- La oposición insiste en hablar de “farsa” y dice que “esto no es el final”
El peor de los guiones políticos surgió a última hora de ayer en Kenia. Anoche, antes de que la Comisión Electoral proclamara que el presidente saliente, Uhuru Kenyatta,
ha sido el ganador de las elecciones celebradas el martes, la oposición
anunció que rechazaba el proceso porque lo consideraba una “farsa”. La
reacción del bando perdedor deja al país en un estado de máxima tensión.
Pasadas las diez de la noche, hora local, y tras guardarse
un minuto de silencio por el asesinato hace diez días del director de
telecomunicaciones de la Comisión Electoral, se confirmó el anuncio
definitivo: Kenyatta es oficialmente presidente de Kenia para los
próximos cuatro años. Antes de leer los resultados, el presidente del
órgano electoral quiso dejar clara la bondad de unos comicios que han
costado más de 400 millones de dólares. “Las elecciones han sido libres,
justas y creíbles”, subrayó.
Según las cifras oficiales, Kenyatta, de 55 años, ha obtenido el 54,3% de los votos, diez puntos más que su principal rival, Raila Odinga,
quien consiguió el 44,7%. La alta participación del 79% refuerza la
victoria de Kenyatta, que, al obtener más de la mitad de los votos,
revalida su puesto sin necesidad de ir a una segunda vuelta.
“Cada vez que las elecciones han sido robadas, los kenianos se han levantado”, advierte la oposición
Desde la coalición opositora Super Alianza Nacional
(NASA por sus siglas en inglés), dejaron claro que darán guerra. “Que
nadie piense que esto es el final de la cuestión”, advirtió su portavoz,
James Orengo. El representante ante los medios del principal bando de
la oposición avisó de que los juzgados no serán una opción para buscar
justicia y afinó aún más sus palabras para enardecer a los suyos: apeló a
“la solidaridad de los kenianos”. La sutileza de Orengo, además de
frívola, es peligrosa: desde hace días, la tensión es alta en las calles
del país, se han producido hasta cinco víctimas en enfrentamientos con
la policía y en la mente de todos está el temor a una escalada de
violencia similar a la de hace una década. En el 2007, las acusaciones
de fraude electoral de la oposición derivaron en matanzas de carácter
étnico entre kikuyu, luo y kalenji —cada comunidad apoyaba a su
candidato—, que dejaron 1.200 muertos, cientos de violaciones y la huida
de sus hogares de 600.000 personas. Por si no había quedado claro,
Orengo volvió a la carga: “El pueblo de Kenia nunca ha decepcionado...
Cada vez que las elecciones han sido robadas los kenianos se han
levantado”.
La oposición, que el miércoles acusó a la coalición
gobernante de haber pirateado el sistema informático de escrutinio de
votos, denuncia que sus demandas para investigar lo ocurrido no han sido
tomadas en serio por la Comisión. Desde el partido de Odinga también
dispararon dardos contra los observadores internacionales, a quienes
tildaron de parciales y favorables a Kenyatta. El equipo de Odinga
insiste: dicen haber ganado por 300.000 votos y que Kenyatta no debe ser
proclamado presidente.
Aunque en los últimos días las manifestaciones y
enfrentamientos no se han contagiado por el país, Kenia aguanta la
respiración ante la posibilidad de que se desate la violencia. En
barrios humildes de la capital y feudos de la oposición, cientos de
jóvenes han salido esta semana a las calles al grito de “No Raila, no
paz” y han formado barricadas e incendiado neumáticos.
A sus 72 años, Odinga se presentaba por cuarta vez a
unas elecciones presidenciales. En todas salió derrotado. En el 2007,
impugnó los resultados y alegó fraude, lo que derivó en los peores
enfrentamientos postelectorales de Kenia hasta la fecha.
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