miércoles, 19 de marzo de 2014

Gertrudis Gómez de Avellaneda, 200 años retando al sexismo

elmercuriodigital ▫ La Habana, marzo (SEMlac).- Una herencia beligerante para alcanzar la autonomía femenina dejó a las cubanas Gertrudis Gómez de Avellaneda (Camagüey, 1814- Madrid, 1873), la más universal entre las escritoras de la nación caribeña, cuya literatura y actos de vida encarnan valores feministas.

En el año de su bicentenario, incluido entre las efemérides relevantes de la UNESCO, diversas publicaciones, coloquios y homenajes celebran los valores estéticos y temáticos de sus creaciones, compartidas entre la Cuba colonial y la metrópoli española, lugares donde transcurrió su vida.

Sin embargo, pocas veces se repara en la influencia que para el movimiento intelectual femenino y feminista alcanza la autora de Sab.

"En nuestra generación sigue siendo poco conocida, y como feminista, menos; aunque su lectura en el contexto actual podría resultar motivadora", opina la joven periodista Lirians Gordillo.

Cultora del teatro, la poesía, la novela, la autobiografía, el ensayo, el periodismo y de un conjunto epistolar precursor del erotismo femenino en la literatura, Avellaneda se erige verbo punzante frente a los límites impuestos a las mujeres creadoras desde entonces hasta hoy.

Desde muy joven, luego de marcharse de Cuba hacia España a los 22 años de edad, comenzó a publicar lírica, teatro y novelas, que le entregaron rápida notoriedad en el mundo hispano.

Pero el talento de La Peregrina, seudónimo de sus primeros textos, le acarreó sinsabores motivados por prejuicios machistas que disminuían la aptitud femenina para el trabajo intelectual, al punto de negarle la entrada a la Real Academia de la Lengua Española en 1853, solo por su condición sexual.

Otros optaron por masculinizarla, atribuyendo a su obra cierta pulsión hombruna. Incluso el pensamiento adelantado del cubano José Martí encuentra "un hombre altivo, a las veces fiero" en su poesía.

"Todo anunciaba en ella un ánimo potente y varonil; era su cuerpo alto y robusto, como su poesía ruda y enérgica", escribió el poeta y Héroe Nacional cubano en una crónica fechada en México, el 28 de agosto de 1875.

Itinerarios de la trasgresión

La "mente andrógina" de Tula retrató como ninguna hasta entonces la situación de su género, tal vez expresando los conflictos propios con una realidad opresiva frente a la que reaccionó varias veces, como cuando de joven se opuso al matrimonio concertado por su familia.

En su libro sobre el sufragismo cubano, el historiador Julio César González Pagés la reconoce portadora de las primeras ideas concisas sobre la emancipación femenina en Cuba, presentes en novelas como Sab (1841) y Dos Mujeres (1842), los dramas Leoncia (1840) y Baltasar (1858), junto a varios artículos.

Para la ensayista Zaida Capote, la manifiesta preocupación de Avellaneda por la situación de la mujer y su creación de personajes femeninos en conflicto con la sociedad la acercan al feminismo, si bien no asumió explícitamente las banderas de esa naciente ideología en otras zonas del mundo por esos años.

Uno de los ejemplos paradigmáticos está en Sab, alabada por su carácter antiesclavista y reivindicativo de la mujer, donde la autora equipara la subordinación femenina con la esclavitud.

"El esclavo al menos puede cambiar de amo, esperar que juntando oro comprará algún día su libertad, pero la mujer cuando levanta sus manos enflaquecidas y su frente ultrajada para pedir libertad, oye al monstruo de voz sepulcral que le grita: en la tumba", afirma uno de sus personajes.

Durante su estancia en Cuba, de 1859 a 1863, fundó la revista femenina Álbum Cubano de lo bueno y lo bello (1860), donde la investigadora Susana Montero encontró al menos 18 textos dirigidos a exaltar la capacidad femenina para asumir distintos papeles sociales.

Allí publicó "La mujer", ensayo donde reclama el derecho de su género a participar en la vida pública y el trabajo intelectual, desmontando la falacia del "sexo débil" con los propios supuestos de la moral religiosa imperante.

Sobre la aceptación de la mujer en el campo literario y artístico, el texto denuncia su disputa palmo a palmo con el exclusivismo varonil. "Se le mira como usurpadora y se le trata con ojeriza y desconfianza, que se echa a ver en el alejamiento que se le mantiene de las academias barbudas", escribió.

En criterio de Capote Cruz, el ensayo intenta publicitar una imagen de la mujer poco convencional, al concederle disposición y talento para ejercitar su sensibilidad artística o religiosa y describirla como apta para el servicio público y el gobierno.

"Pensemos cuántos prejuicios sobreviven hoy en nuestro país y se verá cuán a la vanguardia de su tiempo andaba la reflexión de la escritora principeña", agrega a SEMlac la estudiosa de la literatura.

Esas ideas las reafirma en los textos "Definición de lo bueno y lo bello" y "Las siete palabras y María al pie de la cruz", interpretados por la crítica como anunciadores del feminismo cubano.

Otra de las estrategias feministas avistadas por Capote en Avellaneda es la de "excavar en la historia para hacerse de una genealogía de mujeres célebres, en las cuales pueda afianzarse el modelo de mujer que propone a sus contemporáneas".

Avellaneda se preocupó por divulgar y analizar el trabajo de sus contemporáneas, Luisa Pérez, Luisa Molina o la Condesa de Merlin, al tiempo que fue paradigma para escritoras más jóvenes como Aurelia Castillo y Domitila García.

Referente feminista

Terminando su vida, al parecer exhausta de bregar frente a las murallas del prejuicio, Avellaneda se acercó más a la doctrina religiosa y excluyó de los cincos volúmenes de sus Obras literarias (1869-1871), preparadas por ella en España, algunas de sus piezas más transgresoras como Sab y Dos mujeres.

No obstante, estas ya habían recorrido varios países, se tradujeron y estrenaron con éxito, aunque en su isla natal algunas tardaron en publicarse, debido a la censura de la administración colonial española.

"Ella era un águila de altura y a las águilas se las deja volar libremente", definió la poetisa Dulce María Loynaz en 1957, en una misiva pública para reivindicar la pertinencia de nombrar Avellaneda al recién estrenado Teatro Nacional de Cuba, como reconocimiento a la principal autora dramática del siglo XIX.

Pese a quienes intentaron vilipendiar su identidad nacional y juzgaron la esencia subversiva de sus obras, Avellaneda es actual emblema de la literatura cubana y precedente del feminismo.

De aquellos desacatos a la moral establecida parten sus legados al presente, asegura a SEMlac Gordillo Piña. "Leyendo sus artículos y ensayos, la siento muy cercana; esa mujer debió ser un escándalo y de ella somos herederas, con orgullo y compromiso", declara la joven feminista.

"No deja de asombrarme cómo, a pesar de dos siglos de diferencia, una pueda encontrar en sus palabras complicidad, principios compartidos, porque avizora lo que hoy reconocemos como sororidad (solidaridad entre mujeres) y legitima la importancia de rescatar la memoria femenina/feminista", reflexiona.

Capote Cruz, por su parte, encuentra gestos dignos de aprovechar hoy en "sus ideas sobre la necesidad de disponer de un espacio digno en la sociedad y en la creación literaria, su rechazo del matrimonio como imposición moral o religiosa (perceptible en varias de sus novelas) y su negarse a aceptar la opresión como condición natural de la existencia femenina".


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