Alberto Alemán Aguirre | Opinión
Tres décadas de un desarrollo fabuloso y arrollador que han puesto a China en un lugar de preeminencia mundial, nos acostumbraron a ver el llamado “milagro económico chino” como algo normal de la escena global.Sin embargo, la economía china está dando señales de estar quedándose sin vapor, de estar en una seria crisis, con perspectivas de crecimiento más bajo y amenazas de un estallido de una burbuja financiera parecida a lo que vimos en Estados Unidos, según el Nobel de Economía Paul Krugman.
Todas las economías experimentan ciclos, nos enseña la ciencia, y la República Popular China, RPC, está hoy en uno negativo.
Para hacer justicia a la verdad, el cambio radical de China, gracias a las valientes y audaces reformas de libre mercado que inició el patriarca Deng Xiaoping en 1978, produjeron un milagro económico. Este combinó inteligentemente muchas de las lecciones del desarrollo de los “tigres” del Este asiático -- Singapur, Corea del Sur, Taiwán y Hong Kong – con medidas cautelosas y graduales sin precedentes, sin modelos de referencia, adecuadas a las condiciones chinas.
Deng y sus sucesores, para usar una de sus frases favoritas, “cruzaron el río buscando las piedras”; navegaron prudentemente aguas desconocidas al tratar de reformar la ineficiente y anquilosada economía socialista planificada para desarrollar un “socialismo con características chinas”. Aunque quizás debería hablarse de un “capitalismo a la china”.
Sacar a cientos de millones de personas de la pobreza; conseguir la inversión extranjera más alta del mundo por largo tiempo; crecer en promedio un 10% por dos décadas; la modernización tecnológica y la industrialización de las urbes; convertir el país en “la fábrica del mundo”; pasar de la autarquía y la irrelevancia a ser la segunda economía global detrás de Estados Unidos y un actor de primera categoría en el balance de poder, a representar más del 20% del PIB mundial y un tercio del crecimiento global (el triple del porcentaje de EE.UU.), son logros extraordinarios. Solo con una visión mezquina o llevada por animosidades personales o ideológicas puede alguien decir que no ha sido un “milagro”.
El costo del éxito chino ha sido muy alto: un deterioro catastrófico del medio ambiente; abusos laborales de una mano de mano de obra abundante y barata; crecientes desigualdades en la distribución de la riqueza y en el acceso a las oportunidades; desempleo para cientos de millones de empleados de viejas empresas estatales quebradas; el resquebrajamiento de la seguridad social; un creciente descontento ante abusos de autoridades locales, y, sobre todo, por la rampante corrupción de muchos funcionarios que ha obligado a los máximos dirigentes a poner su combate como una prioridad nacional.
Otro asunto que complica las cosas es que las estadísticas oficiales chinas no son exactas. El mundo académico las toma con reserva y como una referencia, pero no como datos incuestionables. Razones de ineficiencia administrativa y políticas lo explican, según distinguidos expertos.
China sigue siendo una nación en desarrollo, pese a semejante avance formidable, pero al contrario de su situación en 1978, cuando era un país sumamente pobre de ingresos bajos, es hoy una nación de ingresos medios, según los criterios del Banco Mundial. No ha sido una tarea fácil en un país de 1,300 millones de personas con desigualdades nuevas y estructurales de vieja data.
Una de esas inequidades tradicionales es la división entre el campo y la ciudad. El campo sigue siendo muy pobre, atrasado y de una vida de mucha precariedad. El contraste con la modernidad y la opulencia de ciudades costeras como Shanghai se ha acentuado. Medio siglo de férreo control maoísta que impedía a los campesinos migrar a otras provincias o ciudades y que los hizo rehenes en sus lugares de origen, ya no existe; la liberalización del sistema provocó la migración humana más grande que registra la historia: más de 300 millones de personas dejaron sus lugares natales en las provincias, desde 1978, para perseguir la ilusión de una vida mejor en la ciudad y coger su pedazo del nuevo sueño chino de prosperidad.
Las autoridades pronostican un crecimiento de China para 2013 de “apenas” 7.5% -- una tasa envidiable, inalcanzable, para las estancadas economías de la Unión Europea y del mundo desarrollado en general.
Michael Pettis, profesor de economía de la Universidad de Pekín y socio de la Carnegie Endowment for International Peace, advierte que el caso de China “ha dado un giro negativo, parece ahora que va a colapsar, y que podría traerse consigo a la economía mundial”.
Pero luego agrega: “Afortunadamente, la nueva historia puede ser tan confusa como la vieja”.
Y esto lo discutiremos mañana en la segunda parte de este artículo.
* Analista de asuntos Asia-Pacífico
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