Esta semana, al menos un centenar de personas perdían la vida al norte de Nigeria en una ola de venganza protagonizada por ladrones de ganado
Las recientes masacres pastoralistas al norte de Nigeria
vuelven a demostrar la capital lucha por las reservas naturales que
sufre el continente africano. Según testigos presenciales, el pasado
martes, decenas de atacantes (la mayoría, pastores de etnia fulani)
iniciaban un asedio a diferentes localidades del estado de Katsina. La
ola de violencia finalmente culminaría un día después bajo un mortal
balance: hasta 113 fallecidos, según el último recuento de víctimas.
El origen de este reguero de sangre se enmarca, presuntamente, en una venganza
contra la población local por las últimas detenciones contra ladrones
de ganado. A ella se habría unido la reciente visita a la región del
presidente, Goodluck Jonathan, que contribuyó a que la mayoría de
localidades atacadas (como Kurar Mota o Maigora) no contaran con
suficientes efectivos militares para garantizar su defensa
No obstante, en los últimos tiempos, los enfrentamientos entre pastores de la etnia fulani (musulmanes) y los agricultores berom (cristianos y animistas)
son una nota ciertamente habitual en Nigeria, ya que el modo de vida de
estas comunidades está influenciada de forma capital por el acceso a
los acuíferos.
Pese a que se trata de una lucha por la posesión
de la tierra que nada tiene que ver con ninguna yihad global, grupos
integristas como Boko Haram avivan un conflicto religioso y tribal que,
desde 1999, ha dejado 12.000 muertos al noreste del país.
Un caso similar al de Sudán del Sur, donde los
combates entre los lou nuer y los murle por el control de las cabezas de
ganado dejaron, solo en 2011, más de 4.000 muertos principalmente en los Estados de Jonglei y Upper Nile («curiosamente» en disputa con su vecino norteño).
Marginación política
«La lucha por el agua y las zonas de pastoreo
sigue siendo el motor primordial de los conflictos regionales», advertía
en 2009 el «think-tank» británico Overseas Development Institute, quien
denunciaba la marginación política que sufren estas comunidades en el
Cuerno de África.
En este sentido, en 2012, un informe de la
organización Grain denunciaba la lucha abierta por un elemento que
resulta cada vez más preciado: el agua. Ese mismo año, 42 policías fallecían en Kenia
tras una emboscada de ladrones de ganado. La matanza se produjo cuando
miembros de la comunidad turkana robaron ganado a los samburu, lo que
desató una (a la postre mortal) operación policial en la región de
Suguta.
Y no parece una excepción. En 2030, el 47 por ciento de la población mundial vivirá en áreas de alta conflictividad hídrica, de acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo.
Siguiendo esta tendencia, un reciente estudio de
la Universidad de Virginia y la Universidad Politécnica de Milán
denunciaba cómo el fenómeno de acaparamiento de agua se ha intensificado
en el últimos cuatro años debido, en gran parte, al aumento en 2007-08
del precio de los alimentos.
«En menos de una década, las tasas de la tierra y el acaparamiento de agua han aumentado dramáticamente», reconocía Paolo D'Odorico, coautor del estudio.
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