Preocupados como estamos por la continua pérdida de
derechos y libertades, el deterioro sin frenos en las condiciones de
trabajo y la asfixiante presión tributaria. Absortos en los problemas
del día a día. Cabreados ante la imparable escalada de casos de
sinvergonzonería y desfachatez que se destapan por doquier y revelados
por el desigual trato que se nos concede a los ciudadanos, casi no nos
queda ya espacio para reparar en el hecho de que 15 inmigrantes hayan
muerto en el empeño de procurar una vida distinta en nuestro país y que
semejante desgracia sea insuficiente para impedir el que otros cientos
de ellos vuelvan a intentarlo en tropel. No nos queda ánimo ni para
repudiar las contradicciones y excusas vanas del ministro enfrascado en
culpar a los muertos de sus propias muertes y en presentar a los
inmigrantes como delincuentes y agresores de los que hay que defenderse.
Es cierto, por duro que suene, que no estamos en
condiciones de acoger sin límites a cuantos, aún escapando de la
hambruna y la miseria de sus tierras de origen, se abalanzan sobre una
verja coronada de cuchillas o se lanzan en su desesperación al océano;
pero resulta de una hipocresía e insensibilidad desmedidas obstinarse en
impermeabilizar cada vez más nuestras fronteras ante los desheredados y
franquear, al tiempo, el paso a otros extranjeros de reconocida
capacidad económica y a los que nadie preguntará por la dudosa
procedencia de su dinero. Esquivar la condena de la codicia y el
totalitarismo de gobernantes capaces de convertir a sus ciudadanos en
víctimas y evitar la persecución hacia quiénes, con vileza
inmisericorde, se enriquecen traficando con su desdicha nos convierte en
cómplices de la barbarie; y para colmo se pergeñan nuevas reformas
legislativas encaminadas a justificar las relaciones diplomáticas al
precio de conceder inmunidad a la injusticia y la explotación humana e
ignorar el sufrimiento de los desvalidos.
Es indudable que el problema de la inmigración se ha de
abordar desde la responsabilidad compartida del conjunto de países que, a
pesar de la que está cayendo, conformamos el norte y en la rotunda
disposición de apostar al desarrollo de los pueblos en los que se ceba
el hambre y la guerra. Si lográsemos mirar fijamente a los ojos de los
jóvenes que se ven obligados a buscar fuera de nuestras fronteras, en
Laponia tal vez, el futuro y la esperanza que aquí ya no encuentran o a
los de las familias que, acuciadas por el paro, han comenzado a perder
la propia dignidad en las colas de la vergüenza, estaríamos en mejor
aptitud para comprender el drama de la alambrada ceutí. África lo mismo
que Cái, que canta por éstos días el Falla.
(*) Voz arabe o mozaerabe que identifica a Cadiz, Andalucía, sur de España. JC.
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