Por Raúl Romero
A la memoria de Dení Prieto
Es 1968 y la Unión de
Republicas Socialistas Soviéticas (URSS) y los EEUU se disputan la
hegemonía mundial en una guerra disfrazada: la “Guerra Fría”. En
Checoslovaquia la “Primavera de Praga” muestra al mundo el autoritarismo
y la burocracia del “socialismo realmente existente”. Los manifestantes
pugnan por un “socialismo con rostro humano”, pero sobre todo
democrático. La respuesta de la URSS y sus aliados es la invasión del
país. En Francia el “Mayo francés” evidencia –entre muchas otras cosas-,
un rechazo generalizado a la sociedad de consumo.
Es 1968 y las Américas también están inquietas. En
América Latina el triunfo de la revolución cubana sigue despertando
expectativas y miles de jóvenes ensanchan las filas de los movimientos y
partidos revolucionarios. En EEUU Martin Luther King es asesinado y las
manifestaciones contra la invasión a Vietnam polarizan aún más a la
sociedad norteamericana.
Es 1968, México será la sede de los Juegos Olímpicos y
en el mes de julio estalla uno de los movimientos estudiantiles más
importantes de su historia. Las condiciones políticas y sociales del
país hacen que un conflicto que parecía menor rápidamente encuentre
dimensiones nacionales. México está nuevamente a tono –como lo fue
durante la revolución de 1910- con el descontento social que recorre el
mundo. Díaz Ordaz y Echeverría Álvarez –Presidente y Secretario de
Gobernación de México, respectivamente- ordenan reprimir a los
estudiantes. El 2 de octubre grupos militares y paramilitares atacan a
los manifestantes en la Plaza de las Tres Culturas, Tlatelolco, Ciudad
de México; provocando cientos de muertos, desaparecidos y lesionados.
Es 1969 y el mundo no es el mismo después de la
“Revolución Cultural” del año anterior. Es 1969 y México aun duele:
muchas familias buscan a sus hijos e hijas desde aquel 2 de octubre en
que no regresaron a casa. Mientras tanto, el gobierno mexicano justifica
la masacre argumentando que “la primer agresión salió de los
estudiantes”, que “había extranjeros interesados en desestabilizar el
país” y que “el fantasma del comunismo estaba detrás de las protestas”.
Cientos de jóvenes que habían participado en las
movilizaciones estudiantiles concluyeron que no lograrían transformar a
México por la vía institucional. Para muchos de ellos y ellas la vía
pacífica estaba agotada y era hora de pasar a una siguiente etapa: la
vía armada.
El 6 de agosto de 1969 en Monterrey, Nuevo León,
fueron fundadas las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN). El grupo tenía
la estrategia de acumular fuerzas en silencio, por lo que debían evitar
enfrentarse con las fuerzas del Estado. En 1972 parte del grupo
estableció en Chiapas el campamento denominado “El Diamante” donde
operaba el “Núcleo Guerrillero Emiliano Zapata (NGEZ)”. Cinco años
después de su fundación, las FLN contaban con redes en Tabasco, Puebla,
Estado de México, Chiapas, Veracruz y Nuevo León[1].
Las FLN tenían una ideología marxista-leninista, pero
distaban mucho de caer en el dogmatismo. Desde su fundación, las FLN se
plantearon como objetivo general “la creación de un ejército popular que
derrocara al gobierno, tomara el poder e instaurara el socialismo”[2] y adoptó como lema la frase del independentista Vicente Guerrero: “Vivir por la patria o morir por la libertad”.
El 14 de febrero de 1974 las FLN fueron atacadas por
policías y militares en una de sus principales casas de seguridad: “La
casa grande”, ubicada en San Miguel Nepantla, Estado de México. En el
operativo participó Mario Arturo Acosta Chaparro, uno de los principales
actores de la “guerra sucia” en México y acusado en varias ocasiones
por tener vínculos con el crimen organizado. En aquel suceso fueron
asesinados 5 guerrilleros y otros 16 fueron apresados. La persecución
contra el FLN se extendió hasta Ocosingo, Chiapas, donde fue atacado el
campamento “El diamante” y varios miembros del NGEM fueron asesinados.
Algunos más alcanzaron a escapar.
De 1974 a 1983 las FLN realizan incursiones de forma
más constante en la Selva Lacandona y reinician la etapa de
reclutamiento. Se reclutó a muchos estudiantes de universidades en las
que el marxismo cobraba mucha fuerza, como fue el caso de la Universidad
Autónoma Metropolitana y la Universidad Autónoma de Chapingo.
Igualmente, durante este periodo (1974-1983) muchas de las actividades
de las FLN fueron en el estado de Chiapas. En 1977, por ejemplo,
montaron un campamento en Huitiupán, y un año más tarde instalaron una
casa de seguridad en San Cristóbal de las Casas.
El trabajo que realizaron las FLN en Chiapas les
permitió ir construyendo redes de solidaridad con organizaciones locales
que tenían un trabajo previo con los indígenas de la región: grupos de
corte maoísta, personas que impulsaban la formación de cooperativas e
indígenas que habían sido animados a desarrollar trabajo comunitario
desde la iglesia católica, impulsados principalmente por el obispo
Samuel Ruíz.
Las experiencias armadas en Centroamérica como el
Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador, el
Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua o la guerra civil
que duró más de treinta años en Guatemala reavivaron la intención de las
FLN de conformar un ejército –no un grupo guerrillero, sino un ejército
regular- y el trabajo exitoso en Chiapas hizo que desde 1980 comenzará a
figurar el acrónimo FLN-EZLN en los documentos de la guerrilla. Sin
embargo, es hasta el 17 de noviembre de 1983 cuando, coordinados con un
grupo de indígenas politizados y con amplia experiencia organizativa
–del que más tarden surgirán mandos como el Mayor Mario o la Mayor
Yolanda- y reforzados por los nuevos militantes de las universidades, se
estableció el primer campamento del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional denominado “La Garrapata”[3].
Entrevistado por Yvan Le Bot y Maurice Najman, el
Subcomandante Insurgente Marcos explicó que los tres grandes componentes
del EZLN son “un grupo político-militar, un grupo de indígenas
politizados y muy experimentados, y un movimiento indígena de la Selva”[4].
Ese tercer grupo al que se refiere Marcos comienza a ser parte crucial
de la organización después de 1983, etapa en la que el EZLN inició una
segunda fase de “acumulación de fuerzas en silencio”; pero en esta
ocasión buscando combatientes principalmente entre los indígenas de la
región que no tenían experiencias previas de militancia política. Para
ésta tarea, los indígenas politizados fungieron como puente; pues además
de la barrera cultural –en la que el lenguaje significó un gran
obstáculo- el hermetismo y desconfianza –originados por siglos de
opresión y desprecio- de los indígenas dificultó el acceso de los
mestizos a las comunidades.
Los primeros integrantes del EZLN que se adentraron a
la selva Lacandona pronto empezaron a vivir una realidad distinta y muy
ajena a la que su adscripción ideológica les permitía ver. Los primeros
años no sólo no se construía confianza con los indígenas, todo lo
contrario: “A veces nos perseguían –cuenta Marcos- porque decían
que éramos robavacas, o bandidos o brujos. Muchos de los que ahora son
compañeros o inclusive comandantes del Comité, nos perseguían en aquella
época porque pensaban que éramos gente mala”[5].
El contacto con las comunidades indígena originó una especie de conversión del grupo original. Marcos narra este proceso de la siguiente forma:
Sufrimos
realmente un proceso de reeducación, de remodelación. Como si nos
hubieran desarmado. Como si nos hubiesen desmontado todos los elementos
que teníamos –marxismo, leninismo, socialismo, cultura urbana, poesía,
literatura-, todo lo que formaba parte de nosotros, y también cosas que
no sabíamos que teníamos. Nos desarmaron y nos volvieron a armar, pero
de otra forma. Y esa era la única manera de sobrevivir[6].
Este
17 de noviembre de 2012 se cumplen 29 años de la fundación del EZLN. Sus
ideales y su lucha siguen vigentes, porque siguen vigentes las formas
de opresión contra las que se organizan. Mejor aun, el neozapatismo se
ha convertido en un referente mundial por su modo diferente de hacer
política. Sirvan estas líneas para alimentar la memoria de la rebeldía.
[1] Castellanos, L. (2008) México armado 1943-1981. México: Ediciones Era, p. 244.
[2] Cedillo, A. (2008) El fuego y el silencio: Historia de las Fuerzas de Liberación Nacional Mexicanas (1969-1974). Tesis para obtener el título de Licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras-UNAM. México, p. 220.
[3] Cfr. Morquecho, G. (2011) “La Garrapata en el Chuncerro, cuna del EZLN” [en línea]. En Agencia Latinoamericana de Información, 15 de noviembre. Disponible en: http://alainet.org/active/50889&lang=es [Consulta: 13 de noviembre de 2012]
[4] Le Bot, Y. (1997) El
sueño zapatista. Entrevistas con el Subcomandante Marcos, el mayor
Moisés y el comandante Tacho, del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional. México: Plaza & Janés, p. 123.
[5] Ibídem, pp. 137-138.
[6] Ídem., p. 151.
Raúl Romero
Sociólogo y activista social.
Técnico Académico del Instituto de Investigaciones Sociales-UNAM.
Integrante del Centro de Investigación para la Construcción de
Alternativas (CIPCA). Consejero Editorial y columnista de Consideraciones, revista del STUNAM. Colaborador de Rebelión y Agencia Latinoamericana de Información (ALAI).
http://alainet.org/active/59666
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