Ma. de los Ángeles González
HACE CUARENTA años, el movimiento feminista luchaba, entre otras cosas, por liberar a las mujeres de la moral sexual convencional que las condenaba a la represión o la impostación, si querían ser respetadas socialmente. El feminismo histórico condenó con tanta fuerza el limitado modelo de familia burguesa como la prostitución y el mercado del sexo, que promovía a la mujer como objeto de consumo, ofrecido para la satisfacción del varón.
Hoy las mujeres activas sexualmente pueden aparecer al público como figuras positivas, como se vio, por ejemplo, con los personajes de la serie Sex and the city, que mantiene su éxito masivo por Internet. El mundo concreto y simbólico que encuentran las adolescentes de hoy es muy distinto al que enfrentaron sus madres. Esto podría llevar a pensar en el éxito de las reivindicaciones feministas, pero -como en la serie de televisión- no es oro todo lo que reluce, para empezar porque la multiplicación de las imágenes sexuales en los medios masivos dista mucho de poder considerarse liberadora. Para seguir, porque la libertad de un individuo no puede medirse en forma preponderante por su comportamiento sexual público ni privado. El camino hacia la igualdad de oportunidades y desarrollo es mucho más complejo.
LO NUEVO.
El movimiento feminista ha dado lugar a una de las revoluciones pacíficas más importantes de Occidente. Luego de doscientos años de activismo, las feministas de la segunda ola, que lucharon -en los ´60 y ´70- por un nuevo lugar en la sociedad, la igualdad dentro de la familia, los derechos reproductivos, imaginaron que sus hijas llegarían más alto. La investigación de la inglesa Natasha Walter (1967) parte de la decepción de comprobar que esa meta parece haber concluido en el piso superior del shopping, inundado de juguetes rosados, vestidos y accesorios de princesa para niñas. Este es el nuevo lugar que parecen haber conquistado las mujeres. Parecen ser princesas de supermercado, aprisionadas en una imagen edulcorada y pasiva de la femineidad.
Pero puede ser peor que eso; el documentado libro de Walter -con entrevistas y trabajo de campo, indagación de prensa, de estudios científicos y académicos, análisis de publicidad, test y experimentos sobre las relaciones sociales- sostiene una idea más pesimista: que Occidente atraviesa por una fase de fortalecimiento del sexismo, encubierto bajo la retórica de la libertad individual y amparado en discursos científicos y pseudocientíficos que legitiman las diferencias. La búsqueda de este tipo de argumentos ha coincidido, en la historia, con los períodos en que la mujer ganó algún terreno en la distribución del poder social.
MATEMÁTICAS Y CARNÉ DE CONDUCIR.
En la última década se asiste a una nueva embestida del discurso científico, difundida a través de los medios, tendiente a probar las diferencias innatas entre hombres y mujeres. En 2005, el rector de la Universidad de Harvard, Lawrence Summers, desató una polémica al dictar una conferencia sobre la escasa representación femenina en las Facultades de Ciencia e Ingeniería. Argumentó que las mujeres "no se sentían cómodas en las carreras más duras porque, por naturaleza, su mundo giraba más en torno a la familia y las relaciones humanas", afirmando que no tienen facilidad para el pensamiento científico porque disponen de "menos capacidad innata".
Ante una lluvia de protestas, la prensa recogió el guante buscando pruebas a su favor, llamando a Summers "el nuevo Galileo", acallado por el poder del feminismo y las voces políticamente correctas. La defensa de su posición se basó en tópicos que, con una débil, parcial y manipulada base estadística, se han convertido en lugar común: que las mujeres tienen mayor capacidad verbal y comunicativa, y los hombres más habilidad para el cálculo matemático y la manipulación mental de objetos tridimensionales. Por eso, además de aptos para algunas ciencias, serían mejores conductores, jugadores de ajedrez y de ciertos videojuegos. Las mujeres serían excelentes para la empatía, pero poco capaces de sistematizar, peores para el pensamiento lógico que para el intuitivo.
Mucho sentimiento y poco razonamiento explicaría que los académicos de las áreas duras de las matemáticas sigan siendo en su mayoría hombres. Y que las mujeres abunden en carreras como la docencia, la enfermería, el trabajo social y las relaciones públicas, también peor remuneradas.
Estos mitos derivan de la divulgación reductora de experimentos basados en test y pruebas de diversos tipos, que, aunque no evidencien ninguna diferencia concluyente que pueda distinguir la inteligencia de hombres y mujeres, presentan una ligera diferencia en las áreas mencionadas. Buscando datos más amplios, Walter descubre que en los últimos años, de la enorme cantidad de estudios universitarios, se publican en mayor cantidad los que encuentran diferencias significativas que confirmen los roles tradicionales.
Otra diferenciación de moda es la vinculada al componente hormonal: el nivel de oxitocina explicaría una tendencia femenina más cooperativa y protectora, confirmando el rol de mujer cuidadora, así como el índice de testosterona causaría la mayor agresividad y competitividad del varón, haciéndolo más apto para el liderazgo. Todo confirma la aptitud femenina para el cuidado de los hijos y los ancianos, y las tareas solidarias. La difusión de estos mitos teñidos de ideología, y apuntalados por algunos libros de autoayuda, no alcanzan para explicar que la mayor parte de los pobres del mundo sigan siendo mujeres y niños, pero tampoco ayuda a superar el ya célebre "techo de cristal" que conspira contra sus logros.
AMAS DE CASA Y TAXISTAS DE LONDRES.
Esta generación es la primera que ha tenido la posibilidad de observar el cerebro humano en acción, gracias a la tomografía por emisión de positrones y la resonancia magnética funcional, lo que incentivó la búsqueda de diferencias entre hombre y mujeres. Una de las conclusiones más repetidas es que las mujeres usan más el hemisferio izquierdo, que se ocupa del lenguaje y las emociones, y los hombres el derecho, que procesa el sentido espacial y los sistemas. Aun sin pruebas experimentales seguras, los medios han asumido que hay una asimetría en el tamaño de cada una de esas partes del cerebro, determinada por el sexo. Lo que sí es asimétrico es el consenso académico oficial con respecto a la variedad de evidencias científicas.
A su vez, la idea de que la mujer es capaz de realizar varias tareas a la vez y procesar los datos con más rapidez que un hombre, se atribuye al mayor volumen del cuerpo calloso, el tejido que conecta los dos hemisferios. Esa diferencia, aunque irrelevante estadísticamente, prestó base científica al viejo mito del "sexto sentido" y de la "intuición femenina", y ha servido para justificar incluso que un hombre no sea capaz de escuchar el llanto de un bebé mientras mira un partido de fútbol.
En 2000, la Academia de Ciencias de Estados Unidos publicó el resultado de un ingenioso experimento que comparaba las diferencias cerebrales entre los taxistas de Londres con hombres de cualquier otra profesión, comprobando en los primeros un mayor tamaño de una parte del cerebro, el hipocampo posterior. Para obtener la licencia de conductor de taxis en Londres debe rendirse una prueba muy exigente, que consiste en conocer exhaustivamente el mapa de la ciudad. Algunos pasan dos años estudiando antes de rendir el examen, con lo que entrenan su memoria espacial. Cuanto más tiempo lleva un taxista en la profesión, mayor desarrollo muestra su hipocampo: añadir datos suma materia gris. Un experimento similar se hizo con malabaristas, y esta vez se demostró que la zona del cerebro desarrollada por la actividad, volvía a reducirse cuando se abandonaba la misma. De esto puede inferirse que las diferencias biológicas no tienen porqué ser innatas e inmodificables: cambian de acuerdo al uso.
Por distintos caminos se confirma que la motivación de conductas en la infancia afecta el desarrollo y la orientación de la inteligencia posterior. Otros experimentos relevados por Walter, no menos importantes, demuestran la variabilidad de los resultados en los test de inteligencia, de acuerdo a las expectativas que genera el marco en que se producen y al condicionamiento social. Aun dejando fuera las razones históricas y sociales que podrían explicar que los hombres se desempeñaran mejor en ciertas áreas que han incorporado naturalmente en la primera infancia, como también lo hicieron sus padres y abuelos, inciden condicionantes circunstanciales, a menudo invisibles.
En test de competencias matemáticas, conducción de vehículos y videojuegos de acción, los resultados obtenidos por hombres y mujeres sólo se distanció a favor de los varones cuando antes de la prueba se les dijo que a las mujeres solía irles mal en este tipo de tareas. Parece que, también en esto, ellas cumplieron el mandato social de fracasar.
PRINCESA O MODELO PORNO.
Un portavoz de Disney ofrecía a la prensa una explicación del éxito de la marca de juguetes Princesas Disney, en estos términos: "Creemos que para la gran mayoría de las niñas poner en práctica la fantasía de ser una princesa es un deseo innato. Les gusta disfrazarse, representar ese papel. Es un deseo genético que les guste el rosa y los castillos". Quienes producen y quienes compran estos juguetes son parte, casi sin saberlo, de la reproducción de ese esquema que supone que todas las mujeres sueñan con ser princesas o, en su versión más burguesa, esposas de quien las tratará como tales. El sueño medieval de la dama que espera al varón guerrero sigue vigente, reforzando anhelos narcisistas y aristocratizantes que, lejos de reforzar la imagen de poder (reina), alimentan la invalidez infantil decorativa de quien solo existe gracias a la admiración ajena (princesa).
Desde hace décadas, se conoce la importancia de los juguetes en la construcción de subjetividad y en el desarrollo de sus aptitudes. En los años ´70, la partida parecía ganada, y padres y educadores intentaron superar prejuicios y mitos. Revisadas las premisas del sistema patriarcal de roles, resultó obvio que regalar al varón un mecano y a la niña una tabla de planchar, podía condicionar de algún modo sus elecciones futuras, proporcionar confianza o inseguridad en una u otra esfera de la vida. Los educadores de hoy aparecen más permeados por la ideología que legitima las diferencias.
En los ´90 se cuestionó el modelo de las muñecas Barbie porque tendía a fortalecer un estereotipo anglosajón e idealizado de belleza asociado al éxito. Sólo tres diseños de Barbie tuvieron voz propia -como si el tipo no correspondiera al de la "muñeca que habla" o callada se viera mejor. Sus intervenciones fueron: "Tengo una cita esta noche", "Adoro ser modelo" (1969) y "Qué aburridas son las matemáticas" (1992). Pero hay que admitir que Barbie se adaptó al avance de la mujer en la sociedad y lanzó la muñeca profesional, ejecutiva, astronauta y hasta presidente (en 1999, con un vestuario estilo Hillary Clinton). En esta década, su reinado en Europa fue quebrado por las muñecas Bratz, más sensuales y descaradas.
El informe de Walter llama la atención acerca de la notoria erotización en los juguetes y vestimenta para niñas muy pequeñas, llegando hasta la ropa interior con diseños y leyendas provocativas, ligueros y juegos que incluyen barra para practicar el "baile del caño". No se trata ya sólo de asociar la belleza al éxito, a esto se suma la necesidad de una actitud de ofrecimiento sexual explícito como único modelo positivo de mujer. Dicho crudamente, la prostitución está sustituyendo al cuento de hadas en la promesa de poder y felicidad. Y se ha llegado al punto en que parece normal que un sindicato de estudiantes convoque a una fiesta con striptease, prometiendo que "las chicas se desnudan y tú estás vestido", como un acto liberador. Walter registra cientos de ejemplos de este tipo de discriminación sexista.
Los estereotipos se reproducen con facilidad. Una cultura claustrofóbica que solo hace valer la explotación sexual produce reacciones conservadoras tanto o más reductivas, como la aparición de un nuevo tipo de chicas que, para diferenciarse del modelo hipererotizante, reivindican el retorno de la mujer al hogar y a la crianza de los niños. La investigadora registra un enorme número de mujeres que, en Inglaterra y Estados Unidos, dejan su trabajo o reducen las horas después de la maternidad. "Hacer bizcochos o striptease, ponerse tacones o limpiar la casa, debe pertenecer al ámbito de las decisiones individuales para cualquier mujer", sin que se imponga una u otra versión políticamente correcta sobre la forma que debe asumir la libertad y la identidad femeninas. En este momento, bajo una retórica de liberación, se enmascara una serie de imperativos -de un tipo o de otro- cada vez más constrictores y exigentes.
DISTRIBUCIÓN DE PODER.
Si bien Walter observa con pesimismo la diferencia entre las primeras damas de los años ´ 90, como Hillary Clinton y Cherie Booth, que continuaron con sus actividades profesionales mientras sus maridos gobernaban, y las más "tranquilizadoras" Sarah Brown y Michelle Obama, dedicadas al rol de esposas, el panorama en América del Sur es muy distinto. En los últimos años, Michelle Bachelet, Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff, han protagonizado no sólo un cambio histórico al acceder al sillón presidencial, sino que han salido airosas en más de un desafío que puso a prueba los mitos: o bien la debilidad e ineficacia de la mujer para gobernar, o el argumento de que eso sólo es posible bajo el precio de su masculinización.
Es cierto que la prensa sigue reproduciendo estereotipos cuando se dedica a analizar el vestuario de Cristina, elogiándola cuando luce "sobria" o "discreta", atenta a su posible inestabilidad emocional cuando cambia el peinado. Pero hay que admitir que, aun con estos costos, la distribución de poder entre los sexos ha cambiado en forma sostenida a favor de las mujeres. Lo que no implica que deban aceptarse los comentarios sexistas como un precio inevitable, en ningún ámbito.
MUÑECAS VIVIENTES. EL REGRESO DEL SEXISMO, de Natasha Walter. Turner, 2010. Madrid, 328 págs. Distribuye Océano.
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