Tania Martínez Portugal. Politóloga.
A aquellas que crecimos en condiciones materiales parejas a las del “primer sexo” (acceso a los estudios superiores, ruptura significativa con los roles de género, aparente disfrute de las oportunidades de diversión, horarios, disposición de nuestro cuerpo y mente libre de prejuicios moralistas) nos sucede que, si bien somos capaces de identificar violencias machistas que gracias al trabajo de los movimientos feministas han sido visibilizadas y han logrado incluso tener cierta incidencia en el entramado sociopolítico e institucional, difícilmente tomamos consciencia de lo intrínseca que la animadversión hacia las mujeres es al hombre, y menos aún cuándo se trata de “compañeros”.
La librera Elena Lasheras, de la Librería Mujeres de Madrid decía en una entrevista: “Hemos pasado de ser feas, machorras e inútiles a demostrar que sabemos, que escribimos, que estudiamos y que somos absolutamente necesarias para que el mundo avance y no de cualquier manera, sino a la manera de las mujeres” (periodismohumano.com). Sin embargo, la triste (y manipulada) frase “Ten cerca a tus amigos, y más aún a tus enemigas” objetable quizás para las amigas del positivismo atropológico, describe a mi juicio la realidad inconsciente de ciertos hombres que se autodefinen “de izquierdas”.
Cuando hablamos de relaciones de género, hablamos de relaciones de poder, por lo tanto, y retomando las palabras de Focault : “Es preciso comprender cómo las grandes estrategias de poder se incrustan, hallan sus condiciones de ejercicio en microrrelaciones de poder…Designar estas microrrelaciones, denunciarlas, decir quién ha hecho qué, es una primera transformación del poder. Para que una cierta relación de fuerzas pueda no solo mantenerse, sino acentuarse, estabilizarse, extenderse, es necesario realizar maniobras.” (Diálogos con M. Focault, 1977 Rev. Ornicar). En ello estamos.
El mundo laboral es un laboratorio bien equipado a la hora de estudiar estas conductas: las mujeres podemos ser trabajadoras técnicas deseables: cuidadosas, puntuales, detallistas, afables, eficientes. Sin embargo cuesta reconocer que además de todo eso, podemos pensar con una clarividencia excepcional. Me refiero a la “manera de hacer” de pensar, de tomar decisiones en el ámbito estratégico y político general. Cuesta mucho obtener el reconocimiento, incluso entre compañeros, de que somos animales sociales y políticos aún fuera del movimiento feminista. ¿Cuántas veces sucede que estas habilidades quedan sin desarrollar, relegadas, acalladas, debido a la negativa incidencia que ejercen el entorno y las condiciones laborales así cómo la interiorización de los roles tradicionales de género? Los hombres, incluso aquellos que se tienen por feministos, se sienten amenazados cuándo su trabajo es cuestionado por una mujer. He aquí el tipo de situación en el que se revela la verdadera naturaleza de la persona y del entorno sociolaboral.
Al hombre se le educa, incluso se le presuponen y se le da la oportunidad de desarrollar habilidades de tipo estratégico y de liderazgo. Y este es un punto de partida en la construcción de roles que imprime la asimetría que se irá gestando progresivamente avance la carrera profesional y la incursión en lo social de la persona.
En una situación en la que se toma la iniciativa partiendo de la ingenuidad que otorga la inexperiencia, ésta no es recibida de igual manera que si la misma proviniese de una mujer o de un hombre: en el caso de éste último, esta actitud es vista con naturalidad, incluso puede llegar a generar satisfacción y despertar la duda en los planteamientos iniciales. Cuándo se trata de una mujer, puede suceder que el atrevimiento genere un precedente peligroso, que se la tache de querer llamar la atención, e incluso, de “trepa”.
Sentimientos, emociones y comportamientos que pueden ser achacables a ambos sexos, cómo pueden ser el orgullo, necesidad de aceptación (propia y externa), envidia, inseguridad y sus derivados, la incapacidad de perdonar debilidades o errores, se exponen con mayor irreverencia y seguridad cuando la persona que se tiene delante es una mujer: los hombres en general se sienten más seguros a la hora de pasar por encima y dejar que estas cualidades y conductas se desarrollen e infelizmente, se justifiquen. Y es que, está de moda ser feministo, y algunos hasta se lo creen a pies juntillas, ignorantes de las sutilezas con que la postmodernidad reviste la pretensión de dominación del hombre sobre la mujer en sus expresiones más soterradas .
Pero, ¿y nosotras? Basta de discursos políticamente correctos. Yo acuso a las compañeras que con nuestra conducta entorpecemos el camino hacia la normalización y participación social en condiciones paritarias: sucede qué, al igual que en el caso expuesto anteriormente, las féminas modernas, abanderadas con los sloganes oficiales de igualdad, dejan al descubierto su verdadera naturaleza en su comportamiento diario. Resultante de la acción sin reflexión, de la comodidad y confort que proporciona dejarse amparar por el estereotipo de mujer (en contraposición a lo agotador de la doble militancia, la lucha contra los clichés sociales y roles preestablecidos) este tipo de actitudes y féminas se autoengañan y engañan respecto a lo que el feminismo debe proyectar para la consecución de su objetivo político. Tal y como expresara una de nuestras grandes clásicas, Simone de Beauvoir, realmente este estereotipo de mujer “No se reivindica como sujeto, porque carece de medios para hacerlo, porque vive el vínculo necesario que la ata al hombre sin plantearse una reciprocidad y porque a menudo se complace en su alteridad”. Es aquella trabajadora técnica sufrida e hipócrita, falta de análisis y criterio propio (o más bien del ejercicio de éstos), que antepone su estabilidad personal y laboral a la confrontación de las ideas y que es en definitiva, cobarde.
En palabras de Ana de Miguel Álvarez, “el feminismo es una teoría, es una militancia social y política y es una práctica cotidiana, una forma de entender y vivir la vida” (‘Feminismo y juventud en las sociedades formalmente igualitarias’, Revista de Estudios de Juventud, nº 83, 2008). Por lo tanto no es y no debe ser un mero slogan, un complemento de moda en nuestra militancia, o una cita más en nuestra agenda.
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