Atilio Boron
ALAI AMLATINA, 12/10/2014.- La aplastante victoria de Evo
Morales tiene una explicación muy sencilla: ganó porque su
gobierno ha sido, sin duda alguna, el mejor de la convulsionada
historia de Bolivia. “Mejor” quiere decir, por supuesto, que hizo
realidad la gran promesa, tantas veces incumplida, de toda
democracia: garantizar el bienestar material y espiritual de las
grandes mayorías nacionales, de esa heterogénea masa plebeya
oprimida, explotada y humillada por siglos. No se exagera un
ápice si se dice que Evo es el parteaguas de la historia
boliviana: hay una Bolivia antes de su gobierno y otra, distinta y
mejor, a partir de su llegada al Palacio Quemado. Esta nueva
Bolivia, cristalizada en el Estado Plurinacional, enterró
definitivamente a la otra: colonial, racista, elitista que nada ni
nadie podrá resucitar.
Un error frecuente es atribuir esta verdadera proeza histórica a
la buena fortuna económica que se habría derramado sobre Bolivia a
partir de los “vientos de cola” de la economía mundial, ignorando
que poco después del ascenso de Evo al gobierno aquella entraría
en un ciclo recesivo del cual todavía hoy no ha salido. Sin duda
que su gobierno ha hecho un acertado manejo de la política
económica, pero lo que a nuestro juicio es esencial para explicar
su extraordinario liderazgo ha sido el hecho de que con Evo se
desencadena una verdadera revolución política y social cuyo signo
más sobresaliente es la instauración, por primera vez en la
historia boliviana, de un gobierno de los movimientos sociales.
El MAS no es un partido en sentido estricto sino una gran
coalición de organizaciones populares de diverso tipo que a lo
largo de estos años se fue ampliando hasta incorporar a su
hegemonía a sectores “clasemedieros” que en el pasado se habían
opuesto fervorosamente al líder cocalero. Por eso no sorprende
que en el proceso revolucionario boliviano (recordar que la
revolución siempre es un proceso, jamás un acto) se hayan puesto
de manifiesto numerosas contradicciones que Álvaro García Linera,
el compañero de fórmula de Evo, las interpretara como las
tensiones creativas propias de toda revolución.
Ninguna está exenta de contradicciones, como todo lo que vive;
pero lo que distingue la gestión de Evo fue el hecho de que las
fue resolviendo correctamente, fortaleciendo al bloque popular y
reafirmando su predominio en el ámbito del Estado. Un presidente
que cuando se equivocó -por ejemplo durante el “gasolinazo” de
Diciembre del 2010- admitió su error y tras escuchar la voz de las
organizaciones populares anuló el aumento de los combustibles
decretado pocos días antes. Esa infrecuente sensibilidad para oír
la voz del pueblo y responder en consecuencia es lo que explica
que Evo haya conseguido lo que Lula y Dilma no lograron:
transformar su mayoría electoral en hegemonía política, esto es,
en capacidad para forjar un nuevo bloque histórico y construir
alianzas cada vez más amplias pero siempre bajo la dirección del
pueblo organizado en los movimientos sociales.
Obviamente que lo anterior no podría haberse sustentado tan sólo
en la habilidad política de Evo o en la fascinación de un relato
que exaltase la epopeya de los pueblos originarios. Sin un
adecuado anclaje en la vida material todo aquello se habría
desvanecido sin dejar rastros. Pero se combinó con muy
significativos logros económicos que le aportaron las condiciones
necesarias para construir la hegemonía política que hoy hizo
posible su arrolladora victoria. El PIB pasó de 9.525 millones de
dólares en 2005 a 30.381 en 2013, y el PIB per Cápita saltó de
1.010 a 2.757 dólares entre esos mismos años. La clave de este
crecimiento -¡y de esta distribución!- sin precedentes en la
historia boliviana se encuentra en la nacionalización de los
hidrocarburos. Si en el pasado el reparto de la renta gasífera y
petrolera dejaba en manos de las transnacionales el 82 % de lo
producido mientras que el Estado captaba apenas el 18 % restante,
con Evo esa relación se invirtió y ahora la parte del león queda
en manos del fisco. No sorprende por lo tanto que un país que
tenía déficits crónicos en las cuentas fiscales haya terminado el
año 2013 con 14.430 millones de dólares en reservas
internacionales (contra los 1.714 millones que disponía en 2005).
Para calibrar el significado de esta cifra basta decir que las
mismas equivalen al 47 % del PIB, de lejos el porcentaje más alto
de América Latina. En línea con todo lo anterior la extrema
pobreza bajó del 39 % en el 2005 al 18 % en 2013, y existe la meta
de erradicarla por completo para el año 2025.
Con el resultado de ayer Evo continuará en el Palacio Quemado
hasta el 2020, momento en que su proyecto refundacional habrá
pasado el punto de no retorno. Queda por ver si retiene la
mayoría de los dos tercios en el Congreso, lo que haría posible
aprobar una reforma constitucional que le abriría la posibilidad
de una re-elección indefinida. Ante esto no faltarán quienes
pongan el grito en el cielo acusando al presidente boliviano de
dictador o de pretender perpetuarse en el poder. Voces hipócritas
y falsamente democráticas que jamás manifestaron esa preocupación
por los 16 años de gestión de Helmut Kohl en Alemania, o los 14
del lobista de las transnacionales españolas, Felipe González. Lo
que en Europa es una virtud, prueba inapelable de previsibilidad o
estabilidad política, en el caso de Bolivia se convierte en un
vicio intolerable que desnuda la supuesta esencia despótica del
proyecto del MAS. Nada nuevo: hay una moral para los europeos y
otra para los indios. Así de simple.
- Dr. Atilio A. Boron, Investigador Superior del Conicet y
Director del PLED (Programa Latinoamericano de Educación a
Distancia en Ciencias Sociales).
* Este es un artículo que no compartimos ni en sus lógica ni en sus argumentos concretos y empíricos, pero que hacen parte de un debate necesario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario