Una mujer japonesa durante una protesta en Tokio. Foto: AP |
BEIJING (apro).- La historia en Occidente y la lógica sugieren que el desarrollo económico y la igualdad entre géneros caminan juntos. Asia lo desmiente. Las sociedades japonesa y surcoreana son las más avanzadas y las más discriminatorias. El Foro Económico Mundial (FEM) colocó el pasado año a la primera en el puesto 101 (entre Tayikistán y Gambia) y a Corea del Sur en el 108 en una clasificación de 135 países. Japón incluso ha perdido tres puestos desde el anterior informe.
La historia explica parcialmente la discriminación. Japón, tercera economía mundial y líder en innovación tecnológica, sigue aferrada a su estructura ancestral. Aunque la fertilidad se ensalzaba como sagrada ya en la antigua cultura japonesa, la mujer era considerada como una segunda clase social e incapaz para las labores políticas. Ese rol quedó más acentuado en la cultura de los samuráis. En la literatura clásica japonesa, en contraposición a la europea, no existe el respeto caballeresco hacia la mujer. La modernización del siglo XIX no varió la concepción, ni tampoco las leyes familiares de 1946.
La urbanización y la industrialización han sido meteóricas en Japón y Corea del Sur, en contraste con los procesos más sosegados de Occidente. Los cambios bruscos generan fuertes respuestas conservadoras e incluso reaccionarias en la sociedad, explica por mail Seungsook Moon, catedrática del Departamento de Sociología de Vassar College.
“En las relaciones familiares y de género se han instalado esas manifestaciones como una manera de gestionar la incertidumbre y ansiedad (…) y dar una poderosa imagen de continuidad en medio de mareantes cambios”, asegura.
Acoso
El célebre caso de Rina Bovrisse radiografía el problema japonés. Bovrisse llegó en 2009 a Tokio como alta ejecutiva de la firma de lujo Prada para supervisar a 500 empleadas de 42 tiendas. Notó desde el principio prácticas dudosas, que llegaron a su clímax cuando se le pidió que despidiera o trasladara a 15 empleadas eficaces por “viejas, gordas, feas, asquerosas o que carecen de la imagen Prada”. Tras protestar también recibió críticas: “Necesitas un corte de pelo y adelgazar”. “El director ejecutivo se avergüenza de tu fealdad y no te presentará a la gente de Milán”. “Ya ha hablado con el jefe de Relaciones Públicas y también cree que es un serio problema”.
La marca le ofreció primero un cargo menor y después la dimisión. Demandó a la marca por discriminación en 2010. Bovrisse señala que, durante el juicio, la empresa aseguró que “el acoso sexual y la discriminación a las empleadas es una práctica requerida para mantener la imagen de marca de Prada”.
La jueza del caso, Reiko Morioka, dictaminó en 2012 que esas prácticas habían existido pero no constituían delito sino que “eran aceptables en una marca de lujo” y “que una empleada con buen salario debía estar preparada para cierto nivel de acoso”.
Lo peor vendría después: Prada demandó a Rina por daños de imagen y le solicita 780 mil dólares de compensación. Una petición en la plataforma Change.org para que Prada retire su demanda judicial alcanza ya las 211 mil firmas. La campaña fue lanzada por Ayako Barrera, quien ha sido discriminada en Japón por ser mujer y usar el apellido extranjero de su marido.
Durante la batalla legal, que se alarga durante cuatro años, Bovrisse ha recibido el reconocimiento de la ONU. La oficina del Alto Comisionado de los Derechos Humanos urgió en mayo a Japón a tipificar como delitos la discriminación y el acoso sexual, en especial en el lugar de trabajo, y a ofrecer seguridad a las víctimas para que denuncien sin miedo a represalias.
Patriarcado
La industria de la publicidad muestra cotidianamente imágenes de mujeres subordinadas al hombre que incomodan a la sensibilidad occidental. En la potente industria nacional del porno, las mujeres son frecuentemente caracterizadas como colegialas que sufren abusos sexuales. En The Rapeman, uno de los manga más célebres de los años 90, el protagonista era un profesor de día y violador de noche. Muchas de sus víctimas caían irresistiblemente enamoradas de él.
El cuadro persiste aunque la Constitución prohíbe la discriminación y se han aprobado numerosas leyes en los últimos años. Pensiones, impuestos, seguridad social y seguro médico se calculan con un patrón de familia de cuatro miembros con la mujer de ama de casa.
Los resultados del informe de desigualdades del FEM (que examina las diferencias entre ambos géneros en el acceso a la salud y a la educación, la participación política y la igualdad económica) provocaron llamadas urgentes a resolver el conflicto pero también alegatos nacionalistas. “Los países tienen valores diferentes así que una clasificación de este tipo carece de sentido. Es injusto que se impongan a la fuerza los valores occidentales en Japón”, decía un internauta.
La brecha es aún más dolorosa en el mercado laboral porque la idiosincrasia empresarial dificulta compatibilizar familia y trabajo.
“Los empleados no son tratados como individualidades sino como propiedades. Se espera que dediquen a la empresa las 24 horas. Eso implica que no pueden cumplir con sus deberes familiares, que deben ser desviados a sus esposas. Son las empresas las que mantienen el patriarcado”, asegura por e-mail Hiroshi Nishihara, catedrático de Ciencias Sociales de la Universidad de Waseda (Tokio). Los que se niegan (la mayoría de mujeres casadas y algunos hombres) pasan a engrosar una subcategoría de trabajadores por no haber demostrado su completa fidelidad a la empresa. “Serán tratados como simple fuerza laboral intercambiable”, define Nishihara.
El cuadro ha empeorado desde que en 1985 se aprobara la primera legislación contra la discriminación. La proporción de mujeres empleadas a jornada completa bajó en Japón de 68.1% a 46.5% entre 1985 y 2008. Un 53.5% de mujeres tiene contratos de media jornada; los hombres sólo 19.1%. Muchas compañías distinguen a sus trabajadores “de carrera” y de los de “administración”, con las mujeres tozudamente dentro de la segunda y dedicadas a labores de oficina y llevar el té.
El 70% abandona su trabajo después de dar a luz. Su reincorporación al mercado laboral es difícil porque las empresas asumen que han olvidado lo aprendido, lo que supone una discriminación sutil. “La mujer que no renuncia a su trabajo es considerada a menudo como egoísta y suele encontrar poco apoyo incluso en su familia”, juzga Nishihara.
Los hombres reciben un mayor salario si sus mujeres no trabajan y éstas cobran poco por sus medias jornadas. Las regulaciones datan de los años 70 y no se han adaptado a las nuevas realidades ni a la problemática demografía. La sociedad sufre un acentuado envejecimiento, la mano de obra se reduce, la población será 30% menor en 2055 y la inmigración es escasa.
La coyuntura sitúa a Japón donde estaba China 70 años atrás. Mao Zedong dictó en 1950 las leyes más modernas e igualitarias de la época. Las mujeres sufrían entonces el concubinato, el vendaje de los pies o los matrimonios forzosos. El fundador del país entendió que no podría levantarlo con la mitad de la población en casa e igualó a la mujer en derechos al hombre, le permitió estudiar, trabajar, heredar y elegir al marido. “Las mujeres sostienen la mitad del cielo”, dijo a una audiencia que vio desmoronarse su credo confuciano.
Aunque la China rural es aún machista en muchos aspectos, la situación tiende a igualarse en las ciudades. El país, aún en vías de desarrollo, ocupa el puesto 69 en la clasificación del FEM.
Japón también está obligado a contar con la mitad de la población olvidada para reflotar una economía estancada durante dos décadas. Tokio y representantes de la industria se comprometieron a que al menos 55% de las mujeres regresaran al mercado laboral tras dar a luz en 2010 utilizando la imagen de la astronauta y madre Naoko Yamazaki. Pero el plan viene lastrado por unas reticencias crecientes: una encuesta gubernamental de diciembre mostraba que 51% de los japoneses preferían que la mujer se quedara en el hogar y el hombre proveyera el sustento. Eso supone 10.1% más que una encuesta similar de 2009. El incremento fue más acentuado en la población entre 20 y 30 años.
Los expertos no predicen mejoras sustanciales. Siendo optimistas, habrá un flujo de mujeres del hogar al mercado laboral precario. “Los trabajos que aparezcan para ellas, como los de asistentes sociales, tendrán salarios bajos y malas condiciones laborales. Hay pocas esperanzas de que en un futuro cercano ocupen puestos administrativos de poder. Hay excepciones en la abogacía o la arquitectura, pero son fenómenos raros que se dan en mujeres con privilegios o con un talento extraordinario”, explica Nishihara.
Corea del Sur presenta un cuadro parecido: las mujeres sufren sexismo, discriminación salarial y trabas en los negocios. El país vivió el pasado año un acontecimiento histórico con la elección de su primera presidenta, Park Geun-Hye. Park, de 61 años. Es un tsunami en el ecosistema patriarcal: estudió ingeniería electrónica en los años 70, sigue soltera, carece de hijos y admira a políticas como Hillary Clinton o Margaret Thatcher. De hecho, es conocida como la Dama de Hierro asiática. Su eslogan cambió de “Campaña de Felicidad Nacional” a “Una mujer preparada como presidente”.
Park ha corregido el trato contemporizador de sus predecesores frente a las tropelías de Corea del Norte y en el país aún se recuerda el episodio de 1979: le comunicaron que su padre, el dictador Park Chung-hee, acababa de ser asesinado y ella se preocupó por la seguridad nacional. “¿Está la frontera asegurada?”, preguntó.
Seungsook Moon, catedrática del Departamento de Sociología de Vassar College, confía en que los cambios llegarán más por la nueva presencia de “fuertes y vibrantes movimientos de mujeres en la sociedad” que por Park, quien fue elegida “no gracias a su sexo sino a pesar de él”.
“Pero sí que tiene un alcance simbólico que puede servir de modelo a las nuevas generaciones de mujeres”, sostiene.
Su llegada al poder desbordó la simple anécdota e insufló esperanzas sobre las mejoras de la situación de la mujer. Pero Seungsook Moon subraya que existen elementos para frenar el optimismo. Su partido, el conservador New Frontier Party o Saunura, nunca se ha distinguido por la lucha de los derechos de las mujeres. Y Park no llegó al poder por sus méritos estrictos, a pesar de tenerlos, sino por la devoción que su padre aún causa en buena parte de la población.
En los últimos años se aprecian cambios en la estructura tradicional familiar surcoreana. Las surcoreanas cada vez se casan y tienen hijos más tarde para permanecer en el trabajo. “El gobierno ha hecho recientes esfuerzos para solucionar el desnivel de género en el empleo y considera varias infraestructuras sociales para facilitar su reingreso al mercado laboral tras dar a luz. Pero aún es necesario hacer mucho”, opina por mail Jina E. Kim, profesora de Cultura e Historia de Corea del Smith College.
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