Cuba, futuro imperfecto |
Leonardo Padura · · · · · |
Frente
a una tienda habanera donde se expenden productos en divisas, varios
vendedores informales ofrecen a los presuntos clientes productos
deficitarios: pámpers (sic), pintura, baterías de automóviles, lo que
sea que haya habido y ya no haya.
En
una zona bastante exclusiva de la playa de Varadero, el principal polo
turístico cubano, una horda de vendedores de caracoles recorre la
costa ofreciendo a los visitantes su mercancía.
Frente a mi casa, cada mañana, pasa un hombre que anuncia vender tanques de agua.
En
una parada de ómnibus alguien practica un negocio que se ha ido
generalizando en la ciudad: cambiar un peso por ochenta centavos en
fracciones, pues de esta forma el que vende el peso puede pagar el
pasaje de dos ómnibus y el que compra el peso gana 20 centavos… o sea,
negocio redondo para ambos participantes… aunque para disgusto de los
chóferes y cobradores que se quedaban con los 60 centavos que debían
devolver.
Como
esos, muchos son los "oficios" alternativos o informales que han ido
apareciendo por esta isla en los últimos años. La mayoría de quienes
los ejercen son jóvenes
que han encontrado en los rincones mal alumbrados de la sociedad
formas más lucrativas de ganarse la vida que las ofrecidas por los
sueldos del Estado, el mayor empleador del país.
Con
estos oficios o negocios (que llegan a los extremos éticos del
ejercicio de la prostitución) una persona puede obtener las ganancias
necesarias para arreglarse la supervivencia de un modo mucho más
satisfactorio que con un simple trabajo formal.
Los
oficios informales existen en todo el mundo. Pero proliferan, sobre
todo, donde existen problemas de pobreza y desempleo. En Cuba casi
desaparecieron por décadas, en parte por razones económicas y en parte
por compulsión social.
El
resurgimiento y auge de estos modos de ganarse la vida tiene como
causa económica la desproporción entre salarios y costo de la vida, y
como principales protagonistas a jóvenes. Son personas en muchos casos
todavía en edad escolar (pre o universitaria) que han optado, o se han
visto obligados a optar, por la calle en lugar de un pupitre.
En
cualquiera de los dos casos (la opción obligatoria o voluntaria) sobre
ellos ha influido la pérdida de prestigio social y de capacidad
económica que significa ser un trabajador o, incluso, un profesional.
Ellos
saben que entre los universitarios solo quienes logran trabajar cerca
de una fuente de divisas de la cual puedan beneficiarse, transitan la
vía para tener una vida desahogada. Pero, por una u otra de las
opciones barajadas, han decidido no jugar esa ruleta rusa, sino
resolverse el presente por la vía del menor esfuerzo.
Hace
unos meses me preguntaba en una crónica qué podía pensar de la vida el
joven de 17, 18 años que cada mañana se plantaba en la acera de mi
cuadra a vender ajos y aguacates. Me hubiera gustado saber, decía, qué
expectativas de futuro tenía. O, mejor aún, si tenía idea de lo que era
poseer expectativas de futuro. El hecho de ganar en un día 100 pesos
sin robarle a nadie parecía satisfacer a ese joven que ganaba cinco
veces más que un médico con consultas, guardias y responsabilidades
profesionales.
Por tal motivo el número de "informales" crece, y diría que lo hace por día.
Afortunadamente,
sus oficios dependen de la habilidad, la ineficiencia de ciertos
mecanismos estatales, la corrupción, la escasez. Y digo
afortunadamente, porque aún hoy muchos de ellos no transgreden ciertas
fronteras tras las cuales existe un enorme peligro, para ellos y para
el resto de la sociedad.
Observando
el paso de los vendedores de caracoles de Varadero, no pude dejar de
preguntarme qué harán en cierto momento algunos de esos jóvenes
desclasados si su actividad deja de ser posible o rentable.
Esa
escuadra que hoy recorre la playa, ¿en qué puede derivar en un futuro?
Lo mejor sería que encontraran una forma decorosa y suficiente de
ganarse la vida, lo cual significaría una revulsión profunda en el
cuadro económico en el que nacieron y han vivido por más de dos décadas.
¿Y
si no la encuentran? Pues entonces se convertirían en caldo de cultivo
para las actividades que están detrás de esas fronteras peligrosas.
Para
evitar esa caída, por supuesto, no sería suficiente la represión legal
y policial, pues apenas sería una solución momentánea.
Se
impone crear alternativas viables, porque no me imagino a muchos de
esos jóvenes convertidos, digamos, en agricultores o en albañiles
afiliados a una cooperativa en la cual las ganancias dependerán del
trabajo puro y duro, muchas horas bajo el sol, la presión de sus colegas
y la obligación de entregar al fisco algo así como la tercera parte de
sus beneficios.
Quizás
para muchos de esos informales el tiempo de la superación ya ha pasado
y, para siempre, están destinados a moverse en los fosos de la
sociedad, haciendo los trabajos más sucios y peor pagados, o saltando
directamente a la criminalidad en cualquiera de sus muchas formas
existentes.
Y
esas posibilidades me dan pena por esos jóvenes y terror por el resto
de los ciudadanos que en ese futuro posible conviviríamos con ellos.
Leonardo Padura, escritor y periodista cubano, galardonado
con el Premio Nacional de Literatura 2012. Sus novelas han sido traducidas a
más de 15 idiomas y su más reciente obra, “El hombre que amaba
a los perros”, tiene como personajes centrales a León Trotski y a su
asesino, Ramón Mercader.
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lunes, 16 de septiembre de 2013
Cuba, futuro imperfecto
Etiquetas:
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