Las antiguas economías del Este siguen con máxima expectación los avatares de la crisis griega. Los problemas de la deuda europea y su impacto sobre el crédito han provocado una fuerte ralentización del crecimiento de la eurozona. Y, como antes solía decirse de la relación entre Bruselas y Washington, si Europa estornuda, los países del Este se constipan. La mayoría de esos países tienen una fuerte dependencia del desempeño económico europeo [ver gráfico adjunto] y el frenazo de los países del euro se ha traducido en una sustancial rebaja de sus perspectivas de crecimiento para 2012.
El departamento de análisis de Unicredit también tiene cálculos similares: del 4,1% para este año y del 3,3% para 2012, con un descenso de cuatro y seis décimas, respectivamente. Aunque insiste en ver el vaso medio lleno. "La buena noticia para la región es que, a diferencia de 2008, no está en el ojo del huracán", señala su economista jefe para la región, Gillian Edgeworth.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) estimaba, en su informe regional de septiembre, que los países de la Europa emergente habían registrado a finales de 2010 y principios de 2011 una fuerte recuperación hasta rozar los niveles previos a la crisis de 2008. Solo Croacia mantenía cifras de crecimiento negativas y la mayoría de los países habían reducido su dependencia del exterior y ampliado la aportación al PIB de los distintos componentes de la demanda interna. Pero a partir de julio y agosto, la senda de la recuperación cambió y el deterioro se hizo evidente. La caída de la demanda externa y de la producción industrial empezó a afectar, sobre todo, a Hungría, República Checa, Eslovaquia y Estonia.
En general, los países del Báltico y el sureste de Europa son las zonas más dependientes de la zona euro, como destino de sus exportaciones y fuente de los flujos de inversión extranjera directa y de financiación a corto plazo. El temor del BERD y del propio FMI es que incluso el sistema financiero de estos países, a los que habría que sumar otros también vulnerables como Ucrania, se vea afectado por la falta de apoyo de las matrices de sus bancos y la consiguiente restricción del crédito, lo que acabaría redundando en problemas financieros locales. De hecho, los datos de Unicredit revelan que algunas de estas economías han aumentado su dependencia del capital extranjero para la financiación de su sector financiero, especialmente Turquía, que ha aumentado en 5,2 puntos porcentuales, y Polonia, en 9,3. "Un repentino frenazo en los flujos [externos] forzaría un ajuste de las balanzas por cuenta corriente, limitaría la concesión de nuevos créditos y tendría un indudable impacto negativo sobre la actividad económica", señala la entidad italiana.
Las señales de alarma se acumulan especialmente en el caso de Turquía, porque a su mayor dependencia de capital extranjero para financiar la banca se suma un crecimiento desorbitado del crédito, a ritmos del 30%, "con el constante temor a un boom insostenible", advierte el banco de desarrollo. Es decir, se acumulan señales crecientes de una burbuja de crédito, similares a las que en su día vivieron economías como Irlanda o España, en una de las mayores economías de la región. En una línea similar, Mongolia encabeza el crecimiento del crédito con ritmos del 70% y Armenia otro 30%, mientras que en los países bálticos la evolución del crédito sigue en terreno negativo.
Para combatir esos riesgos, el presidente del BERD, Thomas Mirow, advertía la semana pasada desde Belgrado de la necesidad de intensificar la agenda de reformas estructurales y una mejora de las condiciones para hacer negocios de la región.
En el otro lado de la balanza, Rusia, Rumanía y Croacia, que por distintos motivos están registrando crecimientos trimestrales por encima de la media. Por ejemplo, en el caso de Rusia, "el gasto preelectoral apoyará la demanda doméstica, mientras que con precios de materias primas elevados y una baja inflación contribuirán a reforzar la capacidad de poder de compra", apunta Edgeworth.
Pero los riesgos están ahí. Aunque la región "está mejor preparada para soportar los shocks externos del tipo y la magnitud de los que experimentó en 2008", como admite el BERD, si llegan a producirse en esta ocasión en la eurozona "pueden ser mucho más severos que los ocurridos en 2008 y 2009", advierte. En ese caso, y para mitigar semejantes riesgos, "la coordinación de una política que incluya a la Europa emergente será necesaria incluso más que cuando tuvo lugar la primera Iniciativa de Viena en 2008 y 2009".
Esa iniciativa creó entonces un marco de gestión coordinada de crisis entre bancos europeos trasnacionales establecidos en la Europa del Este, que contó con la financiación, entre otros, del propio BERD. La Iniciativa de Viena ha evolucionado en los últimos meses hacia una nueva fase, para incluir medidas de prevención de crisis -no solo de gestión y resolución- llamada Viena Plus. Pero si ese escenario se llega a producir, de poco servirán este tipo de iniciativas, dado que el margen de actuación de las entidades financieras y de los propios Estados es ahora mucho más limitado que en 2008. Por ahora, ese no es ni de lejos el escenario central de los analistas.
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