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La Habana, marzo (SEMlac).- Una herencia beligerante para alcanzar la
autonomía femenina dejó a las cubanas Gertrudis Gómez de Avellaneda
(Camagüey, 1814- Madrid, 1873), la más universal entre las escritoras de
la nación caribeña, cuya literatura y actos de vida encarnan valores
feministas.
En el año de su bicentenario, incluido entre las efemérides relevantes
de la UNESCO, diversas publicaciones, coloquios y homenajes celebran los
valores estéticos y temáticos de sus creaciones, compartidas entre la
Cuba colonial y la metrópoli española, lugares donde transcurrió su
vida.
Sin embargo, pocas veces se repara en la influencia que para el
movimiento intelectual femenino y feminista alcanza la autora de Sab.
"En
nuestra generación sigue siendo poco conocida, y como feminista, menos;
aunque su lectura en el contexto actual podría resultar motivadora",
opina la joven periodista Lirians Gordillo.
Cultora del teatro, la poesía, la novela, la autobiografía, el ensayo,
el periodismo y de un conjunto epistolar precursor del erotismo femenino
en la literatura, Avellaneda se erige verbo punzante frente a los
límites impuestos a las mujeres creadoras desde entonces hasta hoy.
Desde muy joven, luego de marcharse de Cuba hacia España a los 22 años
de edad, comenzó a publicar lírica, teatro y novelas, que le entregaron
rápida notoriedad en el mundo hispano.
Pero el talento de La Peregrina, seudónimo de sus primeros textos, le
acarreó sinsabores motivados por prejuicios machistas que disminuían la
aptitud femenina para el trabajo intelectual, al punto de negarle la
entrada a la Real Academia de la Lengua Española en 1853, solo por su
condición sexual.
Otros optaron por masculinizarla, atribuyendo a su obra cierta pulsión
hombruna. Incluso el pensamiento adelantado del cubano José Martí
encuentra "un hombre altivo, a las veces fiero" en su poesía.
"Todo anunciaba en ella un ánimo potente y varonil; era su cuerpo alto y
robusto, como su poesía ruda y enérgica", escribió el poeta y Héroe
Nacional cubano en una crónica fechada en México, el 28 de agosto de
1875.
Itinerarios de la trasgresión
La "mente andrógina" de Tula retrató como ninguna hasta entonces la
situación de su género, tal vez expresando los conflictos propios con
una realidad opresiva frente a la que reaccionó varias veces, como
cuando de joven se opuso al matrimonio concertado por su familia.
En su libro sobre el sufragismo cubano, el historiador Julio César
González Pagés la reconoce portadora de las primeras ideas concisas
sobre la emancipación femenina en Cuba, presentes en novelas como Sab
(1841) y Dos Mujeres (1842), los dramas Leoncia (1840) y Baltasar
(1858), junto a varios artículos.
Para la ensayista Zaida Capote, la manifiesta preocupación de Avellaneda
por la situación de la mujer y su creación de personajes femeninos en
conflicto con la sociedad la acercan al feminismo, si bien no asumió
explícitamente las banderas de esa naciente ideología en otras zonas del
mundo por esos años.
Uno de los ejemplos paradigmáticos está en Sab, alabada por su carácter
antiesclavista y reivindicativo de la mujer, donde la autora equipara la
subordinación femenina con la esclavitud.
"El esclavo al menos puede cambiar de amo, esperar que juntando oro
comprará algún día su libertad, pero la mujer cuando levanta sus manos
enflaquecidas y su frente ultrajada para pedir libertad, oye al monstruo
de voz sepulcral que le grita: en la tumba", afirma uno de sus
personajes.
Durante su estancia en Cuba, de 1859 a 1863, fundó la revista femenina
Álbum Cubano de lo bueno y lo bello (1860), donde la investigadora
Susana Montero encontró al menos 18 textos dirigidos a exaltar la
capacidad femenina para asumir distintos papeles sociales.
Allí publicó "La mujer", ensayo donde reclama el derecho de su género a
participar en la vida pública y el trabajo intelectual, desmontando la
falacia del "sexo débil" con los propios supuestos de la moral religiosa
imperante.
Sobre la aceptación de la mujer en el campo literario y artístico, el
texto denuncia su disputa palmo a palmo con el exclusivismo varonil. "Se
le mira como usurpadora y se le trata con ojeriza y desconfianza, que
se echa a ver en el alejamiento que se le mantiene de las academias
barbudas", escribió.
En criterio de Capote Cruz, el ensayo intenta publicitar una imagen de
la mujer poco convencional, al concederle disposición y talento para
ejercitar su sensibilidad artística o religiosa y describirla como apta
para el servicio público y el gobierno.
"Pensemos cuántos prejuicios sobreviven hoy en nuestro país y se verá
cuán a la vanguardia de su tiempo andaba la reflexión de la escritora
principeña", agrega a SEMlac la estudiosa de la literatura.
Esas ideas las reafirma en los textos "Definición de lo bueno y lo
bello" y "Las siete palabras y María al pie de la cruz", interpretados
por la crítica como anunciadores del feminismo cubano.
Otra de las estrategias feministas avistadas por Capote en Avellaneda es
la de "excavar en la historia para hacerse de una genealogía de mujeres
célebres, en las cuales pueda afianzarse el modelo de mujer que propone
a sus contemporáneas".
Avellaneda se preocupó por divulgar y analizar el trabajo de sus
contemporáneas, Luisa Pérez, Luisa Molina o la Condesa de Merlin, al
tiempo que fue paradigma para escritoras más jóvenes como Aurelia
Castillo y Domitila García.
Referente feminista
Terminando su vida, al parecer exhausta de bregar frente a las murallas
del prejuicio, Avellaneda se acercó más a la doctrina religiosa y
excluyó de los cincos volúmenes de sus Obras literarias (1869-1871),
preparadas por ella en España, algunas de sus piezas más transgresoras
como Sab y Dos mujeres.
No obstante, estas ya habían recorrido varios países, se tradujeron y
estrenaron con éxito, aunque en su isla natal algunas tardaron en
publicarse, debido a la censura de la administración colonial española.
"Ella era un águila de altura y a las águilas se las deja volar
libremente", definió la poetisa Dulce María Loynaz en 1957, en una
misiva pública para reivindicar la pertinencia de nombrar Avellaneda al
recién estrenado Teatro Nacional de Cuba, como reconocimiento a la
principal autora dramática del siglo XIX.
Pese a quienes intentaron vilipendiar su identidad nacional y juzgaron
la esencia subversiva de sus obras, Avellaneda es actual emblema de la
literatura cubana y precedente del feminismo.
De aquellos desacatos a la moral establecida parten sus legados al
presente, asegura a SEMlac Gordillo Piña. "Leyendo sus artículos y
ensayos, la siento muy cercana; esa mujer debió ser un escándalo y de
ella somos herederas, con orgullo y compromiso", declara la joven
feminista.
"No deja de asombrarme cómo, a pesar de dos siglos de diferencia, una
pueda encontrar en sus palabras complicidad, principios compartidos,
porque avizora lo que hoy reconocemos como sororidad (solidaridad entre
mujeres) y legitima la importancia de rescatar la memoria
femenina/feminista", reflexiona.
Capote Cruz, por su parte, encuentra gestos dignos de aprovechar hoy en
"sus ideas sobre la necesidad de disponer de un espacio digno en la
sociedad y en la creación literaria, su rechazo del matrimonio como
imposición moral o religiosa (perceptible en varias de sus novelas) y su
negarse a aceptar la opresión como condición natural de la existencia
femenina".
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