencia de otros símbolos de la fe islámica en Europa, los minaretes reflejan el carácter perenne de la comunidad islámica. "Muchos políticos tienen una postura ingenua sobre la presencia de los musulmanes en España. Creen que el islam está de paso y que los inmigrantes se marcharán pronto a casa".
El rápido cambio demográfico está detrás de los recelos. Muchos barrios europeos han experimentado en muy poco tiempo una transformación radical en su paisaje humano y arquitectónico. En algunas ciudades los inmigrantes constituyen cerca del 30% de la población. Las encuestas revelan que el 57% de los europeos opina que en su país "hay demasiados extranjeros".
Ante ese panorama, algunos líderes de opinión se han dedicado a agitar los miedos. Sus predicciones exageradas afirman que la población musulmana será mayoritaria en pocas generaciones debido a las altas tasas de inmigración y fertilidad. Políticos de extrema derecha han popularizado el término Eurabia y han descrito este escenario imaginado como la tercera invasión islámica, una de carácter silencioso frente a las que fueron frenadas por medio de las armas, en Poitiers el año 732 y en Viena en 1683. Sin embargo, las estimaciones más rigurosas sitúan el porcentaje de musulmanes en el año 2025 en el 8%. Ahora es del 5%, aunque es difícil conocer la cifra exacta porque en algunos países no está permitido preguntar a la población por sus creencias religiosas. El problema se agrava por la conflictiva integración de las nuevas comunidades, algo que unos creen que es culpa de las autoridades locales y otros de la escasa voluntad de los propios musulmanes.
El caso es que los musulmanes se integran más en Estados Unidos que en Europa. Así lo reconocen en las encuestas las comunidades islámicas de EE UU y Canadá (donde sólo se sienten aislados de la sociedad un 15% y un 20%, respectivamente). En contraste, un 38% de los musulmanes de Alemania, un 35% del Reino Unido y un 29% de Francia no se sienten integrados en absoluto en sus nuevos países. "Mientras que el cristianismo se muere en Europa", afirma el sociólogo Jean Ziegler "esa vitalidad del islam es lo que nos da tanto miedo".
Con gran sorpresa, los analistas constatan que en Suiza al carro de la derecha nacionalista se apuntaron "compañeros de ruta insólitos: feministas, socialistas y diversos colectivos tradicionalmente considerados progresistas". ¿Cómo puede ser posible tal fenómeno? Esther Mamarbachi, presentadora de la televisión suiza de padre sirio y madre española, asegura que "muchas mujeres europeas perciben al islam como una religión en la que la igualdad hombre-mujer no está exactamente acentuada".
La suiza Mireille Vallette, autora de Islamofobia o desconfianza legítima comparte el análisis: "Lo que ocurre es que las caras visibles del islam no nos dan respuestas satisfactorias a preguntas como qué ocurre con la poligamia, o los matrimonios forzados, o la ablación femenina. Y creo que son todas cuestiones que para una mujer deberían ser tenidas especialmente en cuenta".
Según Vallette, "el control sobre la sexualidad que intenta ejercer el islam militante es muy preocupante". La escritora se define como "alguien en guerra con el Islam integrista y con el Partido Socialista", al que acusa de huir del legítimo debate sobre cuestiones percibidas como serias y graves por la ciudadanía. Mireille Vallette destaca "el abismo existente entre la clase política y los medios de comunicación y la gente de la calle". Según afirma: "Es una negación total del problema, que ha llevado a mucha gente a los brazos del SVP-UDC".
"El problema es que los partidos mayoritarios van a remolque de los movimientos populistas de derechas, que son quienes realmente dictan la agenda", afirma por su parte desde Oxford el influyente teórico del islam, Tariq Ramadan. "Incluso gente que se considera progresista vota contra los musulmanes, y eso me parece muy preocupante. De hecho, el verdadero peligro", prosigue Ramadan, no es la derecha, sino la normalización del discurso de la derecha entre los partidos políticos tradicionales. "En Francia ha ocurrido algo significativo, y es que se ha demostrado que las tesis del Frente Nacional de Jean Marie Le-Pen son aceptadas hasta por un 73% de votantes, si estos no saben que las ideas provienen del Frente Nacional, lo que demuestra que el problema no son las ideas antimusulmanas, sino quien las dice".
En todo caso, como asegura la arabista Gómez García, ante el temor a unos valores represores no se puede responder con la reprocidad. "No nos podemos homologar con esos países porque repriman a sus minorías cristianas. Tenemos que mirar al asunto desde la lente democrática".
Las mezquitas de la discordia
Los conflictos por la apertura de mezquitas han proliferado en los últimos años. Sólo en España los vecinos han tomado la calle en contra de estos proyectos hasta en 60 ocasiones desde mediados de los años noventa.
- Sevilla. La presión vecinal ha movido al Ayuntamiento a modificar hasta en tres ocasiones la ubicación de una mezquita. El proyecto lleva varado cinco años y uno de los aspectos más polémicos ha sido la altura del alminar. Por orden del consistorio, los promotores han tenido que rebajarla en cinco plantas, pasando de ocho a tres.
- Colonia. En la ciudad con una de las catedrales más grandes del mundo, estará finalizada en 2011 una mezquita con dos minaretes de estilo otomano de 55 metros de altura, a pesar del amplio movimiento de protesta que suscitó en 2007. En un esfuerzo por calmar los ánimos, la canciller, Angela Merkel, reclamó que los minaretes de las mezquitas alemanas no fueran más altos que los campanarios de las iglesias cristianas.
- Londres. Aunque la construcción de mezquitas no suele generar conflictos en Reino Unido, el proyecto de erigir una mega-mezquita para 12.000 fieles en Newham, muy cerca de donde se levantará el estadio olímpico, ha dividido a los vecinos.
- Copenhague. Dos mezquitas que estaban planificadas en la capital danesa se enfrentan a una seria resistencia. A pesar de haber recibido luz verde del Ayuntamiento, el Partido Popular Danés (DDP) se opone alegando que están "financiadas por el régimen fascista de Irán".
- Rotterdam. La mezquita de Essalam lleva seis años en construcción. El edificio de 2.600 metros cuadrados carece de alminares por quejas de la población, y una sección local del partido de Pim Fortuyn (derecha nacionalista) pide que le sea retirado el permiso de construcción y que el edificio se consagre a otros fines.
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