El liberal de derecha Mark Rutte, el primer ministro saliente, ha dicho que colaborar con la socialdemocracia tras los comicios del próximo 12 de septiembre será “muy complicado, aunque no descarto a nadie”. “Con ella”, añade, “habrá menos empleo, menos carreteras y más listas de espera sanitaria”. A su vez, Diederik Samsom, líder socialdemócrata, asegura estar “más cerca del socialismo radical que de los liberales”. “Pero el votante nos dará en breve una distribución de escaños parlamentarios que tal vez precise de estos últimos para gobernar”. Bien mirado, son dos frases maestras. No comparten los mismos ideales, pero estarían dispuestos a negociar por el bien del país. Es la versión holandesa de un giro hacia el centro político, ahora que la extrema derecha pierde el poder que había ganado en las elecciones de 2010 y la crisis marca la agenda económica de la eurozona.
El vals rápido que bailan Rutte y Samsom perfila una salida política, que salvo sorpresas de última hora (con grandes ganancias del socialismo radical, o todavía buenos resultados de Geert Wilders, el candidato ultraderechista, xenófobo y líder del Partido de la Libertad) desembocaría en una coalición “lila”. Es decir, con los dos grandes y algún otro grupo menor, ya fueran liberales de izquierda, cristianos de diversa intensidad, e incluso los verdes.
De todos modos, un 43% de los votantes sigue indeciso tan cerca ya de la apertura de las urnas, el próximo miércoles. Una cifra inquietante que Paul Schnabel, director de la Oficina Central de Planificación, órgano asesor del Gobierno en materia económica, explica en clave europea. “Aunque se habla de euroescepticismo, de eurocrítica, si se quiere, la gente no desea abandonar la Unión Europea. Sí piensa que su dinero ha sido gastado en países que no lo merecen. Y surge la duda de si la eurozona es sostenible en las circunstancias actuales, con los apuros de los países del sur, como Grecia, España e Italia”.
En la calle, la incertidumbre y enfado apuntados corren parejos. En Rotterdam, la ciudad más compleja y multicultural del país, pues alberga a 174 nacionalidades entre sus 600.000 habitantes, se palpa el malestar. El puerto —el mayor de Europa y el segundo del mundo— es vital, y vecinos como Bahran de 47 años, nota a diario la crisis. “Llevo 22 años como taxista y hay menos clientes que nunca. Por eso votaré al Partido Socialista. Apoyan a los pobres”, dice.
Patricia Ju, se inclina a su vez a la izquierda. Tiene 32 años, trabaja en una tienda de lencería y está muy interesada en la campaña. “Seguiré los últimos debates a fondo. Creo que mi papeleta será para la socialdemocracia o el Partido Socialista”. Su compañera de trabajo, Janke Renes, de 27 años, irá a por Emile Roemer, jefe socialista radical. “Las diferencias de clase son cada vez mayores en Holanda y no me gusta nada. Parece un buen político”, asegura.
En pleno centro urbano de la ciudad, las terrazas están abarrotadas. Son los días del veranillo de San Martín del delta holandés: antes que lleguen las lluvias y vientos implacables. Marianne y Ted, un matrimonio de pensionistas que tuvo una tienda de flores, son el paradigma de la indecisión. “Deberíamos votar a los liberales derecha. Son el partido de los pequeños empresarios. Pero esto de Europa y la deuda... ¿Y si por mandar tanto dinero allí nos rebajan las pensiones? No sabemos qué votar”, admiten.
Nadie cita la inmigración o el supuesto peligro de islamización de Holanda, los temas estrella del pasado reciente. Según Schnabel, es porque la crisis acapara el espacio. Pero hay algo más, “Geert Widers quemó sus naves el pasado abril. Al dejar en la estacada al Gobierno de centroderecha cuando negociaban nuevos recortes, es decir, cuando más se necesitaba una respuesta a la crisis, apagó la luz. No tendrá influencia en el nuevo Gabinete. Ganará votos y será fuerte tal vez en el Parlamento, pero nadie le hace caso. Su tiempo político parece haber pasado”.
Para sorpresa de todos, el líder socialdemócrata Samsom ha escalado puestos con la tenacidad de los corredores de fondo. Ahora se mueve con soltura hacia la izquierda y el centro. Frente a él, el liberal Rutte trata de mantener su imagen de estadista. Al mismo tiempo, hace gestos a sus posibles aliados que no se lo pongan difícil. Es la hora de las últimas promesas y los insultos al contrario. “Es un fin de campaña estratégico para destacar al candidato que formará Gobierno”, dice Schnabel. Mientras, un buen puñado del electorado, un 43% según los últimos sondeos, sigue indeciso a la espera del debate final que les ilumine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario