Viento Sur
Cualquier enunciado que asocie los términos de “mujer” e “islam” debería comenzar deconstruyendo la pertinencia de este tema. Tratar sobre la cuestión de “la mujer en el islam”, preguntarse hoy día por “la situación” de las mujeres musulmanas, es el fruto de una elaboración histórica. No nos preguntamos con tanta frecuencia por “las mujeres en el judaísmo”, no vemos escrito aquí y allá el tema de “las mujeres en la cristiandad”. Lo cierto es que no se trata ni de la naturaleza de los textos sagrados judíos y cristianos, ni aún menos de las condiciones de vida de las mujeres cristianas y judías, que varían considerablemente según vivan al Norte o al Sur. Salta a los ojos que sólo las musulmanas son designadas por su religión, es decir, que se imputa al islam una influencia fundamental sobre sus condiciones de vida. En general, se designa con el vocablo “mundo musulmán” a un conjunto de países, de lenguas y de culturas muy diferentes, que se extienden a varios continentes. Hablar del “mundo musulmán” y de “la mujer en el islam” parece mostrar una evidencia y tener una resonancia a la altura de las creencias y de los prejuicios sobre el islam y los musulmanes. Ignorando la diversidad y la complejidad sociológica de las sociedades mayoritariamente musulmanas, y también factores socioeconómicos e históricos, muchos consideran que el islam sería la causa fundamental del “subdesarrollo”, del “arcaísmo” y del “retraso” del “mundo musulmán”. La prueba más evidente sería la desigual “condición” de la mujer musulmana –en singular desde luego, porque todas las musulmanas se parecen entre sí–, testimonio del oscurantismo reinante en esas sociedades.
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