Grandes fortunas emergen en Rusia, China y Brasil y cambian la geografía de los superricos.
Un Rolls-Royce Phantom aparcado en el exterior del nuevo concesionario de esta marca de automóviles en Shanghai refleja el momento en el que China desplazó a Japón como primer mercado de la compañía británica en Asia y el tercero en todo el mundo. Getty Images
La niña nació en el paraíso soviético, acunada entre la hoz y el martillo en Bakú, Azerbaiyán. Fue allí donde su madre, una campeona rusa de ajedrez, conoció a un joven angoleño que al igual que ella estudiaba ingeniería y que pronto despuntaría en política. La niña creció, fue educada en Inglaterra, estudió en Oxford y se lanzó al mundo de los negocios por su cuenta, ajena (dentro de lo que cabe) a la figura de papá, el único líder mundial involucrado en la guerra fría que sigue en el poder casi 25 años después de la caída del muro de Berlín. Isabel dos Santos, hija de José Eduardo dos Santos, presidente de Angola desde 1979, es desde este año la primera mujer milmillonaria de África, con un patrimonio que asciende a unos 2.000 millones de dólares (más de 1.540 millones de euros) con sólo 39 años. No está mal para ser la hija de dos fervientes comunistas.
La Princesa, como la llaman en Angola, no sin desdén, es uno de los perfiles que dibujan la nueva hornada de hiperricos con perfiles muy variados (jóvenes, mayores, incluso ancianos, con másters o hechos a sí mismos desde abajo) que han irrumpido en la lista Forbes, un club con 1.426 miembros (los que poseen al menos mil millones de dólares, o sea, billionaires en inglés), y cuya punta del iceberg, y sólo la punta del iceberg, está formada por los célebres Carlos Slim, Bill Gates, Amancio Ortega o Warren Buffet. Más allá de estos reyes midas, aparece un ejército de emprendedores, herederos, industriales, magnates relacionados con las nuevas tecnologías, con yacimientos de materias primas raras o con negocios tradicionales (agricultura, alimentación, vestido) que apenas reciben atención mediática, pero han dado en el clavo. Sus rostros son desconocidos, y sus apellidos apenas dicen nada: Dos Santos, Adams, Wang, Huang, Huo, Hariyanto... son turcos, rusos y brasileños, también indonesios y coreanos, los que están dando forma a una nueva geopolítica del dinero, a un mapa impensable hace 30 años y, seguramente, irreconocible dentro de otros 30, donde los emergentes se abren paso a codazos en detrimento de otras potencias tradicionales lastradas por la crisis y poco duchas en las nuevas reglas de este monopoly del siglo XXI.
Es imposible saber qué peso tendrá la primera economía mundial en el 2043, pero lo cierto es que hoy en día, en número de multimillonarios, a Estados Unidos (con 442 grandes fortunas de al menos mil millones de dólares) nadie le hace sombra. La pujanza de Asia y el Pacífico es notable (386 milmillonarios), pero su peso y patrimonio son aún modestos. Y la vieja Europa (366), pese a su mala cara, aún mantiene una huella e influencia que en algunos países (especialmente Turquía y Rusia) son crecientes. La lista de milmillonarios en dólares se completa con los 129 nombres en el resto de América (46 en Brasil, 26 en Canadá) y los 103 de Oriente Medio y África, si bien en el África subsahariana el número de hiperricos se reduce a una decena (seis en Sudáfrica, dos en Nigeria, uno en Swazilandia y una en Angola).
Que un país tenga muchos millonarios no equivale a que sus ciudadanos disfruten de ello indirectamente, que haya paz, prosperidad o seguridad (militar, alimentaria, de derechos humanos). A ese respecto, y por poner un ejemplo, mejor ser noruego (seis milmillonarios y renta per cápita nacional de 76.665 euros) que indio (55 y 1.120 euros, respectivamente). Con todo, en los países emergentes, este tipo de magnates alienta (y a la vez se beneficia de) la eclosión de una clase media con dinero para gastar y vertebrar las industrias alimentarias y tecnológicas. La misma clase media que en Europa o Estados Unidos está en apuros por los efectos de la crisis. Indonesia, país con la cuarta población mundial, es un caso paradigmático de crecimiento y de ese efecto del que se alimentan las grandes fortunas. El nombre de Lim Hariyanto Wijana Sarwono no les dirá nada, pero este hombre de 84 años, antítesis del joven forrado gracias a la cresta de la ola Facebook-Google-Apple, es un paradigma. El señor Lim Hariyanto no ha creado una aplicación para teléfono inteligente, ni ha surgido de la nada.
Acaba de ingresar en la lista con un emporio familiar que ha crecido hasta límites insospechados gracias a la comercialización del aceite de palma y a las explotaciones mineras de níquel. Eso sucede casi un siglo después de que su padre, un inmigrante chino, abriera en 1915 una modesta tiendecita de ultramarinos y fruta.
Indonesia, invisible en este tipo de listas hace 20 años, está llamada a superar dentro de dos décadas a economías como la británica y la alemana. “Si se miran las clasificaciones de hace unos años y las de ahora, vemos qué países han ido a más y cuáles apuntan al declive o se han estancado”, apunta Joaquín Cava, profesor de Dirección General y Estrategia Empresarial de Esade. De hecho, un vistazo muy rápido al peso de las naciones en número de multimillonarios dibuja, a su juicio, un mapa que habla por sí solo. “Japón es geopolíticamente un país nervioso”, apunta Cava, que ve el país nipón rodeado por potencias emergentes y sin yacimientos de materias primas. Durante varios años, el japonés Taikichiro Mori fue el hombre más rico del mundo, y el país del Sol Naciente, el segundo en número de milmillonarios (41 en 1997). Sin embargo, hoy en día Japón es una sombra de lo que fue (22). Como contrapunto, no hubo ningún chino milmillonario en la lista Forbes hasta 1997. Hoy en día constan 120. En el 2006, uno de cada diez magnates formaba parte de los países BRIC (Brasil, Rusia, India, China). En el 2011, el porcentaje ascendió al 25%. Si a ellos se suma el empuje imparable de las economías turca e indonesia, el grupo roza el 30% de todos los millonarios.
Aun así, no es yuan todo lo que reluce. El caso chino ejemplifica muy bien cómo funcionan, intentan mantenerse, resurgen o se hunden las grandes fortunas. “Son fruto de la movilidad, gente sin una fortuna inicial que tiene relación con el poder y cuyo modelo se opone a la aristocracia del dinero europeo. Esta aristocracia del Viejo Continente se mantiene y, si perdieron mucho dinero en el pasado, lo han ido recuperando gracias a su apellido”, apunta Ferran Brunet, profesor de Economía Europea de la Universitat Autònoma de Barcelona. De hecho, la expansión china es muy vistosa, pero no es menos cierto que muchos millonarios que han sacado tajada bajo el paraguas de signo capitalista del Partido Comunista también han notado la crisis. Muchos hiperricos chinos han bajado decenas de puestos, si no cientos, en la clasificación. Un ejemplo de ello sería el de Wong Kwong Yu, que ocupaba el puesto 614 de la lista en el 2012 y que ahora se sitúa en el 1.250, después de que las acciones de su empresa se hayan desplomado y el empresario haya sido condenado a una pena de cárcel por irregularidades económicas.
Nadie se escapa a los flujos y reflujos de la economía. La compra de arte es un buen indicador de ello. Es sabido que los chinos se han volcado en este sector y en los últimos años se han erigido en los grandes animadores del circuito de subastas y compras directas. Toda la pintura relacionada con los grandes maestros italianos y holandeses y especialmente los impresionistas y postimpresionistas son su objetivo prioritario. Sin embargo, y según explica la doctora Clare McAndrew, autora del informe económico anual del arte en el mundo, “el peso de las compras por parte de los coleccionistas chinos bajó un 24% entre el 2011 y el 2012. El descenso se debe –aclara– en parte a un enfriamiento de la economía, a problemas de liquidez y también a que ha habido un parón en la llegada al mercado de las obras más caras y de más calidad”.
“Volatilidad” es la palabra que más utiliza el profesor Cava para trazar una geografía geopolítica de cómo prosperan o decaen las grandes fortunas. “El secreto para mantenerse y progresar es ser capaz de moverte mejor que el resto en entornos convulsos y en una coyuntura de volatilidad muy alta como la actual”. Cava describe tres grandes factores a los que están sometidos los hiperricos. “Hay un factor político y demográfico en el que acontecimientos en un país afectan al resto inmediatamente; eso afecta al día a día de la gestión en una situación en la que hay escasez de materias primas. El segundo es cómo captar el comportamiento social del consumidor, cada vez más bipolar y que muestra menos fidelidad a las marcas. El tercero –concluye el profesor– es el efecto de los avances tecnológicos y su rapidez, el acceso a un número de datos casi infinito en mínimas fracciones de tiempo”.
En resumen, los multimillonarios no sólo llegan a serlo por lograr subirse a la actual cuerda floja de la economía mundial (sean cuales sean sus métodos) sino por mantenerse en ella. Como dice el profesor Cava, “el secreto se halla en las decisiones estratégicas y en la capacidad para adaptarse. Si se acierta, las fortunas suben rápido en la lista; si se falla, se pegan una bofetada”.
El brasileño Eike Batista, magnate del petróleo, era en el 2012 el séptimo más rico del planeta, con un patrimonio que rondaba los 30.000 millones de dólares (23.000 millones de euros). Tras perder casi dos tercios de su fortuna en pocos meses, ahora ocupa el puesto 100. El español Enrique Bañuelos, que promueve el complejo de ocio Barcelona World cerca de Tarragona, ha pasado del 854 al 1.342.
“El de los plutócratas, que representan el 0,1% de la población de muchos países, es un mundo de mata y degüella”, según define Christya Freeland, escritora y experta en grandes fortunas que en su premiado libro Plutocrats defiende la idea de que ese club tan exclusivo se identifica más con los de su clase que con los países donde nacieron o tienen establecidas sus empresas. Freeland subraya el perfil cambiante de los ricos en las últimas décadas, lejos de las grandes fortunas que dominaban el mundo hace cien años. En la lista de Forbes sólo consta un Rockefeller (527), un Getty (736) y ningún Rothschild.
España tiene 20 multimillonarios en la lista, tres menos que Francia o Italia, o dos menos que Japón, y con Amancio Ortega (de Zara) en la tercera posición. “El número de españoles es una sorpresa, pero eso significa que existe una estructura empresarial fruto de la necesidad de competir en el mercado internacional durante los años ochenta y los noventa”, analiza el profesor Ferran Brunet. De todas las grandes fortunas españolas, algunas son muy conocidas (Florentino Pérez, las hermanas Koplowitz, Juan Roig…). Sin embargo, hay otros que raramente salen de las páginas especializadas de los medios económicos y son fieles a una discreción casi extrema. ¿Les suenan los nombres o caras de Manuel Jové o Daniel Maté, por ejemplo? Son la quinta y la sexta fortuna, respectivamente, de España, y del segundo ni siquiera hay foto en la web de Forbes. En realidad, apenas hay imágenes suyas.
“Existe una cuestión cultural. En otros países, como Estados Unidos, intentar, fallar y prosperar en los negocios es habitual y cuando se triunfa se presume; aquí, no”, apunta Joaquín Cava, de Esade, que contrapone ese modelo con el recogimiento de empresarios como Amancio Ortega, con un patrimonio estimado de 5.700 millones de dólares (unos 4.390 millones de euros), y cuya obra social tiene muy poca publicidad si se la compara con el bombo y platillo con que un filántropo estadounidense dona millones a su alma máter universitaria.
El único grupo de multimillonarios que, junto con los de EE.UU., se ha mantenido estable desde que existen rankings al uso son los alemanes, más o menos ajenos a los vaivenes de la economía mundial. Tal vez la fotogenia no sea un factor determinante a la hora de convertirse en millonario. De hecho, hay muchos de ellos que también son muy reacios a las fotos. Karl Albrecht (de Aldi), la mayor fortuna alemana, con casi 20.000 millones de euros de patrimonio, es uno. Dieter Schwarz (Lidl), segundo en el ranking germano, no le va a la zaga. El profesor Reinhold Würth (16.º), apodado el Señor de los Tornillos y unos de los mayores coleccionistas de arte del mundo, tampoco se deja fotografiar demasiado. El profesor, que amasa una fortuna de más de 4.600 millones de euros y posee doce museos, concedió a una entrevista a Magazine este mismo año. Amabilidad absoluta. Pero a la hora de la sesión gráfica, se impuso la sequedad. Würth heredó una empresa con dos trabajadores y hoy tiene más de 6.000. Su secreto “es trabajar todos los días, domingos incluidos, no cerrar nunca”, explicó el empresario, que podría haberse jubilado hace dos décadas.
Millonarios hay de todas clases. Tal vez los que acaban de ingresar en la lista y son jóvenes, menores de 40 o incluso de 30, tienen mucho gancho, pero no menos que los octogenarios que se han pasado la vida trabajando sin soñar siquiera que amasarían tanto dinero, y lo más importante, que podrían donar todo el que quisieran. Würth empezó de aprendiz con su padre. Marcel Adams (en origen Avramovich), magnate inmobiliario de origen rumano asentado en Quebec, ha ingresado en la lista de multimillonarios por primera vez. Su fortuna es 73 veces menor que la del mexicano Carlos Slim (el más rico del mundo) y le ha costado nada menos que 92 años llegar ahí. Pero no está mal para un hombre que empezó a trabajar desde abajo en la industria de la piel recién llegado a Canadá tras sobrevivir durante tres años a un campo de concentración en la Segunda Guerra Mundial.
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