Por Mario Toer y Federico Montero / Página 12
Entrevista con Valter Pomar, de la dirección nacional del Partido de
los Trabajadores (PT) de Brasil y secretario ejecutivo del Foro de Sao
Paulo, quien analiza el proceso político y los desafíos del gobierno
de izquierda en su país.
El primer escenario fue expulsar al neoliberalismo y el segundo
paso, la construcción de una nueva sociedad, señala Pomar. Sin embargo,
las alianzas del PT son inestables,
al mismo tiempo que sobrelleva una intensa vida partidaria.
Valter Pomar es miembro de la dirección nacional del Partido de los
Trabajadores (PT) de Brasil y también secretario ejecutivo del Foro San
Pablo. Durante varios años ha estado a cargo de las relaciones
internacionales de su partido y conoce como pocos los procesos y a los
protagonistas de la América latina de nuestro tiempo. También se colocó
a la cabeza de una corriente en el interior del partido proveniente de
la que ha sido por mucho tiempo su expresión mayoritaria, Articulación,
que se dio en llamar Articulación de Izquierda. Como parte de la
dirección del partido, es tomado en cuenta como la voz más solvente,
desde un espíritu crítico, a la vez preocupado por mantener firmes y
juntas las filas partidarias. Doctor en Historia Económica por la
Universidad de San Pablo, también es un académico reconocido que ha
hecho importantes contribuciones al estudio de la historia de los
comunistas del Brasil, en cuyas filas militaron tanto su padre como su
abuelo. Sin duda Valter Pomar tiene mucho para decirnos del PT y del
Brasil.
–¿Cuáles son los desafíos que asoman luego de 10 años de gobierno del PT en Brasil?
–En perspectiva histórica, lo que hicimos con relativo éxito en
estos diez años de gobierno puede ser resumido a una sola idea, que es
sacar el neoliberalismo de la escena nacional. Pero sucede que en la
historia de Brasil el neoliberalismo es una excepción. La regla de la
historia nacional es de un desarrollismo conservador, que se asemeja al
neoliberalismo en el hecho de que mantiene una sociedad con tasas muy
altas de desigualdad y de dependencia externa, tasas muy bajas de
democracia, pero no tiene nada que ver con el neoliberalismo respecto
del rol del Estado y el peso de la industria en el proyecto nacional.
Entre los años ’30 y los años ’50 pasamos de ser una nación
agroexportadora a una potencia industrial, a una velocidad superior a la
de otros países en la misma época e incluso superior a lo que sucede
hoy, porque tuvimos tasas de crecimiento de diez puntos en algunos
años. Entonces, hoy estamos desplazando al neoliberalismo, aún no lo
hemos hecho pero lo estamos haciendo. Esto llevará a que la sociedad
brasileña regrese a su situación normal, que es la de una pelea entre
dos vías de desarrollo: la vía del desarrollismo conservador y la vía
del desarrollismo progresista, apoyado por los sectores
democrático-populares. Y en la historia brasileña siempre el desarrollo
conservador fue predominante, porque significa un desarrollo que
mantiene las estructuras sociales heredadas del período anterior. Cuando
ganamos la elección presidencial de 2002, lo que estaba en el
imaginario del país es que una vez superado el neoliberalismo se podría
pasar a una etapa desarrollista progresista. Lo que estamos viendo en
estos diez años es que en realidad hay un juego cruzado de alianzas: en
algunas cuestiones nosotros nos aliamos con el desarrollismo
conservador contra el neoliberalismo, pero en otras el neoliberalismo
se alía con los sectores desarrollistas conservadores contra nosotros.
Vemos que cuanto más éxito tenemos en desplazar al neoliberalismo, más
el país amenaza con regresar a la hegemonía del desarrollismo
conservador. Y eso no ocurre por casualidad. El camino que adoptamos
para sacar al neoliberalismo del país trajo como efecto colateral un
debilitamiento de nuestra visión estratégica, programática,
organizativa. Esto es el dilema, el lío en que estamos. Nuestro desafío
es cómo pasar a la segunda etapa del proceso.
–¿Cómo se procesa este debate al interior del PT?
–La situación interna del PT es muy difícil de explicar, porque
hay distintos componentes entrecruzados. Hay un componente más
ideológico. Dentro del PT conviven, con mayor o menor belicosidad, una
corriente claramente social-liberal que tiene como su principal
expresión pública a Antonio Palocci, que fue ministro de Hacienda en el
primer gobierno de Lula; una corriente nacional desarrollista –Dilma
es su expresión más clara–, que tiene una influencia tremenda; una
corriente social-demócrata clásica que entiende que Brasil puede tener
un Welfare-State tropical, y hay una corriente socialista clásica que
defiende la sustitución del capitalismo por otro modo de producción.
Otro aspecto de la interna del PT es un aspecto generacional. Tenemos
la generación que creó el PT, que luchó bajo la dictadura, que luchó
contra la transición conservadora de los ochenta, la generación que
luchó contra el neoliberalismo en los noventa, y hay una nueva
generación que conoce el PT en el gobierno. Son tres experiencias
generacionales muy distintas y, por motivos obvios, la tercera
generación es mayoría. El PT tenía en torno de 300.000 afiliados
durante los ‘90 y hoy tenemos 1.800.000. O sea, hubo un crecimiento
tremendo de afiliaciones que provienen del período del PT gobierno, no
del PT oposición a la dictadura o de la transición, no del PT oposición
al neoliberalismo. Esta masa de afiliados tiene una cultura política
muy limitada desde el punto de vista de su experiencia personal,
característica que es acentuada por el hecho de que en este período el
partido debilitó mucho su labor educacional interna y también en este
período el debate programático en el país tuvo un empobrecimiento. Hay
que agregar un tercer componente sociológico, también muy fuerte, que
es que hubo un cambio en la base social del PT. Nosotros teníamos un
partido proletario, en el sentido amplio de la palabra, en los ochenta,
y hoy tenemos un partido popular, en el sentido más fuerte de la
palabra. Hay una nueva clase trabajadora –que muchos dentro del PT y
muchos afuera denominan erróneamente de clase media, pero no lo es– que
está en movimiento pero tiene poca experiencia de lucha tradicional
como clase, tiene poca conciencia de clase para sí, pero es
crecientemente mayoritaria. Y por último hay un cuarto componente, más
organizativo, que es que el PT en su comienzo era un partido claramente
de militancia, después evolucionó para un partido de afiliados y hoy
es un partido de electores. Gran parte de sus 1.800.000 afiliados no
son afiliados en el sentido clásico de la palabra, sino que son lo
mismo que un elector. Entonces, estos varios elementos que mencioné –las
distintas corrientes ideológicas, el problema generacional, el
sociológico y la estructura organizativa– contribuyeron a que el debate
político dentro del PT se haya debilitado mucho en los últimos años.
La mayoría de los cuadros que el partido tiene en puestos de mando en
todo el país no están involucrados de manera orgánica en un proceso de
debate estratégico, participan poco de la dinámica normal del partido y
no se plantean los temas de reformas estructurales. Pero en los
cuadros principales sí hay una percepción creciente de que nosotros
hasta acá llegamos con la estrategia que teníamos, el partido que
tenemos, los movimientos sociales que tenemos, la coyuntura que tenemos,
y que para seguir adelante hay que construir otra cosa de calidad
distinta en términos organizativos, políticos y estratégicos. Sobre
este punto no hay una respuesta única, hay un abanico de respuestas
distintas.
–¿Qué lecciones implicaría el derrotero de la social-democracia
europea para la discusión sobre ese horizonte estratégico al que hacías
mención?
–La experiencia socialdemócrata europea fue durante muchos años un
paradigma para los sectores socialdemócratas del PT. Pero lo que pasó,
ya en los años noventa y después, es que se debilitó mucho este modelo
por dos razones. Primero, porque la “socialdemocracia fuerte”, el
Estado de bienestar social, fue un efecto pasajero de una situación de
equilibrio mundial, entre el campo socialista y el campo capitalista.
Una vez que uno cae el otro se va. Y en segundo lugar, “la
socialdemocracia flaca” que se consolidó a partir de los ’80 en algunos
países de Europa y en los ’90 en casi todas partes, es una
socialdemocracia que tiene muy poco de “social” y de “democracia”.
Entonces, la socialdemocracia como tal perdió fuerza como paradigma en
los debates ideológicos dentro del PT, pero esto no significó en estas
circunstancias un fortalecimiento de los sectores socialistas sino una
deriva de importantes sectores socialistas y socialdemócratas hacia el
nacional desarrollismo. Con el socialismo debilitado y la
socialdemocracia empantanada, creció mucho en la gramática de la
izquierda en Brasil, durante la última parte del siglo XX, el nacional
desarrollismo.
–A la hora de la profundización, además de la discusión ideológica pesa también la correlación de fuerzas...
–Sí, y en esto estamos muy retrasados y muy complicados. Porque el
problema fundamental en este terreno es que para hacer estos cambios
más profundos hay que tener una fuerza política muy significativa que
nosotros todavía no tenemos. La izquierda en Brasil, la suma de todos
los sectores, sean oficialistas u oposición al gobierno, son poco más
del 30 por ciento de los votos en las elecciones. La fuerza social
organizada tampoco es predominante, la mayoría de los trabajadores
brasileños no está organizada en sindicatos o movimientos barriales. La
mayoría de la juventud tampoco está organizada. Los medios de
comunicación siguen tan monopolizados como antes de que llegáramos al
gobierno. El aparato de Estado no evidenció ninguna transformación
efectiva, en el sentido radical, en este período. Las iglesias en los
’70 y ’80 tenían un predominio progresista; hoy es al revés, tienen una
orientación conservadora y aun las que apoyan al gobierno son
prisioneras de la teología de la prosperidad. Por otra parte, las capas
sociales que mejoraron su capacidad de consumo en estos diez años no
relacionan esto con nuestra presencia en el gobierno. Entonces, si tú
reúnes todos estos elementos puedes tener la certeza de que la
situación en el ámbito político es muy complicada. Puedo resumirlo así:
una vez que el neoliberalismo va siendo desplazado de escena, los
partidos que tradicionalmente lo defendieron y lo defienden también
pierden terreno, pero lo que pasa es que una parte de la coalición del
gobierno nacional empieza a enfrentarse con el PT.
–¿Cómo juega la oposición de derecha en ese esquema?
–El plan de la oposición y también de los sectores conservadores
que son parte de nuestro gobierno es hacer una concertación entre ellos
en la primera o en la segunda vuelta presidencial de 2014. Esto nos
coloca en la obligación de que en los próximos dos años libremos una
batalla política muy intensa por la hegemonía en la sociedad a favor de
un cambio más profundo. Te doy un ejemplo: los grandes indicadores
sociales del país están mejorando, pero vuelven a los niveles que
tenían en los años ochenta y ahí van a parar. Pero ahí estaban cuando
nosotros creamos el PT. Para que el cambio sea más profundo falta lo
que defendíamos en los ochenta, cambios estructurales y no solamente
sacar al neoliberalismo de escena. Curiosamente, algunos sectores
conservadores hacen mención, demagógicamente, al hecho de que después
de diez años de gobierno petista seguimos en un país desigual. Nuestro
desafío es impedir que ellos consoliden esa demagogia y que seamos
nosotros mismos quienes presentemos una mirada de más largo plazo,
combinada con nuestro fortalecimiento político. De lo contrario, el
peligro que veo hacia 2014 no es que seamos víctimas de una derrota
electoral sino de una derrota política en la que pasemos de sepultar al
neoliberalismo a revivir el desarrollismo conservador tradicional en el
país.
–¿Cómo influye el hostigamiento mediático al PT en esa situación?
–Hay una preocupación muy fuerte por la ofensiva de la derecha
contra nosotros. Esta ofensiva tiene como elemento principal este tema
de la corrupción con un elemento muy fuerte de demagogia en los
ataques. Aunque estamos muy tranquilos en que desde que llegamos al
gobierno lo que aumentó es el combate a la corrupción y no la
corrupción, es verdad que aumentó el número de casos de corrupción –y
es obvio que pasaría esto– involucrando miembros de nuestro partido.
¡Es claro! Entonces esto ofrece a nuestros enemigos un componente de
veracidad –entre comillas– a los ataques que hacen contra nosotros. Por
otra parte, deberíamos haber adoptado una actitud más proactiva de
combate a la corrupción, en especial en su componente más estructural,
que es el financiamiento privado empresarial de las actividades
electorales, que es legal en el país –la burguesía lo hizo para sí, no
para nosotros–, pero que introduce un componente de corrupción
política, ideológica y administrativa en toda la actividad política de
Brasil. Nosotros como partido minoritario, opositor, éramos los que más
denunciábamos esto y hoy, además de denunciar la hipocresía o
demagogia de la derecha, debemos también tomar medidas proactivas,
principalmente viabilizando la reforma política, sin la cual este
componente estructural de corrupción seguirá vigente. El fondo de la
cuestión es que nuestro partido, que es un partido de izquierda, que
representa a los sectores populares, se acostumbró a hacer campañas
electorales gracias a los recursos que las empresas privadas aportan,
todo dentro de la ley. Pero poco importa desde el punto de vista
político que sean o no legales, porque el problema de fondo continúa. Un
partido de trabajadores no puede depender financieramente de recursos
empresariales. Está claro que hay ahí una deformación brutal que no es
sostenible.
–¿En qué medida las operaciones mediáticas, al concentrarse sobre
el PT, debilitan su posición relativa tendiente a profundizar el
proceso de su aislamiento en el interior de la alianza de gobierno?
–Nosotros tuvimos la primera gran crisis en 2005. En aquel momento
hubo una actitud, que yo creo absolutamente correcta, de hacer un
blindaje en defensa del gobierno. El partido asumió para sí el manejo
de la situación y la responsabilidad de los hechos, y esto no fue una
puesta en escena, un teatro, la verdad es que esa crisis tuvo que ver
con un manejo incorrecto de las finanzas partidarias. Esta actitud
después se convirtió en una especie de fórmula que se adoptó en estos
casos: la idea es que el gobierno no debe asumir para sí la defensa de
los hechos que son de responsabilidad del partido. No me parece que
esto sea malo, en comparación con otros procesos latinoamericanos
nosotros acá tenemos una vida partidaria autónoma con relación al
gobierno. El problema, entonces, es otro. El partido en estos años
perdió mucho protagonismo social y la participación en los gobiernos y
en los procesos electorales se fue convirtiendo en su principal labor.
Esto hizo que el partido haya perdido potencia social, potencia
política, dejando un vacío que no es, ni puede ser, ocupada por el
gobierno. Volviendo a lo que mencioné anteriormente, nosotros
necesitamos hacer una reforma política pero no conseguimos, desde 2003
hasta hoy, hacer que este debate gane a la sociedad. No hay manera de
hacerlo desde el gobierno ni desde el Parlamento. Habría que
desencadenar un movimiento político social, que tenga al partido y a
los partidos de izquierda aliados como protagonistas. Pero la verdad es
que el partido se acostumbró demasiado a salir a las calles en los
procesos electorales y centrar el debate político sobre los temas que
hacen al gobierno. Y el gobierno, por su parte, se acostumbró a relegar
al partido algunos temas que sí son de su responsabilidad. Por
ejemplo: no compete al gobierno presentar un proyecto de reforma
política, es un tema parlamentario y partidario, pero sí compete al
gobierno presentar un proyecto de reforma de la comunicación social en
el país, y en esto el gobierno actúa como si no fuera su tarea.
Entonces, una cierta división del trabajo que se fue dando hace que el
gobierno y el partido no cumplan con sus labores respectivas en algunos
proyectos de mayor dimensión. Este es uno de los debates en los que
nosotros hemos insistido dentro del PT, y en consecuencia buscamos
influenciar al gobierno. Por una parte debemos salir a la calle, y por
otra parte el gobierno debe tomar las riendas de algunos procesos de
cambio más estructurales que son su responsabilidad al vincularse con
la cosa pública en el sentido más amplio de la palabra y con la
institucionalidad.
–En relación con esto último, habría que destacar que en América
latina, junto a la oposición de los medios, el entramado institucional
heredado del neoliberalismo es un límite a los procesos de cambio allí
donde no se produjeron reformas constitucionales...
–Claro. Volvamos al caso del juicio contra los dirigentes del PT.
Para hacerlo, los tipos subvirtieron una serie de procedimientos
jurídicos tradicionales. Nosotros tenemos una broma aquí en Brasil que
dice “para los amigos todo, para los enemigos la ley”. Pero en este
caso para los enemigos ni la ley; ellos cambiaron aspectos importantes
de la aplicación de la ley para hacer el juicio. Porque, en verdad, ¿de
qué los están acusando? De hacer uso de la llamada “caixa dois”, el
financiamiento privado no declarado públicamente. Pero como dije antes,
esto que se convirtió, según la Suprema Corte del país, en el símbolo
máximo de la corrupción, es la regla del funcionamiento normal de todo
el sistema político brasileño en los últimos treinta años. Pusieron en
marcha una maquinaria jurídica y no sé cómo van a hacer para mantener
una coherencia. Mi impresión, en este y muchos otros casos, es que se
está creando una situación en que la institucionalidad que tenemos ya
no sirve para la derecha, porque –la verdad– ellos están siendo
derrotados hace tres elecciones presidenciales, pero tampoco sirve para
nosotros. Y tanto una como otra facción política del país no se
proponen solucionar el tema en un ámbito correcto, que sería una
asamblea constituyente. Esto significa una crisis crónica en la que la
composición momentánea de las relaciones de poder determina hacia dónde
se va dentro de un armado institucional que está cuestionado. Esto es
un problema que tenemos en Brasil. La solución adoptada por nosotros,
que es parte de la tradición nacional, de hacer cambios lentos seguros,
graduales, minimalistas, no se adapta a una situación internacional y
nacional que exige cada vez más cambios un poco más profundos y
veloces.
–Parece difícil combinar estabilidad y cambios...
–Mira, nosotros tenemos un paradigma mental porque somos de
izquierda en Latinoamérica, que es la Revolución Cubana. Pero lo que
estamos haciendo en los países que gobernamos es un proceso que si
tiene algún parentesco es con la Unidad Popular en Chile, que en
resumen se proponía hacer un área de propiedad social y una
transformación institucional a través de una Asamblea Popular. En
algunos países de Latinoamérica, el neoliberalismo primero, y la crisis
del neoliberalismo después, hicieron tierra arrasada de la política
institucional. Se trata de los casos de Bolivia, Ecuador y Venezuela.
No pasó así en Brasil, en Uruguay, en Paraguay, Perú, Argentina –el caso
de Argentina es curioso porque sufrió en algunos aspectos una crisis
de gran profundidad, pero el esqueleto del sistema político se
preservó–. En estos países, el problema es que la necesidad de un
cambio, de la reforma estatal profunda, sigue vigente. Porque no es
posible hacer cambios estructurales, realmente profundos, sin otra
institucionalidad. Volviendo a Brasil, el problema para nosotros es
cómo crear las condiciones políticas “a frío” para hacer una revisión
constitucional allí donde la crisis institucional no se produjo de
forma espontánea con la caída del neoliberalismo. Pero si la cosa no es
hecha por nuestra iniciativa, el peligro que podemos sufrir es que la
situación internacional por una parte produzca una regresión en lo que
hicimos en el terreno social y económico y a la vez desencadene una
crisis interna que ponga en cuestión nuestra permanencia en el
gobierno. Entonces, el tiempo es corto, la ventana es chica, se puede
cerrar. Y el problema es que, como nos acostumbramos a una situación
–entre comillas– más o menos normal, esta urgencia no está clara para
el común de la gente.
–¿Cuál es la gravitación que tiene el escenario regional en estas discusiones?
–Voy a contestar con el caso de Brasil. Supuestamente la potencia
económica de Brasil y su insularidad podrían llevarnos a concluir que
poco importa lo que pasa más allá de sus fronteras. Pero esto no es
exactamente verdad. Desde el punto de vista político interno, la
influencia de lo regional no es tan importante, pero desde el punto de
vista económico sí lo es. La posibilidad de que tengamos un proceso de
desarrollo económico capaz de elevar sustancialmente el nivel de vida
de la población brasileña y de aprovechar la potencialidad natural,
ambiental, hidroeléctrica, energética que tenemos, supone un plan de
desarrollo regional. Entonces, yo no creo que lo regional sea una
precondición significativamente influyente sobre la política brasileña,
pero la posibilidad de implementar otro proyecto de desarrollo no se
materializará si no estamos integrados, en especial a Venezuela y a
Argentina. Para otros países es distinto. Hay países para los que la
influencia regional tiene un impacto político directo, es el caso de
Uruguay, claro está. Pero lo fundamental es siempre el nivel de
conciencia, de organización y la hegemonía en cada país. Conversando
con compañeros de Paraguay o de Honduras, yo percibí en algunos la idea
de que el elemento fundamental para que el golpe tuviera éxito fue la
influencia externa. Yo no creo esto, la influencia fundamental fue la
debilidad o la fortaleza de los sectores sociales internos. Pero el
nivel de desarrollo económico necesario para proporcionar a nuestros
pueblos estándares de vida correspondientes a lo que se universalizó en
Europa en los años ’60 por ejemplo, supone una escala continental, aun
para un país como Brasil.
Página/12, Buenos Aires, 1 de abril de 2013.
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