Frei Betto
La política brasileña siempre se alimentó del dinero de la corrupción. No todos los políticos. Muchos son íntegros, tienen vergüenza en la cara y sinceridad en el bolsillo. Pero las campañas son caras, el candidato no dispone de recursos o evita reducir su economía, y los intereses privados en la inversión pública son voraces…
De ese modo se teje la trampa. El candidato promete, por debajo de la mesa, facilitar negocios privados a la par de la administración pública… y como por arte de magia aparecen los recursos para la campaña.
Una vez elegido aprueba adquisiciones sin licitación, nombra a los indicados por el grupo de la iniciativa privada, da luz verde a proyectos sobrefacturados y embolsa su parte del botín.
Para una empresa que se propone hacer una obra por valor de US$ 30 millones -y en la que, de hecho, no se gastarán más de 20, sobre todo en tiempos de subcontrataciones- es un negocio excelente embolsar 10 y aún pasarle 3 ó 4 al político que facilitó la negociación.
Todos conocemos la calidad de los servicios públicos. Basta con visitar el SUS (el Seguro) o confiar los hijos a una escuela pública. (Todo político debiera estar obligado por ley a recurrir a los servicios del Seguro y a matricular a sus hijos en escuelas públicas, tal como propone el senador Cristovam Buarque). Fíjense en las calles y carreteras: el asfalto se resiente por una lluvia un poco intensa, los baches muestran unas bocas enormes, los rebacheos son frecuentes. Obras interminables…
Todo eso me hace recordar el consejo de un preso común, durante el régimen militar, a mi colega Fernando de Brito, preso político: “Padre, cuando salga de la cárcel procure hacerse rico. Empiece a construir una iglesia. Promueva ferias, bingos, rifas… Recoja mucho dinero de los fieles. Pero no sea tan tonto que termine la obra. No la termine nunca. Así usted podrá comprar fincas y vivir en una bonita”.
Con el perdón de la rima, la idea que se tiene comúnmente es que el dinero público no es de nadie. Es de quien primero mete la mano. Y como son raros los gobernantes que, como la presidenta Dilma, van detrás de los ladrones, los compinches de Alí Babá se hartan.
Contaba mi padre la historia de un político de Minas Gerais que se enriqueció a base de propinas. Como sólo tenía dos hijos, entregó una buena parte de sus recursos (o mejor, nuestros) a un yerno suyo bastante pobretón.
Pero un día el beneficiario decidió separarse de su mujer. El exsuegro corrió detrás de él diciendo: “¿Dónde está mi dinero?” El exyerno entonces puso cara de indignado y le dijo: “¿Qué dinero? Pruébeme que yo tengo dinero suyo”. Ladrón que roba a ladrón… Hoy el exyerno vive con su nueva mujer en un condominio de gran lujo.
Soy escéptico en cuanto a la ética de los políticos o de cualquier otro grupo social, incluidos los religiosos y sacerdotes. En lo que sí creo es en la ética de la política, y no en la política. O sea, crear instituciones y mecanismos que cohíban a quien se sienta tentado a corromper o a ser corrompido. La carne es débil, dice el Evangelio. Pero las instituciones deben ser suficientemente fuertes, las investigaciones rigurosas y los castigos severos. La impunidad hace al delincuente. Y en el caso de los políticos a ésta se le añade la inmunidad. ¡Viva la robadera!
De ahí la urgencia de la reforma política -un tema que parece olvidado- y de una profunda reforma de nuestro sistema judicial. ¿Qué adelanta la Policía con agarrar a algunos si al día siguiente todos ellos vuelven a la calle ansiosos por destruir las pruebas? Y aún se gasta saliva en balde en cuanto al uso de los grilletes, olvidando los millones sustraídos… y nunca devueltos a las arcas públicas.
A pesar de que el sospechoso quede en libertad, ¿por qué la Justicia no le congela sus bienes y le impide mover sus cuentas bancarias? La parte más sensible del cuerpo humano es la bolsa. Los corruptos saben muy bien hasta dónde puede ser beneficiado o perjudicado.
Las escuelas debieran debatir los casos de corrupción en las aulas. Imbuir en los alumnos la suprema vergüenza de hacer uso privado de los bienes colectivos. Ya que el concepto de pecado ha dejado de ser la norma de la moral social, urge cultivar la ética como orientadora del comportamiento. Desarrollar en los niños y jóvenes la autoestima de ser honesto y de preservar el patrimonio público. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de la novela “Minas del oro”, que la editorial Rocco presentará al público esta semana. http://www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
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