viernes, 18 de septiembre de 2009

La economía mundial, en el abismo: un año de la quiebra de Lehman Brothers



El pesar por la quiebra del banco de inversiones estadounidense Lehman Brothers, hoy hace un año (15.09.2008), se mantiene dentro de unos límites estrechos. La entidad financiera se había distinguido por sus temerarios y poco serios negocios. Numerosos ahorradores han perdido mucho dinero con los derivados y certificados de Lehman Brothers.

No obstante, el entonces ministro de Finanzas estadounidense, Henry Paulson, cometió un grave error al no rescatar el banco y permitir que se fuera a pique. El colapso de Lehman Brothers fue el detonante de la peor crisis financiera mundial en 80 años, a la cual siguió una recesión global.

Obviamente, Paulson no tuvo suficientemente en cuenta la relevancia de Lehman Brothers en las finanzas mundiales. La quiebra del banco llevó al sistema financiero al borde del abismo.
Era previsible una reacción en cadena: cada caída ulterior de un banco relevante para el sistema amenazaba con arrastrar al precipicio a otras entidades. Algo que, finalmente, habría conducido al colapso total del sistema financiero mundial, con consecuencias imprevisibles.

Parálisis del sistema

Pero incluso así, las consecuencias fueron suficientemente graves. Porque el día en el que se hundió Lehman Brothers, el sistema financiero mundial y la economía global cayeron en una especie de parálisis. Los bancos comenzaron a desconfiar entre ellos, nadie sabía qué cadáveres ocultaba la competencia en el armario, y dejaron de prestarse dinero los unos a los otros.

El importante mercado interbancario se secó en el acto, lo que condujo a que las entidades fueran más restrictivas a la hora de conceder créditos. Una circunstancia que agravó especialmente los problemas de la industria, que vio cómo la situación general de inseguridad hacía posponer o eliminar totalmente las inversiones previstas.

Aunque la parálisis en el sector bancario se ha resuelto, sólo las grandes entidades vuelven a prestarse dinero entre ellas en condiciones favorables. Si quieren acceder al crédito, se ven obligadas a pagar importantes recargos para compensar el riesgo de impago. En caso contrario, son excluidas del mercado interbancario.

Los Estados, al rescate

Solamente la audaz intervención de los gobiernos pudo evitar una catástrofe económica de dimensión mundial. Los bancos pequeños desaparecieron del mercado, los grandes -los denominados "relevantes para el sistema"-, fueron rescatados con la ayuda de miles de millones de dólares, euros, libras, yenes y francos suizos procedentes de las arcas públicas.

La tantas veces invocada capacidad del mercado para curar sus propias heridas, pues, fracasó. El sector financiero depende todavía en gran parte de la ayuda estatal. Los gobiernos se vieron obligados a acudir al rescate para evitar una catástrofe, lo cual -y así debe añadirse- supone que la crisis no tuvo su fundamento sólo en el fracaso del mercado, sino también en el del Estado.

La codicia, una vez más, se había impuesto a la razón en el sector financiero. A rebufo de los tiempos del dinero barato, los bancos estadounidenses se dedicaron a conceder créditos inmobiliarios para la adquisición de viviendas a compradores con escasa e incluso nula solvencia. El resultado, una burbuja inmobiliaria de dimensiones nunca vistas.

Dado que los bancos eran conscientes de los riesgos inherentes, englobaron tanto buenos como malos créditos en paquetes que trasladaron al mercado de capitales. En Europa, dichas acciones fueron adquiridas rápidamente por aquellas entidades que no entendieron los riesgos de dichos productos, que sin embargo elevaron los balances de los bancos y las correspondientes bonificaciones de los ejecutivos a niveles desconocidos.

Imprudencia criminal

En el sector financiero, fueron muchos los que hicieron su agosto gracias a negocios poco serios. Las autoridades encargadas de supervisar el mercado, o bien no entendieron los riesgos o fueron demasiado débiles para evitar el fraude.

Mucho de lo que se consideraba "innovador" resultó ser criminal o, cuando menos, poco serio. La imprudencia y los excesos no han sido suficientemente castigados, dado que en un contexto de crisis lo primordial ha sido evitar la catástrofe y no examinar el pasado.

El descalabro financiero es gigantesco. El dinero destinado en todo el mundo al rescate del sector bancario y a apoyar la coyuntura, así como las pérdidas económicas, se eleva a más de 10 billones de dólares, una suma inimaginable.

Aunque se pudo evitar una Gran Depresión como la vivida 80 años atrás, las consecuencias de la crisis financiera y de la recesión, con quiebras de empresas y aumento del paro, provocarán que la economía mundial deba luchar aún durante mucho tiempo.

Regulación ineludible

La industria parece haberse recuperado más rápidamente de lo que se temía. En grandes economías, como la alemana, se observa una vuelta a cuotas de crecimiento moderadas. Una recuperación económica que favorece el intento del sector financiero de evitar una regulación más estricta y una mayor supervisión.

La tercera cumbre financiera mundial, a finales de mes en Pittsburgh, será la última oportunidad de los gobiernos para llegar a un entendimiento en cuanto a estándares unificados sobre bancos y fondos de alto riesgo.

Sin embargo, las posibilidades de que realmente se llegue a un control más estricto del sector financiero no son muy halagüeñas. En algunos Estados -como Gran Bretaña o Suiza-, se trata de un sector demasiado poderoso. En Londres o Nueva York, los grandes bancos preparan la próxima fiesta.

Muchas entidades vuelven a registrar espléndidos beneficios y los banqueros esperan de nuevo altas bonificaciones. Si los gobiernos no se imponen y establecen un final para la codicia y la imprudencia, será difícil evitar la próxima crisis en los mercados financieros.

Autor: Karl Zawadzky

Editor: Enrique López

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