Eduardo Gudynas
A pesar de la acumulación de críticas y resistencias a los
extractivismos, los gobiernos sudamericanos insisten en defenderlos.
Partiendo de oposiciones exageradas, como “petróleo o pobreza”, ponen las
soluciones en más extractivismos, convirtiéndolos en medicinas milagrosas
que todo lo curan. Esta postura se ha acentuado todavía más en los
últimos meses. Distintos gobiernos han elevado sus apuestas a los
extractivismos, defendiendo actividades mineras, petroleras o agrícolas
intensivas, volcadas a la exportación de materias primas, como si
solucionaran todos los problemas nacionales.
Están obligados a hacerlo. Es que la nueva generación de este tipo de
emprendimientos son más intensos o cubren mayores superficies, o bien
buscan avanzar sobre áreas que están protegidas por ser territorios
indígenas o por su riqueza ecológica. A su vez, como se han multiplicado
las evidencias de los efectos negativos, y sigue aumentando el número de
resistencias ciudadanas y movilizaciones populares, la gente ya no cree
mucho en las viejas justificaciones.
Hay varios ejemplos de estas nuevas posturas, tanto por derecha como por
izquierda. En Perú, el gobierno de Ollanta Humala intenta buscar gas en
las reservas territoriales indígenas próximas a Camisea. Para ello ha
presionado a las agencias gubernamentales en interculturalidad y áreas
protegidas para que cambiaran sus evaluaciones iniciales negativas en
otras que fueran positivas, y así poder ingresar en esos sitios.
En Uruguay, el presidente José “Pepe” Mujica, y la coalición de izquierda
gobernante, han desplegado considerables energías para imponer un
proyecto de megaminería de hierro a cielo abierto. Se creará una enorme
mina, promovida por capitales de la India, que se debe complementar con
un largo mineraloducto, un puerto de aguas profundas y una generosa
provisión de energía eléctrica. Si bien en el exterior a muchos les
resulta muy simpático Mujica, dentro del país se critican sus concesiones
en tributos e infraestructura a los inversores mineros, sus repetidas
amenazas de descuartizar al Ministerio del Ambiente o su desapego por
atender las áreas protegidas.
Estos ejemplos muestran que, sea por derecha o por izquierda, el
extractivismo avanza en el continente. En todos los casos hay un nuevo
empuje de esas actividades que se cierne sobre áreas ocupadas por
agricultores, campesinos, indígenas o que son santuarios
ecológicos.
Medicina mágica
En los últimos meses, ante cada crítica o alerta ciudadana, enseguida
aparece una respuesta, casi siempre gubernamental, a veces empresarial,
planteando un nuevo atributo positivo de los extractivismos. Estos se
convierten en medicinas mágicas que todo lo cura. Sea la megaminería, los
hidrocarburos o los monocultivos intensivos, se los reviste de atributos
positivos, tales como generar miles de empleos, promover las
exportaciones, financiar programas sociales, y más. A su vez, ese mismo
discurso anula los impactos o costos de esos emprendimientos, y los que
los planten están mal informados, tienen agendas políticas escondidas, o
exageran.
Esta dinámica me recuerda una historia que escucho de tanto en tanto
desde hace muchos años en algunos ámbitos vinculados a los temas del
desarrollo. Todo se inicia en la sede de CEPAL en Santiago de Chile hace
unos veinticinco años atrás, cuando allí se elaboraba la propuesta de la
“transformación productiva con equidad”. Mucha gente tenía grandes
ilusiones con ese programa, concibiéndolo como “la respuesta” cepalina al
neoliberalismo. Esto hacía que en cada nuevo taller de análisis y
discusión, se hicieran nuevas adiciones. Poco a poco, la propuesta
inicial se derramó hasta cubrir una enorme variedad de cuestiones
(sociales, educativas, ambientales, comercial, etc.). Se llegó a un
taller donde, según cuentan algunos veteranos, al momento de agregar
algunas nuevas virtudes, uno de los asistentes, ya cansado, preguntó:
¿también cura las hemorroides?
No sé si la historia es verdad o es una leyenda, pero a mi modo de ver
ese relato encaja perfectamente con la situación que ahora se vive con
los extractivismos. Prácticamente desaparecen todos los efectos
negativos, y cada semana se nos dice de alguna nueva propiedad positiva
en extraer masivamente los recursos naturales de los más apartados
lugares de nuestros países. Ya son tantas que vale la pena preguntarse si
el extractivismo no curará las hemorroides o alguna otra
enfermedad.
Algunos pensaran que mi analogía es exagerada. Para defender que no lo
es, basta repasar las noticias de las últimas semanas, dominadas por la
cancelación del programa que buscaba impedir la explotación petrolera en
el parque Yasuní, en la Amazonia de Ecuador. Años atrás, Ecuador lanzó la
idea de dejar el petróleo en el subsuelo de ese parque y en lotes
adyacentes a cambio de una compensación económica internacional. En esos
esfuerzos, el gobierno subrayaba tanto elementos ecológicos como
sociales. Entre los primeros estaba que esa zona era una de las de más
alta biodiversidad en el planeta, y su mandato constitucional con los
derechos de la Naturaleza; entre los segundos, se encontraban los pueblos
indígenas que habitaban el área (algunos no contactados). Además, Ecuador
había sufrido directamente las consecuencias ecológicas y sociales
nefastas de la explotación petrolera en la Amazonia, y sabe de sus costos
económicos (todo ello en el conocido megajuicio Chevrón-Texaco).
Repasemos la curiosa situación ecuatoriana: Allí, mucha gente sabe muy
bien que la llegada de los pozos petroleros va de la mano con todo tipo
de problemas sociales y ambientales. Todavía son más los ecuatorianos que
saben que su propio gobierno durante unos siete años sostuvo que ese
parque era una joya ecológica, que tenía indígenas no contactados, y que
debía ser protegido. El gobierno debía reemplazar todo estos argumentos
por otros nuevos para justificar su decisión de explotar el petróleo en
la zona de Yasuní. Necesitaba una nueva variedad de la medicina
mágica.
La sangre de la tierra
El presidente Correa anunció que se vio obligado a promover la
explotación petrolera en ese parque amazónico porque la comunidad
internacional le había fallado y era hipócrita. Agregó que era necesario
volcarse a ese extractivismo para solucionar la pobreza en Ecuador, y a
partir de allí se lanzó a una semántica audaz. Correa pintó un panorama
desolador de la Amazonia, listando problemas como la inexistencia de agua
potable o saneamiento, enfermedades como dengue, cólera o
gastroenteritis, o señalando que en su criterio todos los pueblos
ancestrales viven en la pobreza, y así sucesivamente. Para superar
“todos” esos problemas se necesitaba drenar el petróleo amazónico. Es
más, en distintas intervenciones de prensa ha sostenido que con los
ingresos petroleros se asegurarían servicios básicos en “toda” la
Amazonia, y en “general en todo el país”. Si usted tiene alguna duda que
el extractivismo todo lo cura, los dichos presidenciales apostaron por
más, vaticinando que Ecuador podría ser el primer país en América Latina
con servicios básicos en todo el territorio.
Ese discurso fue tan poderoso, que aquellos indígenas no contactados que
habitaban el parque, parecería que desaparecieron, y ya no volvieron a
ser nombrados en los días siguientes. También desapareció la riqueza en
fauna y flora del área, o el mandato constitucional de preservar los
derechos de la Naturaleza. La medicina extractivista tiene, por lo tanto,
capacidades adicionales en hacer desvanecer etnias, especies silvestres o
derechos constitucionales.
El discurso gubernamental también sostuvo que existen nuevas tecnologías
que permitirían sacar el petróleo casi sin impactos. En días siguientes,
se habló profusamente de helicópteros que atenderían unas “plataformas”
petroleras que en lugar de estar en los mares, se emplazarían dentro de
la selva. Con esto se apuntaba a hacer desaparecer las lecciones que
arrojaron las explotaciones petroleras en otros sitios amazónicos,
sosteniéndose que la empresa estatal, solamente por ser estatal, ya
aseguraba los mejores estándares sociales y ambientales.
Es evidente que estamos ante un discurso simplista, algunos de cuyos
aspectos se repiten en otros países. Es cierto que hay pobreza en la
Amazonia, pero es extremadamente dudoso que se solucione taladrando un
parque amazónico; es verdad que las regalías petroleras podrían ser
jugosas, pero de allí a decir que asegurarán servicios básicos en todo un
país hay una evidente exageración. Son fórmulas simplistas, como “sacar
petróleo = eliminar pobreza”, que proveen el sustento a discursos mágicos
y voluntaristas, pero que calan profundamente en muchos sectores
sociales. Esta es una nueva gramática del extractivismo que tiene la
virtud de cosechar adhesión social por su invocación a luchar contra la
pobreza, y a la vez sirve para disparar contra indígenas, ambientalistas,
y otros muchos más, acusándolos de ser unos desalmados que impiden
revertir la miseria.
Sé que muchos dirán que estas líneas son exageradas. No tanto por haber
indicado las propiedades mágicas de los extractivismos, sino por
preguntar si curan las hemorroides. Pero después de mucho pensarlo decidí
mantener esa palabra. Es que estos discursos extractivistas quieren
convertir en hechos aceptables, naturales, y hasta beneficiosos, lo que
en realidad son acciones espantosas, como afectar a indígenas en
aislamiento o acabar con áreas protegidas. Para romper esa naturalidad
muchas veces es necesario un sacudón. Y la palabra hemorroides logra ese
efecto. Pero además es un término que ilustrativo, ya que en sentido
estricto quiere decir “fluir de la sangre”. Me pregunto si no es
justamente eso lo que observamos con los extractivismos actuales, con ese
lento y persistente drenaje que proviene de las entrañas de la
Naturaleza.
Si es así, debe quedar en claro que los extractivismos mágicos no curan
ese sangrado de nuestra Madre Tierra, sino que son una de sus causas. Es
una terrible paradoja que se presente a una enfermedad como si fuera una
medicina.
Una primera versión de este artículo se publicó en “El Desacuerdo” No
7, en La Paz (Bolivia)
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