miércoles, 14 de agosto de 2013

Gabón, triste destino para los niños de África Occidental víctimas de la trata

Trabajo doméstico o prostitución para las chicas, trabajos manuales para los chicos: cientos de niños de África Occidental víctimas del tráfico humano son enviados cada año ilegalmente a Gabón para trabajar.

Una recorrida por el Mercado de Mont Bouet, el más grande de Libreville, da una idea de la amplitud del fenómeno. Decenas de niños, muchas veces muy jóvenes, trabajan de la mañana a la noche bajo un calor sofocante. Algunos transportan pesados sacos de cemento sobre sus hombros, otros caminan horas para tratar de vender pescado seco o pasteles.

En diez años, más de 700 niños fueron retirados de los circuitos de explotación en Gabón y repatriados a sus países, según la UNICEF. Pero, ¿cuántos más quedan?

En realidad, "nadie sabe cuántos son explotados como vendedores o empleados domésticos, porque no tienen documentos de viaje, su trabajo es informal... Todo es informal", revela el representante de UNICEF en Gabón, Michel Ikamba.

Para hacerlos llegar a Gabón, un pequeño país petrolero sobre la costa atlántica que cumple el papel de El Dorado africano, "los traficantes de niños utilizan canales de inmigración clandestina", añade Ikamba.

De forma regular, piraguas repletas de africanos occidentales que huyen de la miseria y el desempleo en sus países y llegan a las playas de Libreville una vez que cae la noche. En 2009, la Marina de Gabón abordó un barco, el Charonne, que transportaba a 300 clandestinos, entre ellos 34 niños destinados al tráfico que fueron acogidos por Unicef.

Los padres suelen no acompañar a sus hijos a Gabón, se dejan convencer por vanas promesas... y algunos billetes.

"Les dicen que sus hijos irán a la escuela, y después les dan alrededor de 40 dólares para alentarlos", explica la hermana Marguerite Bwandala, responsable del centro de acogida Espoir et Arc en Ciel en Libreville, administrado por Caritas, una confederación de organizaciones católicas de asistencia, desarrollo y servicio social.

En su mayoría procedentes de Benín, Togo, Nigeria o Malí, estos jóvenes no tienen ni idea de la suerte que les espera una vez que tocan tierra firme.

"Son redes bien organizadas. Los traficantes los ubican - a menudo en casas de personas de su país de origen - para trabajar como reparadores de neumáticos o para ir a vender maní, y son ellos los que reciben su salario", explica la religiosa.

Según UNICEF, los niños explotados con fines económicos sufren a menudo otras formas de violencia, incluso abusos sexuales por parte del padre de la familia de acogida.
Sonia tenía seis años cuando llegó a Ketú, una ciudad del sur de Benín.

"Me iba por la mañana temprano para vender en el mercado, y cuando volvía me decía que hiciera esto y aquello, cocinar, fregar", relata la adolescente, que terminó por huir. "Estaba furiosa, la vieja me pegaba fuerte. Me golpeaba en la cara. Decían que era su hija pero no era cierto", agrega.

Pero son pocos los niños que logran superar la influencia psicológica de sus "nuevos padres", que constituyen el único punto de referencia en un país donde son extranjeros, no tienen papeles y reciben un pequeño o ningún salario por su trabajo.

De junio a octubre, las autoridades gabonesas lanzaron con UNICEF un programa de formación en cinco grandes ciudades del país para ayudar a magistrados, oficiales de policía judicial y trabajadores sociales a luchar contra el fenómeno de la trata.

Para Michel Ikamba, es necesario también una mejor "cooperación judicial, policial y social" entre los países de acogida y los países de origen de los niños que son luego repatriados.
Edith, de 14 años, albergada en el centro Espoir, se está formando como peluquera. Las monjas esperan que pueda terminar su aprendizaje en Libreville "para no volver al país así, sin nada", a riesgo de caer de nuevo en la espiral de la pobreza.

"Ella se desenvuelve bien", explica la hermana Marguerite. "Aprendió a leer y a escribir aquí".


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