Cuando la corona española atraviesa su peor crisis y muchos quieren terminar con ella, otros la defienden. La paradoja de que los reyes puedan fortalecer la democracia
La imputación por lavado de dinero y fraude fiscal contra la infanta Cristina de Borbón, hija del rey Juan Carlos, sacudió al mundo político español.
Si la corona española ya venía golpeada por la irrupción del escándalo de corrupción que tenía como protagonista al yerno del rey, Iñaki Urdangarin, el procesamiento de un miembro de sangre de la familia real terminó de hacer estallar la crisis.
La imagen de Juan Carlos, que durante décadas fue una de las figuras más respetadas del país por su papel en la transición española hacia la democracia, entró en decadencia con la crisis económica. El contraste entre su modo de vida opulento y las penurias sufridas por millones de personas hizo eclosión hace casi dos años, cuando se conocieron fotos del rey cazando elefantes en Botswana.
En este contexto, una encuesta realizada por la consultora Sigma Dos para el diario El Mundo reveló hace unos días que el 62% de los españoles se muestra favorable a la abdicación del rey, y que menos de la mitad apoya la monarquía como forma de gobierno.
Más allá de sus alcances, que son por ahora inciertos, esta crisis puso en evidencia la polémica que supone la existencia de monarquías en el siglo XXI. ¿Cómo se explica que tengan reyes algunos de los países más consolidados económica y políticamente?
La función de la monarquía en Europa
"No hay una incompatibilidad entre monarquía y calidad democrática. De hecho, algunos países monárquicos, como Noruega, Suecia y Dinamarca, están entre los más democráticos del mundo. En ellos no sólo no se reniega de la monarquía, sino que es una institución que funciona muy bien", explica Fernando Vallespin, politólogo de la Universidad Autónoma de Madrid, en diálogo con Infobae.
"De todos modos, tampoco es que la monarquía sea condición de posibilidad para la calidad democrática. Finlandia, por ejemplo, está entre los mejor posicionados y es una república", agrega.
En Europa existen ocho monarquías parlamentarias: Reino Unido, España, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Suecia, Noruega y Luxemburgo. En todos ellos, la jefatura de estado recae sobre el rey, que es un cargo hereditario, y la jefatura política y de gobierno sobre el primer ministro, designado por el parlamento.
"Pero la monarquía -continúa el politólogo- es una institución exclusivamente simbólica, porque carece de poder político.
Su legitimidad se asienta sobre la ejemplaridad y el mantenimiento de
una serie de conductas. Un escándalo de las características del que
afecta a la casa real española tiene consecuencias mayores que si el
protagonista fuera un político".
Según José María Portillo Valdés, historiador de la Universidad del País Vasco consultado por Infobae,
los monarcas no tienen funciones políticas concretas, y las que
eventualmente puedan ejercer no las hacen por sí mismos, sino a través
del gobierno. No obstante, tienen una función constitucional muy importante, que es la de ser la representación del Estado en el exterior.
Este marco simbólico de contención y representación que brindan permitió a muchas naciones con profundas diferencias internas permanecer unidas y desarrollar un proyecto común en el tiempo.
"Un país como Bélgica sería inviable sin el monarca, al igual que Reino Unido o España. Son estados compuestos de pueblos y naciones diversos, que se pueden unir porque se identifican con la figura de un rey", dice Vallespin.
"En el caso español, Juan Carlos fue imprescindible para la transición,
fue la condición sine qua non, porque no fue un proceso rupturista,
sino un quiebre desde adentro, en el que el monarca era el garante de la
continuidad entre un régimen y otro", agrega, en relación a la caída de
la dictadura de Francisco Franco y la instauración de la monarquía parlamentaria, que se produjo en 1975 con la muerte de quien gobernó España durante casi 40 años.
En Reino Unido cumple una función adicional que no está presente en los otros casos: mantiene la continuidad con el viejo imperio británico a través de la Commonwealth, una mancomunidad de 53 países independientes, pero que cooperan entre sí y tienen una jefatura de estado común, la reina Isabel II.
Estas naciones, distribuidas en todo el mundo, se suman a las ocho
europeas en tener una monarquía parlamentaria como forma de gobierno.
Entre ellas hay muchas americanas, como Jamaica, Bahamas, Barbados y Canadá. Australia
e India, otras dos ex colonias importantes de Reino Unido, también
mantienen una monarquía parlamentaria con Isabel II como reina.
"En
América Latina las revoluciones de independencia supusieron emanciparse
de la corona española (y portuguesa) y, por lo tanto, formar
directamente una república. Pero en Europa hubo un proceso complejo de
entrelazamiento de tradición y modernidad que duró dos siglos. La permanencia de la monarquía es un componente de continuidad de la tradición", explica Portillo Valdés.
La monarquía ayudó así a los países europeos a evitar crisis políticas e institucionales, y a unirse en un proyecto común de nación. Al ser una institución que permanece en el tiempo, da certidumbre al devenir del Estado, que se mantiene consolidado a pesar de que cambien los gobiernos.
A su vez, que haya una figura que, al menos simbólicamente, está en un lugar superior por ser el depositario de la tradición, funciona como un freno a los gobiernos deseosos de acumular poder sin límite.
La crisis de la corona española
El
comienzo de los problemas de salud de Juan Carlos, que hace una semana
cumplió 76 años, coinciden con el inicio de su deterioro. Fue en una de sus polémicas expediciones de caza en África donde sufrió un accidente y se quebró la cadera. Desde entonces se tuvo que someter a numerosos intervenciones quirúrgicas para recuperarse, lo que lo mantuvo apartado de la escena pública durante el último año.
Su primera aparición en mucho tiempo se produjo en un acto militar que encabezó el pasado lunes junto al presidente Mariano Rajoy. Pero lo que debía ser el comienzo de su reposicionamiento terminó siendo una pesadilla por sus manifiestas dificultades para pronunciar el discurso que tenía preparado.
"Si este deterioro -dice el historiador-, sumado a la crisis económica de dimensiones estratosféricas y el conflicto político por el reclamo independentista de Cataluña, puede llevarse por delante a la monarquía es difícil de saber. Pero se trata de una institución que tiene un capital político acumulado muy importante".
Por eso, Vallespin sostiene que la verdadera discusión no es si monarquía o república. "La disyuntiva que se plantea es si abdicación sí o no, lo que abriría paso a una figura incólume, como la del príncipe Felipe, más popular que su padre. ¿Sería oportuno políticamente?
Mi opinión es que no, porque en España nos encontramos ante la
necesidad de hacer una reforma constitucional por la crisis política
generada por Cataluña. El momento idóneo para la abdicación sería luego de la reforma, para fundar una segunda monarquía constitucional, la de Felipe de Borbón".
¿Por qué no se discute abiertamente la posibilidad de abandonar la monarquía? "Porque inclusive los republicanos sabemos que eso introduciría mucho ruido en el sistema. Los costes de instaurar una república son desmesurados, porque generaría un elemento de crispación y confrontación que sería lo menos deseable en este momento", responde Vallespin.
Los
especialistas coinciden que ni en España ni en el resto de Europa hay
un debate relevante en torno a la supervivencia de las monarquías.
"Los republicanos, entre los que me encuentro, siempre defendimos que no es necesario tener una monarquía para organizarse democráticamente
y que es más democrático no tenerla. Pero los defensores de la
institución argumentan por la vía de la utilidad, y tienen toda la
razón, porque durante muchos años la monarquía evitó problemas políticos y creó un suelo que conjuntamente podían pisar diferentes ideologías sin crear muchos conflictos", explica Portillo Valdés.
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