A horas de presentar La Pachamama y el humano, el constitucionalista dialogó con Tiempo Argentino sobre las ideas centrales de su trabajo. Superar el antropocentrismo.
En la discusión sobre sus derechos no puedo olvidar a los perros que me acompañaron: Biyú, Chiche, Toy, Laika, Lazzie, Petisa, Deisy, Eric, Günther, Chu-chu, Chispa y ahora Otello y Gräfin; ni tampoco a mis gatos: Mimí, Manón, Microbio y Negrito. Nunca pensé que no tuvieran ningún derecho.” Este reconocimiento a los animales es una llamada a pie de página en el libro del doctor Eugenio Raúl Zaffaroni La Pachamama y el humano que se presenta hoy en la Biblioteca Nacional. Sin duda, constituye una muestra elocuente de que se trata de un texto que plantea un tema jurídico desde una perspectiva accesible a todo el mundo y que, lejos de cualquier frío formulismo leguleyo, incluye el afecto y la sensibilidad en la consideración de los animales como “sujetos de derecho”.
El libro, con prólogo de Osvaldo Bayer, ilustraciones de Miguel Rep y un postfacio de Matías Bailone es una edición conjunta de Madres de Plaza de Mayo y la editorial Colihue. El texto rastrea de qué manera la naturaleza y los animales fueron incorporados o excluidos del pensamiento filosófico y jurídico a lo largo de la Historia, desde la antigua Grecia y los juicios a los animales en la Edad Media, hasta la depredación del medioambiente de nuestros días. Cuestiona la exclusividad que se arroga el ser humano como titular exclusivo de derechos y centro absoluto de la Naturaleza.
Poco antes de su presentación, el doctor Zaffaroni dialogó con Tiempo Argentino acerca de algunos de los apasionantes temas que plantea en su trabajo.
–En la introducción de La Pachamama y el humano usted sostiene que “el neoconstitucionalismo depara sorpresas”, y cita entre ellas el reconocimiento de los derechos de la naturaleza en las Constituciones de Ecuador (2008) y de Bolivia (2009). ¿Qué sucede con la Constitución de la Argentina? ¿Puede decirse que es una Constitución totalmente antropocéntrica?
–No es sólo la Constitución argentina, sino todo el constitucionalismo y toda la concepción del Derecho dominante en el mundo. En otro tiempo, el Derecho se concibió para algunos humanos (blancos, hombres, etcétera). Con el tiempo, el ser humano llegó a la “sorprendente” conclusión de que todos los seres humanos son sujetos de derecho. El ser humano tardó milenios para concluir que “todo ser humano es persona” y para consagrarlo en la ley constitucional e internacional. Millones de seres humanos fueron sacrificados hasta que eso tuvo lugar. Hoy nos parece una obviedad jurídica. Pero nos alarmamos cuando estas nuevas constituciones nos dicen que hay otros sujetos de derechos, que no son humanos, que no tienen los mismos derechos que los humanos, pero que no por eso dejan de tener derechos, y que la falta de reconocimiento y de respeto a esos derechos pone en peligro nuestra propia subsistencia como especie.
–Usted menciona en su libro que durante la última dictadura militar argentina el intendente Cacciatore se dedicaba a la matanza masiva de perros con pastillas de cianuro. ¿Existe una relación directa entre gobierno autoritario y maltrato animal?
–No hay una relación directa, es compleja. Lo que es cierto es que el reduccionismo biologista, el positivismo, en una de sus facetas, lleva a la crueldad con los animales. No se puede negar que la medicina reduccionista termina en el doctor Mengele y sus médicos asesinos. Las pastillas de cianuro no las usaba Cacciatore sino que eran de comienzos del siglo pasado, de 1900. Cacciatore usaba la gasificación, metían el tubo de escape del camión en la parte trasera y los asfixiaban. Recuerdo una carta de lectores del diario La Nación en la que un lector relataba que habían secuestrado al perro que acompañaba a un anciano, un perro que estaba vacunado y todo, y que cuando el anciano fue a rescatarlo en el Pasteur le dieron el cadáver. Decía el lector que el anciano murió a los dos días de un infarto. Es obvio que la vivisección y otras atrocidades se cometen sin necesidad. Una cosa es la experimentación y otra la reproducción innecesaria de experiencias que ya se han hecho y que muchas veces sólo tienen un propósito supuestamente “docente”.
–¿Es posible considerar la discriminación y el maltrato animal de manera independiente de otro tipo de discriminaciones como el racismo, por ejemplo? En su libro usted cita a Peter Singer, quien considera que hay un paralelismo entre los argumentos que se utilizaron en un momento para negarles derechos a las mujeres y los que se utilizan actualmente para negarles derechos a los animales. ¿Qué piensa usted al respecto?
–Sí, creo que tiene razón, la estructura de pensamiento es la misma: los “inferiores” no tienen derechos. Esto no significa que identifique al animal con el humano y que pretenda reconocerle los mismos derechos. Hay derechos propios de los humanos y derechos propios de los animales, como la conservación de la especie, por ejemplo, o el derecho a que no se los mate o se los haga sufrir inútilmente o por placer. Los animales superiores tienen desarrollado el sistema nervioso y sufren dolor. Un argumento bastante tonto es el que pretende ridiculizar los derechos de los animales sosteniendo que no pueden tener los mismos derechos que los humanos. Es obvio, tienen otros derechos, son seres diferentes, pero no por eso se puede afirmar tontamente que no tienen ningún derecho. Entre los mismos Derechos Humanos hay algunos que no tienen todos, diferencia que impone la propia naturaleza de las cosas: es obvio que yo no tengo derecho a licencia por maternidad.
–¿Por qué hay tanta resistencia a considerar a los animales como sujetos de derecho?
–Porque el narcisismo humano no tiene límites. Nos consideramos el centro del mundo, después los únicos racionales, creación específica de Dios y casi igualitos a Él. No somos el centro del mundo y Dios tendría demasiados defectos si fuera muy parecido a nosotros. Somos los habitantes de la superficie de un planeta pequeñito perdido en una pequeña galaxia y somos muy poco racionales, a juzgar por la circunstancia de ser la especie más agresiva intra y extraespecíficamente. La duda en este momento es si somos o nos estamos convirtiendo en un cáncer del planeta. A todos los que han destruido nuestras ilusiones de centralidad y superioridad absoluta les dijeron de todo y aún hoy los miran de costado: Copérnico, Darwin, Freud.
–¿Cree que al poner el ecologismo sobre el tapete el tema del daño que el hombre le hace a la naturaleza se produzca un cambio sustancial en la concepción filosófica que manejamos de manera inconsciente acerca de los animales?
–Y sobre nosotros mismos. Nuestro saber no incluye el diálogo ni siquiera entre nosotros. No somos capaces de hablar con el hermano lobo, mejor le reventamos la cabeza de un escopetazo; y si Francisco volviese y siguiese hablando con el lobo lo llevarían a un circo o a la TV para explotarlo, o a un manicomio si no tiene éxito circense o televisivo. Es probable que le interrumpiesen su diálogo con electrochoques o con psicofármacos. No usamos el bosque para alimentarnos, lo levantamos con topadoras para sembrar soja. No pescamos para comer, sino con redes; y los ejemplares baratos los tiramos muertos al mar. No se trata de caer en un radicalismo ecologista que impide tocar nada, sino de dialogar, vivir y dejar vivir, porque para vivir no necesitamos depredar, destruir, hacer desaparecer especies, maltratar, producir dolor, devastar, asesinar.
–Si bien usted aclara que no tiene una visión romántica respecto de los pueblos originarios, sí adscribe a su cosmovisión del Bienvivir. ¿Cree que esa cosmovisión tiene posibilidades de volver a abrirse paso, sobre todo en los países latinoamericanos, que podremos remplazar el saber del dominus por el del frater?
–Sí, lo creo firmemente. Han sobrevivido más de cinco siglos esos valores, pese a que todo el poder, del colonizador, del neocolonizador, del capitalismo despiadado, de las oligarquías, de los explotadores de todo tipo, han hecho de todo para borrarlos. Tienen fuerza; sin duda, vienen de lejos. Sobrevivieron a todo, están allí. Como lo están otras civilizaciones en otras latitudes. El poder planetario no pudo destruir su cosmovisión. Por algo será. De cualquier manera, si me llego a equivocar, insisto que corro con la ventaja de que nadie va a quedar para reprocharme el error.
–¿Qué opinión les merece a los colegas el hecho de que usted considere que los animales son sujetos de derecho?
–No sé, el neoconstitucionalismo latinoamericano es muy nuevo, muy reciente, supongo que causará estupor y debates, como en su momento lo causó el constitucionalismo social cuando los mexicanos lo consagraron en la Carta de Querétaro en 1917. Dio lugar a que a lo largo de más de medio siglo se lo considerase como incompatible con los derechos individuales, apelando a la opción tonta de “pan o libertad”. Por fin se dieron cuenta de que no hay libertad sin pan, porque el que tiene libertad y tiene hambre la usará para exigir pan, y viceversa, el pan sin libertad tampoco funciona, porque si no hay libertad para controlar al que reparte, este al final se queda con todo el pan. Seguramente habrá pretendidas confrontaciones entre “Derechos Humanos y animales”. Hay otras supuestas opciones no menos extravagantes en nuestro tiempo, como “libertad o seguridad”, como si una no dependiese de la otra. Siempre los adalides de los privilegios apelaron a estas falsas opciones.
“Entrar sin disimulos en la raíz del mal”
“Entrar sin disimulos en la raíz del mal”
“La Pachamama y el humano. Qué título, qué duda. La pregunta fundamental. La vida. ¿Qué ha hecho el humano hasta ahora para responder? El humano no ha respondido adecuadamente aún sobre cómo ha venido tratando a la Pachamama. En lugar de lograr el equilibrio para llegar a una paz eterna, ha hecho todo lo contrario. Las guerras, la fabricación de armas, la expoliación y explotación de la naturaleza hasta el hartazgo, no han hecho más que promover un mundo de ricos, pobres, hambrientos, esclavos… de razas ‘superiores y civilizadas’ y de ‘inferiores y salvajes’. Las religiones tampoco han logrado el equilibrio necesario ni el respeto a la vida, no sólo de los seres humanos, sino de todo lo existente. Al contrario, elaboraron instituciones y categorías discriminadoras y crueles: inquisiciones, santos y pecadores, impíos y genuflexos, ricos y hambrientos…
¿Seguir así hasta el final? ¿O buscar a través de lo racional el equilibrio? En estas breves y profundas páginas, el autor se atreve a entrar sin disimulos en la raíz del mal.”
Fragmento de “Un paso hacia la sabiduría”, prólogo del historiador y escritor Osvaldo Bayer a La Pachamama y el humano, de Eugenio Raúl Zaffaroni.
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