Simón Pachano
spachano@yahoo.com
¿Voto indígena?
La candidatura vicepresidencial de Auki Tituaña
ha puesto sobre la mesa el debate acerca de la situación actual y el
futuro del movimiento indígena. En realidad la discusión ha estado allí
desde hace mucho tiempo, pero solamente se expresa en ocasiones como
esta, cuando la decisión de una de sus figuras estelares saca a la luz
los problemas que afectan al movimiento social más importante del país.
Por ello, para comprender la decisión del exalcalde de Cotacachi y la
reacción de sus compañeros es necesario colocarlas en el marco de la
situación histórica, social y política correspondiente.
Un elemento fundamental en ese sentido es la existencia de múltiples fracturas dentro del mundo indígena y, consecuentemente, dentro del movimiento social. La división territorial, que marca a la vida ecuatoriana en general, es particularmente importante para la población indígena. De manera especial, las diferencias entre la Sierra y la Amazonía se expresan con tanta fuerza en lo cultural y en lo social que se trasladan inevitablemente a lo político. Las conductas, las preferencias y las orientaciones son notorias, especialmente en los momentos electorales. La posibilidad de establecer alianzas y las decisiones a la hora de seleccionar candidatos están determinadas en gran medida por esos factores.
Una segunda fractura es la de carácter socioeconómico. Aunque la mayor parte de su población vive en condiciones de pobreza, no se puede asegurar que exista homogeneidad dentro del mundo indígena. Hay, sin duda, diferencias marcadas en términos de ingreso, de educación y de condiciones de vida. La existencia de una considerable proporción de indígenas urbanos, algunos de ellos vinculados a actividades económicas exitosas, contrasta con la realidad de quienes dependen de una mínima parcela, que seguramente constituyen la mayoría. Así mismo, hay un grupo importante de personas que han obtenido títulos universitarios de tercero y cuarto nivel en universidades nacionales y del extranjero, que se sitúan a gran distancia de un gran número que se mantiene en el analfabetismo o que apenas ha cursado los primeros años de la primaria.
Un tercer elemento de diferenciación se encuentra en las organizaciones que conforman el movimiento. La Conaie y la Fenocin son las más visibles, pero junto a ellas e incluso dentro de ellas coexisten otras que expresan algunas de las diferencias señaladas antes. A esto habría que añadir las manifestaciones organizativas que tienen las opciones religiosas y los efectos de los liderazgos históricos.
Finalmente, muchos conflictos se han derivado de la necesidad de navegar en dos aguas, como movimiento social y como partido político. Esa es una tensión muy fuerte, que afecta a todos los movimientos sociales que dan el salto a la política. La defensa de los intereses propios entra inevitablemente en contradicción con la necesidad de hacer propuestas para el conjunto de la sociedad. Eso es lo que explica los roces y rupturas cuando se trata de definir candidaturas y especialmente de establecer alianzas.
En un panorama tan complejo, cabe preguntarse si en realidad existe un voto indígena o es probable más bien una conducta electoral heterogénea.
Un elemento fundamental en ese sentido es la existencia de múltiples fracturas dentro del mundo indígena y, consecuentemente, dentro del movimiento social. La división territorial, que marca a la vida ecuatoriana en general, es particularmente importante para la población indígena. De manera especial, las diferencias entre la Sierra y la Amazonía se expresan con tanta fuerza en lo cultural y en lo social que se trasladan inevitablemente a lo político. Las conductas, las preferencias y las orientaciones son notorias, especialmente en los momentos electorales. La posibilidad de establecer alianzas y las decisiones a la hora de seleccionar candidatos están determinadas en gran medida por esos factores.
Una segunda fractura es la de carácter socioeconómico. Aunque la mayor parte de su población vive en condiciones de pobreza, no se puede asegurar que exista homogeneidad dentro del mundo indígena. Hay, sin duda, diferencias marcadas en términos de ingreso, de educación y de condiciones de vida. La existencia de una considerable proporción de indígenas urbanos, algunos de ellos vinculados a actividades económicas exitosas, contrasta con la realidad de quienes dependen de una mínima parcela, que seguramente constituyen la mayoría. Así mismo, hay un grupo importante de personas que han obtenido títulos universitarios de tercero y cuarto nivel en universidades nacionales y del extranjero, que se sitúan a gran distancia de un gran número que se mantiene en el analfabetismo o que apenas ha cursado los primeros años de la primaria.
Un tercer elemento de diferenciación se encuentra en las organizaciones que conforman el movimiento. La Conaie y la Fenocin son las más visibles, pero junto a ellas e incluso dentro de ellas coexisten otras que expresan algunas de las diferencias señaladas antes. A esto habría que añadir las manifestaciones organizativas que tienen las opciones religiosas y los efectos de los liderazgos históricos.
Finalmente, muchos conflictos se han derivado de la necesidad de navegar en dos aguas, como movimiento social y como partido político. Esa es una tensión muy fuerte, que afecta a todos los movimientos sociales que dan el salto a la política. La defensa de los intereses propios entra inevitablemente en contradicción con la necesidad de hacer propuestas para el conjunto de la sociedad. Eso es lo que explica los roces y rupturas cuando se trata de definir candidaturas y especialmente de establecer alianzas.
En un panorama tan complejo, cabe preguntarse si en realidad existe un voto indígena o es probable más bien una conducta electoral heterogénea.
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