Ahora que comienza la cuenta atrás del previsible ataque a Siria, es importante analizar los efectos que éste podría tener en las previsiones de crecimiento de la economía mundial, en el mercado de petróleo y en la situación económica de la región de Oriente Medio y el Norte de África.
Es decir, hacer un balance de los daños colaterales aunque el ambiente de preguerra ya está afectando seriamente estas previsiones debido, sobre todo, el incremente del precio del crudo y la desconfianza generalizada.
En Siria, asistimos a una despiadada guerra interna. Está en juego una confrontación regional con una beligerancia sin precedentes, una prueba de fuerza entre las grandes potencias. El país sólo representa el 0,2% como productor de petróleo, pero se encuentra en la región más volátil. Su historia, la política y la economía están entrelazadas con sus vecinos, sean países productores de petróleo, potencias regionales como Turquía o Israel o, aliados de occidente, como Jordania.
Las consecuencias de la guerra en Irak todavía están frescas, como sus costes humanos, en la economía de EEUU. También su contagio a nivel mundial.
A pesar de que hoy no hay indicios claros, el coste está relacionado con el tiempo de la duración del conflicto. El supuesto de un ataque relámpago tendrá un impacto limitado, pero cuanto más largo será peor el escenario. El “shock” que podría provocar una guerra en Siria de tiempo indefinido en la economía mundial o sus consecuencias serían, sin duda, muy graves. En estos momentos, el estado de debilidad generalizada hace muy poco probable que se pudiera aguantar una guerra de larga duración o un precio del crudo muy alto.
Por ejemplo, algunos analistas calculan que por cada cinco dólares de incremento en el barril de crudo, China dejaría de ingresar diez millones de dólares diarios. Rusia podría ser un gran perdedor en el conflicto ya que es el primer socio político y comercial de Siria. En los EEUU, que todavía no acaban de salir de años de turbulencias económicas graves por la crisis, podría comprometer todos los planes de reactivación económica de la administración Obama.
En la zona del euro, las consecuencias empeorarían el deseado despegue en un momento clave para su futuro. Por ello, un clima bélico y sus consecuencias, tanto en las exportaciones europeas, como sobre todo, en el turismo, las inversiones, el consumo o la bolsa podrían provocar una inestabilidad que afectaría a todas las previsiones económicas y políticas.
Sí el coste de las guerras del Golfo en 1991 y en 2003 fue de centenares de miles de millones de dólares –cantidad que aún hoy los países de la zona están pagando—, una nueva guerra de previsiones inciertas y tiempo indefinido provocaría unos daños imposibles de calcular y de los que las economías en desarrollo de la región tardarían muchos años en recuperarse.
Todo ello justo en una etapa clave en la que los países de la región están más necesitados de un crecimiento económico y social estable para hacer frente a los grandes retos que suponen la evolución de la población y la incorporación masiva de jóvenes al mundo laboral. El fracaso del tan ansiado crecimiento económico no sólo podría aumentar las revueltas y cambios políticos, sino también una gran inestabilidad con consecuencias muy graves para todos.
Es obvio, que el incremento incontrolado del precio del crudo afectaría a las previsiones económicas mundiales. Algunos expertos calculan que por cada diez dólares de incremento del precio del crudo se restaría un 0,3% del crecimiento del PIB. En resumen un conflicto de duración indefinida podría dañar seriamente la economía mundial y ninguna zona estará a salvo de un menor o mayor medida de las consecuencias.
Pero por encima de todo, destaca el alto coste humano, lo que la guerra podría provocar. Se trata de un coste imposible de cuantificar y en definitiva, de un nuevo sufrimiento añadido a la ya muy castigada población civil. En ninguna parte es más trágico que en Siria, donde más de 100.000 personas han sido asesinadas desde el inicio del conflicto armado entre las fuerzas leales al régimen y la oposición.
Alrededor de 1,7 millones de sirios, la mayoría mujeres y niños, están refugiados fuera de su país. Más de cuatro millones están desplazados dentro de la propia Siria. Un país sobre el que se cierne la amenaza de la destrucción sin saber cuál es el futuro que le aguarda ni sobre qué ruinas se construirá el día después.
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