por Benjamín Gonzalez
Domingo 30 de Diciembre del 2012 El Presidente del 4°F Humanista del
Instituto Nacional Benjamín González se salió del libreto e hizo
pedazos el cuestionado modelo educativo chileno basado en el lucro y el “éxito” individual, ante el desconcierto de las autoridades presentes.
Su valiente intervención es celebrada por los internautas y el
discurso se viraliza en las red como el manifiesto de una generación que
quiere enterrar las viejas prácticas heredadas de la dictadura y
mantenidas por los gobiernos que la sucedieron.
Lee el discurso.
Don Jorge Toro Beretta, Rector del Instituto Nacional
Don Raúl Blin Necochea, ViceRector del Instituto Nacional
Doña Carolina Toha Morales, Alcaldesa de la comuna de Santiago
Padres, apoderados, amigos y compañeros Autoridades Varias y Vagas
Cuando miro hacia atrás, pienso: ¿Qué valores aprendí en este colegio? Si todos hemos sido testigos de horrorosas frases estilo: “corran como hombres, no como maricones” “asuman sus consecuencias como machitos” “al colegio se viene solamente a estudiar” o “dejen la población en la casa” ¿Son acaso estas frases las que corresponden a un colegio que se jacta de estar forjado sobre los valores de la ilustración? No lo creo. Apropósito de los mismo, yo personalmente no he sido testigo, y tengo la impresión que es una conducta que va en retirada, pero hasta hace sólo un par de años, era común ver a un respetado y sacralizado profesor de este colegio, echando alumnos de la sala por negro. O suspendiendo aleatoriamente (Hacía formarse a un curso y decía: un, dos, tres: suspendido. Un, dos, tres: suspendido) sólo para demostrar su hipotético poder en este colegio. Ahora bien, de lo que sí he sido testigo, es de tratos abiertamente homofóbicos por parte de profesores hacia compañeros homosexuales: “Este colegio por gente como ustedes está como está, váyanse” y, en la misma línea he sido testigo de de profesores pegándole a compañeros (no combos ni patadas, pero sí empujones)
Lee el discurso.
Don Jorge Toro Beretta, Rector del Instituto Nacional
Don Raúl Blin Necochea, ViceRector del Instituto Nacional
Doña Carolina Toha Morales, Alcaldesa de la comuna de Santiago
Padres, apoderados, amigos y compañeros Autoridades Varias y Vagas
Tengan todos ustedes, muy buenos días.
Antes de comenzar a leer estas líneas,
con motivo de la Licenciatura de los Cuartos medios 2012, mi generación,
me gustaría pedir perdón. Perdón a quienes después de revisar un
discurso que yo envíe semanas atrás, me autorizaron y dieron la
oportunidad de leerlo aquí frente a ustedes. Disculpas porque las
páginas que hoy leeré, son distintas a las de ese borrador. De otra
forma no me hubieran dejado hacer este discurso. Disculpas y espero
puedan entenderme.
Cuando me embarqué en la tarea de hacer
un discurso con motivo de la Licenciatura, me encontraba con más dudas
que certezas. ¿Qué digo? ¿Cómo, en cinco minutos, resumir mi paso por
este colegio? ¿Cómo, en un discurso, intentar plasmar siquiera en su uno
por ciento, la gama de sentimientos que poseo hacía El Nacional? ¿Cómo
redactar algo, lo suficientemente digno para tan importante día?
En primera instancia, intenté hacer algo
similar a los discursos que he escuchado, como presidente de curso,
cada diez de agosto, en las ceremonias de aniversario del colegio. Hacer
un breve repaso de la historia del colegio. Mi idea era empezar
diciendo que el Instituto Nacional fue fundado como una obra del
gobierno de José Miguel Carrera en 1813, tras la fusión de las casas de
estudio del periodo colonial. Luego, tras la ofensiva de la Corona
española por recuperar sus posesiones en América, e identificando al
Instituto Nacional como un símbolo de la soberanía y la lucha por la
emancipación, deciden clausurarlo. Bernardo O’higgins, cinco años
después, con la Independencia ya asegurada, lo reabre para seguir
funcionando, sin interrupción, hasta nuestros días.
También pensé recordar que han sido Institutanos, 18 presidentes de la República de Chile.
Entre los que destacan nombre como Pedro Aguirre Cerda, José Manuel
Balmaceda y, el poco mencionado en los discursos, Salvador Allende.
Pero no. Hoy no vengo a repetir ni
recordarles lo que ya todos sabemos. (Para más información leer el
artículo del Instituto Nacional en Wikipedia, muy interesante) Ni
tampoco vengo a hablar en representación de todos ustedes, ni siquiera
represento, como presidente de curso, la voz de mis compañeros. Cosa que
no quita, que puedan hacer suyas estas palabras. Así como en la
televisión, advierto: Las opiniones vertidas en este discurso no
representan necesariamente el sentir de mi curso, familia, amigos ni
colegio. Este discurso me represente a mí y solo a mí. Yo soy su único
responsable.
Hoy, vengo hablar de aquello que todos
como Institutanos callamos. De aquello que la historia oficial prefiere
olvidar y dejarlo fuera de lo público. De aquello de lo cual todos somos
culpables: las autoridades por ocultarlo bajo el manto de la tradición o
el amor a la insignia, los Institutanos fanáticos que avalan y
defienden irracionalmente conductas que rozan en lo enfermizo y los
Institutanos que reconociendo la enfermedad, no hacemos nada al
respecto: ni irnos del colegio, ni intentar cambiar algo.
Cuando entré en séptimo básico y me
dijeron que el gran Instituto Nacional llevaba 193 años de vida, saqué
la cuenta y pensé que si no repetía ningún año saldría para el
aniversario 199. Un año antes del famoso Bicentenario. Hace 6 años me
dio tristeza e incluso, un poco en broma un poco en serio, pensé que
sería una buena opción repetir para ser parte de la “Generación
Bicentenario”. Hoy, con la perspectiva que el tiempo me ha dado,
considero como un símbolo de mi paso por este colegio el salir un año
antes de la Gran Fiesta: nunca me he sentido lo suficientemente
Institutano como para soportar un año entero de chovinismo Institutano.
Incluso, fue uno de los argumentos a favor cuando decidí pasar de curso
el año pasado, el no estar aquí para el bicentenario. ¿Por qué?
Recuerdo claramente el segundo día de
clases del 2007, cuando llegó una profesora, y nos empezó a contar la
historia de este colegio, además de decir que del Instituto Nacional han
salido 18 Honorables Presidentes De La República, nos comentó que
también habían salido de esta institución importantes forjadores de la
patria, que cuando nos pasaran Historia de Chile en segundo medio sabríamos. Sin embargo, luego de que en el preuniversitario me pasaran Historia de Chile (en el colegio no la vi más de un mes), reconozco que la profesora obvió el contarnos varios detalles.
Detalles como que entre los 18 presidentes de Chile,
no son pocos los que tienen las manos manchadas con sangre de este
pueblo. A modo de ejemplo, Institutano fue Pedro Montt Montt, presidente
de Chile que dio la orden de asesinar a
3.500 salitreros en el Norte Grande, conocida actualmente como la mayor
matanza en la historia de nuestro país (después de los 17 años de
dictadura, claro) hablo de La Matanza de la Escuela de Santa María de
Iquique. También a mi profesora se le olvidó mencionar que Institutano
fue Germán Riesco Errázuriz, presidente de la República en el periodo
del auge de la “Cuestión Social” destacando la matanza a raíz de la
Huelga de la Carne, la cual dejó un saldo de más de 300 muertos en las
calles del centro de Santiago. Previamente, destacan dos tristes hechos
en la historia de Chile en que
Institutanos también han sido actores principales. Fue un Institutano
Manuel Bulnes Prieto, quien sofocó la Revolución Liberal de la Sociedad
de la Igualdad, causando decenas de bajas. Fue Institutano también,
Anibal Pinto, presidente de Chile,
quien nos condujo a una absurda guerra contra nuestros hermanos peruanos
y bolivianos por intereses oligarcas. Esta guerra, la Guerra del
Pacífico, causó 3 mil bajas en Chile y más de 10 mil bajas en los países vecinos.
Diego Portales también fue Institutano.
Para todo el que sepa un poco de historia, cualquier aproximación
resultaría vaga en tratar de explicar las obras de él. Prohibió, so pena
de cárcel, el participar en chinganas. Instauró una nueva forma de
castigo para los “criminales peligrosos”, azotes públicos. Conocida es
su frase: “Palos y bizcochuelos, justa y oportunamente administrados,
son los específicos con los que se cura cualquier pueblo, por arraigadas
que sean sus malas costumbres.”.
Pero, para terminar con este breve,
recorrido histórico por la “Historia no contada” de los ilustres
Institutanos, quisiera concluir con un deseo: El próximo año hay
elecciones presidenciales. Ojalá el número de presidentes Institutanos
no crezca hasta los 19. Me daría vergüenza que Laurence Golborne, un
Institutano que hasta hace 3 años era Gerente General de Cencosud, (a
saber: Jumbo, Paris, Santa Isabel, Costanera Center, entre otros)
consorcio que paga $4.072 de patente al año, fuera presidente de Chile.
Más allá de la falsa historia que nos
han intentado vender del Instituto, el principal problema que reconozco
además funciona como parte básica, casi como un pilar que sostiene todo
este aparataje institucional: los mitos y tradiciones.
Recuerdo cuando mi curso de séptimo
básico conoció por boca de un profesor, una famosa frase que terminó
dando vueltas por la cabeza de todos mis compañeros: “Errar es humano
pero no Institutano” sin tener estudios algunos de pedagogía, ni
pretender hacer un análisis psicológico de la educación,
me parece que la pregunta cae de cajón: ¿A qué clase de profesor se le
puede pasar por la cabeza decirle eso a niños de 12 años? ¿Por qué
intentar separar al Instituano del humano común y corriente? ¿Tan
inteligentes somos? Luego de vivir 6 años con esa frase, ¿Cómo se le
explica a alguien que obtuvo 500 puntos ponderados en la PSU? Y que
salió con un NEM y un Ranking por debajo de la media nacional.
Desde el primer día que pisé este
colegio, sentí como todos los dardos y las acciones van dirigidas a un
solo objetivo: el éxito. El éxito no como un instrumento para un fin
mayor y más noble (la felicidad, por ejemplo). Sino como la meta final
de la vida. Un éxito aparente eso sí, un éxito centrado sólo en lo
económico: ser puntaje nacional, estudiar una carrera tradicional,
casarse, escalar lo más alto posible en la empresa, comprarse una
camioneta para pegarle la insignia del instituto en el parabrisas. Como
dirían los Fabulosos Cadillacs: “En la escuela nos enseñan a memorizar:
fecha de batallas pero que poco nos enseñan de amor”. Amor a lo que
hacemos, amor al prójimo, amor a la clase o incluso a la humanidad. No,
nada de eso. Sólo buenos puntajes para el día de mañana comprarse la
camioneta 4×4.
Frases como esas son las que forman el
carácter del general del alumno Institutano: petulante, soberbio,
chovinista y exitista. Personalmente, no es ningún orgullo ser el
colegio más odiado de los “emblemáticos” (y no me trago el cuento que
nos decían los profesores que es porque somos los más inteligentes o los
con mejores pololas) es porque de una u otra manera de verdad creemos
que nosotros no nos equivocamos: porque somos Institutanos.
En este colegio desde que entramos, se
nos ha inculcado el valor de la competencia y la discriminación. Las
evaluaciones tienen que ser individuales. Para que así, la satisfacción
del que se sacó un siete, sea personal. De él solo. Sin embargo en la
vida: ¿Qué actividad se puede desempeñar solo? Ninguna. Nos educan en
una burbuja idílica.
Cuando miro hacia atrás, pienso: ¿Qué valores aprendí en este colegio? Si todos hemos sido testigos de horrorosas frases estilo: “corran como hombres, no como maricones” “asuman sus consecuencias como machitos” “al colegio se viene solamente a estudiar” o “dejen la población en la casa” ¿Son acaso estas frases las que corresponden a un colegio que se jacta de estar forjado sobre los valores de la ilustración? No lo creo. Apropósito de los mismo, yo personalmente no he sido testigo, y tengo la impresión que es una conducta que va en retirada, pero hasta hace sólo un par de años, era común ver a un respetado y sacralizado profesor de este colegio, echando alumnos de la sala por negro. O suspendiendo aleatoriamente (Hacía formarse a un curso y decía: un, dos, tres: suspendido. Un, dos, tres: suspendido) sólo para demostrar su hipotético poder en este colegio. Ahora bien, de lo que sí he sido testigo, es de tratos abiertamente homofóbicos por parte de profesores hacia compañeros homosexuales: “Este colegio por gente como ustedes está como está, váyanse” y, en la misma línea he sido testigo de de profesores pegándole a compañeros (no combos ni patadas, pero sí empujones)
Estas son algunas de las cosas que hacen
que yo no pueda sentirme orgulloso, como me han dicho que tengo que
estarlo, de portar esta insignia. No podría sentirme orgulloso de ir en
un colegio que la sola idea implica discriminación. Si la educación en Chile
fuera buena en todos los establecimientos educacionales ¿Qué motivo
habría para la existencia del Instituto Nacional? Ninguna. Si mi antiguo
colegio me hubiese ofrecido la misma calidad de enseñanza que el
nacional, yo no me hubiera cambiado. Pero me cambié porque no la
ofrecía. Entonces, ¿Cómo sentirme orgulloso de haber dejado a 40 ex
compañeros pateando piedras en mi ex colegio, para yo venir y “salvarme”
de no patear –tantas- piedras? La sola idea suena aberrante.
No puedo dejar de mencionar lo
sorprendente que fue para mí ver en la página del preuniversitario Pedro
de Valdivia (de los mismos dueños de la Universidad Pedro de Valdivia,
la cual tiene preso a su ex rector por el escándalo de las
acreditaciones) un aviso que decía que habían firmado un convenio con el
Instituto Nacional. El símbolo del lucro en la educación firmando un convenio con el símbolo de la educación pública. Es así como el CEPAIN lleva a la práctica sus comunicados “¿a favor de la educación pública? ¿Quién los autorizó para usar el nombre del colegio, a quién le preguntaron?” Patético.
Para concluir esta katarsis contenida
por 6 años, me gustaría compartir con ustedes dos anécdotas que me
ocurrieron este año en el colegio.
Corrían los primeros meses del año,
cuando equis profesor preguntó en voz alta a todo mi curso: ¿Quién de
aquí sabe qué es la comisión Valech o el informe Rettig? Ninguna mano se
levantó. Nadie de un cuarto medio humanista del “Mejor colegio de Chile” lo sabía.
Y la segunda, casi en la misma línea: El
11 de Septiembre del año que se va, cayó martes. Día en el cual me
tocaba por asignatura Historia electivo e Historia Común. En mi
interior, cuando me dirigía al colegio pensé que por lo particular de la
fecha, y por ser un curso Humanista usaríamos esas 3 horas para
discutir respecto al tema. Craso error. Parece que era más importante
las Batallas Napoleónicas en historia común y la Ley de oferta y demanda
en historia electivo que las bombas de ruido que se escuchaban explotar
en el colegio a esas horas de la mañana. Comentando con unos compañeros
en el recreo la situación, recordamos que nunca, en los 6 años que
llevamos en el colegio nos pasaron el Golpe de Estado (donde,
paradójicamente, murió un Presidente Instituano). Es decir, haciendo el
experimento que yo sólo sepa lo que me han pasado en el colegio y nada
más, no sabría quién fue Augusto Pinochet en la historia de Chile. Repito: Cuarto medio humanista en el mejor colegio de Chile.
Ahora bien (aquí viene la parte emotiva)
no podría ser tan hipócrita de sólo quedarme en la crítica. Digo
hipócrita porque yo postulé al nacional porque quise y me quedé aquí
también porque quise. Y es porque dentro de todo lo yermo aun existen
pequeños oasis fértiles. Profesores en los que se puede confiar una
palabra más allá de la materia oficial, profesores que entienden la educación
más que como un “motor de asenso social” y que conciben al colegio más
que como un preuniversitario de 6 años. Profesores de materias “no-psu”
que luchan día a día contra el sistema para darle dignidad a su ramo. Y
creo que lo logran, sus ramos son los más dignos de todos. Pedro
Lemebel, un escritor chileno en una
crónica rememorando sus años en el Liceo Manuel Barros Borgoño lo
describe mejor que yo, cito: “Pero rescato de ese liceo, las clases
progresistas que me enseñaron política, filosofía, literatura, poesía y
otras lecturas más allá del horroroso Quijote en papel de biblia que
después me lo fumé entero”. No daré nombres, pues sé como funcionan las
cosas en este colegio y no quiero que vinculen a ningún profesor con
este discurso, pero estoy seguro que ellos saben quiénes son.
Paradocentes que muchas veces te alegran
el día con sus saludos y su disponibilidad desinteresada y casi
religiosa para ayudarte. Los tíos auxiliares que a las 7.30 de la mañana
cuando llegas a la sala y están sólo ellos barriéndola son tu primer
“Buenos Días”, tías del Kiosko que nos prestaban microondas cuando a
mitad de año dejaron de funcionar los del casino, y en general toda la
gente que te conoce por tu nombre y no por tu apellido o número de
lista, a todos ellos: gracias, infinitas gracias y espero no se dejen
avasallar, porque sepan que tienen todo en contra.
Sin más que palabras de agradecimiento
para, como dije anteriormente, lo fértil dentro de lo yermo, palabras de
disculpas a los que me dieron la oportunidad de leer un discurso,
palabras de desprecio para quienes hacen de este colegio un
preuniversitario de 6 años deshumanizador, les digo a ustedes,
compañeros de generación: éxito, pero éxito de verdad, del que incluye
felicidad y crecimiento personal.
Y espero que con estas palabras no haya
herido su orgullo Institutano, si fuera así, cumpliría mi deseo: “Sólo
espero que el día de mi licenciatura, me reciban con gritos de odio”.
Compañeros, hoy, se acabaron los 12 juegos.
Muchas gracias
Benjamín Gonzalez, Presidente del 4to F Humanista del Instituto Nacional
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