- Tiene grandes reservas de crudo, pero importa gran parte de lo que consume
- Los nigerianos apuntan a la corrupción y dicen que el Gobierno les engaña
- La violencia entre musulmanes y cristianos suma cientos de víctimas
Nigeria reúne todas las condiciones para estallar en mil pedazos. La mayor población de África (alrededor de 160 millones de personas), un conflicto étnico y religioso, terrorismo, petróleo y pobreza. Con estos ingredientes, basta con agitar un poco para provocar el caos.
En esta última ocasión, la mecha fatal ha sido el precio de la gasolina. Nigeria es el mayor exportador de petróleo del continente y el 12º productor del mundo. A pesar de su riqueza natural y los enormes beneficios de la venta de crudo a Occidente y Asia, gran parte de su población vive en la más absoluta pobreza.
Una de las ventajas que la población creía tener era el bajo precio del combustible, gracias al subsidio del Gobierno sobre el producto. En una decisión insólita para la mayor parte de los nigerianos, el presidente Goodluck Jonathan decidió reducir los gastos públicos y, consecuentemente, retirar la subvención.
Según el Gobierno, el Estado no puede hacer frente a los 8.000 millones de dólares anuales que suponía esta contribución y que se habría traducido en un aumento imposible de asumir de la deuda externa. Pero en la calle sólo se ven los carteles de la gasolinera. Donde antes ponía "0,40 dólares por litro", ahora pone "0,86". De poco sirvió que Jonathan avisara con tiempo de esta medida o que intentara calmar los ánimos prometiendo una significativa reducción de los sueldos de los políticos y los altos funcionarios. En cuanto subieron los precios, los sindicatos del sector petrolero se echaron a la calle para comenzar una huelga indefinida. Desde su inicio el pasado 9 de enero, cada vez más y más gente se ha ido uniendo a la protesta. Cuando el precio de la gasolina se duplica, afecta a todos.
'El Gobierno nos engaña'
"¿Cómo voy a ir al trabajo si gano menos de lo que me cuesta ir?", cuenta ELMUNDO.es Mal Olufoma, un empleado de unos grandes almacenes en Abuya. "Entiendo que hay que hacer recortes, pero esto es demasiado y el Gobierno nos engaña", añade.
Imagen de archivo de las instalaciones de Shell en el Delta del Níger. | Afp
Este último argumento ha sido repetido hasta la saciedad por los líderes huelguistas, que se basan en el secretismo que guarda la Corporación Petrolera Nacional Nigeriana acerca de la cantidad de petróleo que se importa, desde dónde y por quién, ya que la corrupción y las malas infraestructuras del país no permiten trasladar fácilmente por el país el crudo que refinan en la costa. De este modo, uno de los países con más petróleo del mundo se ve obligado a comprar la gasolina a otras naciones.
Promesas incumplidas
"El asunto del subsidio ha estado sobre la mesa mucho tiempo. Es un debate que viene de lejos", afirma Gilles Yabi, director de proyectos del International Crisis Group en África occidental. "El Gobierno pretende dedicar ese dinero a construir y mejorar infraestructuras y eso significa crear trabajos y promover el desarrollo en el país. Eso es bueno, en la teoría. Pero los nigerianos han sido engañados por sus gobiernos durante años y no tienen motivos para creer ahora. El pasado gabinete prometió lo mismo y no hizo nada", añade. De hecho, algunos ministros defienden que la subvención alimentaba la corrupción y aumentaba las diferencias entre pobres y ricos.
Justo antes de que estallara el descontento, Jonathan se dirigió a la nación afirmando que "el sufrimiento es por el interés de todos los nigerianos". Vistas las consecuencias, la población parece no estar de acuerdo.
La paralización del país amenaza con agravarse. Sobre todo después de que algunos sindicatos amenazaran con el "cierre de la producción de petróleo". A falta de una solución y ante el fracaso de las negociaciones, el caos se va cobrando víctimas mortales. Algunas fuentes hablan de hasta 12 fallecidos, aunque otras limitan este número a tres.
La batalla religiosa
Pero el verdadero miedo son las consecuencias que este descontento generalizado pueda provocar en un país que a duras penas se mantiene unido. No es descabellado pensar que, entre las barricadas y las manifestaciones, los islamistas radicales aprovechen para aumentar su influencia y hacer patente su presencia. La secta radical islámica Boko Haram ya aprovechó el día de Navidad para dejar tras de sí un reguero de sangre con atentados en dos iglesias católicas que se saldaron con cerca de 30 muertos; un punto negro más en la larga lista de enfrentamientos entre cristianos y musulmanes en Nigeria, que no han cesado desde entonces.
La división del país se hace patente con sólo echar un vistazo a los resultados de las últimas elecciones presidenciales. El norte apoyó masivamente al candidato musulmán, Muhammadu Buhari, mientras que el sur se volcó con el contendiente cristiano, Goodluck Jonathan. A pesar de que la voluntad de las regiones quedó dividida por la mitad, la abrumadora diferencia de población entre el norte y el sur propició una cómoda victoria a Jonathan.
Su elección provocó un aumento en el descontento entre los habitantes del norte. Al fin y al cabo, el anterior presidente, Umaru Yar'Adua, era mahometano. La oposición de los fieles al Corán no puede tomarse a la ligera, ya que suponen el 50% de la población. Hasta ahora, Jonathan basaba su poder en la otra mitad, la cristiana. Tras los atentados de Navidad, parecía fuertemente unida. Pero el precio de la gasolina puede cambiarlo todo y debilitar la posición del presidente. Justo cuando Boko Haram amenaza con más atentados: "Cualquier musulmán que engañe y se esconda bajo la capa de la religión, si descubrimos a alguien así, no dudaremos en eliminarlo. Bastan cinco minutos para matar", afirmó Abubakar Shekau, líder de los terroristas, después de conminar a los cristianos a "arrepentirse" si no quieren atenerse a las consecuencias.
Así las cosas, cualquier desenlace es posible. Mientras unas voces hablan de partir el país en dos, otras proponen mantenerse unidos. Hay quien quiere un estado que observe la ley islámica a rajatabla, otros prefieren la occidentalización -gracias a los trabajos que crean las empresas de EEUU- o, simplemente, ser africanos, mantener su identidad y que el resto del mundo les deje en paz.
El rechazo a Goodluck Jonathan es lo único que parece unir a la población, pero según Gilles Yabi, se trata de algo pasajero y el presidente recuperará el apoyo. "Hay que tener en cuenta que el poder en el país está dividido y el Gobierno federal no tiene un control total", afirma Yabi.
Habrá que esperar a ver las consecuencias a medio y largo plazo que tendrán sus medidas. Por lo pronto, el Gobierno tiene que evitar que el polvorín estalle.
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