Julieta Paredes, de la Asamblea Feminista, autora del libro 'Hilando fino desde el feminismo comunitario' / Foto Emma Gascó
Julieta Paredes fue una de las fundadoras de Mujeres Creando en 1992. Tras un agitado debate sobre cómo enfocar el trabajo de este colectivo, se integró en la Asamblea Feminista, donde sigue militando. Durante la primera presidencia de Evo Morales, trabajó durante dos meses para el gobierno realizando un plan en el que se pondrían en práctica muchos de los principios del “feminismo comunitario”. Según reconoce Paredes, aunque no hay voluntad política de cumplir con el plan, éste ya se está implementando en las comunidades gracias a las organizaciones sociales.
DIAGONAL: ¿Qué es el feminismo comunitario?
JULIETA PAREDES: En la Revolución Francesa los hombres declaran los derechos de los hombres: libertad, fraternidad, igualdad, propiedad privada, ciudadanía o Estado nación. Las mujeres se quedaron al margen. Y ésa es la modernidad europea occidental; no es que haya nacido con la igualdad de las mujeres. A partir de ahí nace el movimiento feminista, en toda su razón europeo, occidental, norteamericano. Hemos luchado y sólo para los hombres. No. También las mujeres queremos nuestros derechos, pero los planteamos como derechos individuales. A los derechos individuales de los hombres, queremos los derechos individuales de las mujeres: propiedad privada, ciudadanía, divorcio…
Nosotras, en nuestro feminismo comunitario, partimos de otro lugar, porque nosotras no nos plantamos individualmente, nosotras nos plantamos lado a lado con los hermanos. Desde una identidad común planteamos una propuesta política, ya no individualista, sino de todos mis derechos en la comunidad, no mis derechos individuales. Eso presupone que nos reconocemos como parte de las mismas discriminaciones, opresiones y explotaciones que sufren nuestros hermanos, con la denuncia de que ellos en la comunidad se convierten en nuestros opresores y nuestros explotadores. El chacha-warmi, la famosa complementariedad andina, es una complementariedad jerárquica donde los hombres están sobre las mujeres. Compartimos las luchas con ellos, todas las luchas, pero denunciamos que en el interior de la comunidad ellos se convierten en nuestros patriarcas y patrones.
Si queremos una revolución y un proceso de cambio eso es lo primero que tiene que cambiar en la comunidad. No es suficiente culparle al Estado, al q’ara [blanco], al español, del machismo… Nosotras pertenecemos a nuestra comunidad, a nuestra identidad cultural, y desde ahí vamos a pelear, desde ahí vamos a defender nuestros derechos como mujeres que forman parte de la comunidad. Ésa es la matriz del feminismo comunitario.
J.P.: Nosotras hablamos de que ha habido un entronque patriarcal. Mis hermanos aymaras no se salvan porque igual eran patriarcas antes. Una prueba de eso es la negociación que hacían entre hombres en el espacio de las llamadas Vírgenes del Sol, utilizado para el servicio sexual, económico, político y educativo de las castas dominantes de los incas. Y esas hijas eran de los pueblos conquistados. Si antes de que llegaran los q’aras [los españoles] esto era un paraíso, como algunos hermanos dicen, ¿por qué no eran los hombres el botín de mediación e intercambio, por ejemplo, entre los aymaras y los incas?
Sin embargo, en el siglo XIII o XIV las mujeres acá estaban un poquito mejor que las mujeres en Europa en esa época, que no tenían tierra y no eran consideradas personas… Aquí sí, en las comunidades y en las castas dominantes eran consideradas personas. En la Europa del medioevo las mujeres dependían de los hombres; del padre pasaban al esposo. Aquí existía la patrilinealidad y la matrilinealidad, dos líneas tanto de tierras como económica… Había patriarcado, pero la situación de las mujeres estaba mucho mejor que en Europa. Nosotras siempre decimos “hemos venido de mejor a peor” con la invasión colonial, con el capitalismo, con la modernidad. ¿Cómo que nos anda diciendo la ONU o la Unicef que hay que mejorar la situación de la mujer? Primero tendríamos que recuperar la situación en la que estaban nuestras tatarabuelas y de ahí empezar a mejorar.
J.P.: El colonialismo hace un pacto entre hombres para que las peores perjudicadas sean las mujeres. Nosotras planteamos que el entronque patriarcal crea un imaginario cómplice en nuestros hermanos, como si quisieran poder ser en algo como el opresor. Entonces empiezan a controlar a sus mujeres con la potestad que les dan los virreyes, los españoles, la iglesia. Por eso decimos que si vamos a descolonizar no lo vamos a conseguir si no hay una despatriarcalización.
Este dominio sobre las mujeres vuelve a quedar patente en la República y la revolución del ‘52, que supuestamente era un revolución liberal. Los títulos de la reforma agraria hacen dos traiciones: a la comunidad y a las mujeres. Son títulos individuales, pese a que las tierras eran comunitarias, y el hombre es el jefe de la familia, la mujer no cuenta. Las mujeres se quedan en el ‘52 sin tierra, cuando la lucha por las tierras también había sido una lucha de las abuelas.
Con ese entronque de los patriarcados los hermanos salen un poquito favorecidos. Ese poquito luego se consolida en los dominios y las responsabilidades personales de cada hombre en relación a su compañera o las mujeres que lo rodean. Es importante esta matriz de entender las cosas, porque no es solo el colonizador, aquí hay responsabilidades de cada hombre, de cada abuelo, de cada tatarabuelo traidor a la comunidad, traidor a sus hermanas.
J.P.: Hay un sistemático ocultamiento e invisibilización de lo que es la participación política, económica y teórica de las mujeres. Y ese sistemático ocultamiento e invisibilización tiene como consecuencia que la comunidad hoy está tuerta, manca y coja, porque este lado que somos las mujeres [se tapa un ojo], por el patriarcado y el machismo, no está funcionando. Por lo tanto, los hermanos están mirando con un sólo ojo creyendo que lo miran todo. Nosotras tenemos esta otra mirada. Y ésta es la mirada, ésta es la mano y éste es el pie que le falta de la comunidad.
En este proceso de cambio la participación de las mujeres no es un favor, una concesión, una caridad que puede hacer el hermano Evo, el MAS o la Asamblea Plurinacional, es una obligación de toda organización y toda comunidad. Porque si no pasa lo que está pasando hoy. El proceso se tropieza, se cae, porque piensan que están mirando, pero se olvidaron del otro lado. Y de ese lado están viniendo los golpes, las corrupciones, los autoritarismos, las jerarquías… Esta visión y esta manera de entender es recíproca, no es complementaria. Se trata de poner la comunidad en su lugar: no son dos individualidades, es una misma, pero hoy está mal. Ese entronque patriarcal ha ido reafirmando a los hermanos arriba. Si los tatarabuelos dudaban un poco, eran un poco tímidos en su machismo, hoy son impunes. Les importa un bledo lo que dicen las mujeres, ellos discuten entre ellos, se cagan en lo que podamos decir. Son impunes y les importa un pepino.
Este proceso a las mujeres nos plantea el desafío de aportar sin renunciar a nuestra autonomía. Eso es el feminismo comunitario. Hemos creado esta otra manera de interpretar el feminismo, pero nos seguimos llamando feministas. Nuestro plan teóricamente es impecable, creativo, novedoso, pero no hay voluntad de cumplirse.
J.P.: Lo que se ve por los índices planteados por el propio capitalismo es lo que el capitalismo necesitaría de las mujeres en América Latina para servir mejor a la acumulación económica. Lo que nosotros hemos dicho es que nos negamos a esos índices. Nosotras hablamos de campos de acción y de lucha.
Hay un campo de acción y de lucha que es el cuerpo. No es la salud reproductiva, es el cuerpo. Ahí puedes discutir desde sexualidad, derecho a ser mamá, aborto, hasta los procesos existenciales e identitarios del blanqueamiento, porque es nuestra belleza, nuestros cuerpos son distintos como indígenas y eso hay que trabajarlo y valorarlo. Se trata de la descolonización más íntima. Luego está el espacio. Porque, ¿qué espacios tenemos las mujeres? Desde la tierra hasta los espacios de la casa, ¿realmente tenemos casa las mujeres? ¿o somos unas parias? Aquí también se puede hablar del espacio político. Otro campo de lucha es el tiempo, tiempo para trabajar… El trabajo doméstico es trabajo, no es amor, es trabajo, es tiempo. Si los hombres tienen tiempo es porque no hacen trabajo doméstico. Otro campo, el movimiento, tiene que ver con movimiento organizativo y autonomía organizativa política y social, autoorganización. Aunque estés formando parte de un movimiento grande como puede ser las Comunidades Interculturales o los cocaleros, tiene que haber la autonomía organizativa de las cocaleras. Y, por último,la memoria, que es ese largo recorrido de nuestra sabiduría y nuestras luchas heredades de nuestras abuelas, esa memoria larga….
No hay voluntad política para llevar adelante el plan, pero no cuentan con nuestra astucia, como dice el Chapulín Colorado, que somos las organizaciones sociales. Nosotras estamos caminando por todas las comunidades, hablando, construyendo, haciendo alianzas. Es el proceso pese a Evo, ojalá sea con él, porque hay que reconocerle sus méritos, pero el proceso es nuestro. Y estamos trabajando con las organizaciones de mujeres, con organizaciones de hermanos afines… Es un feminismo con nuestras comunidades, desde nuestras comunidades, haciendo entender peleando. Hay que trabajar con las mujeres. Son las organizaciones sociales las que vamos a garantizarlo, de hecho el plan ha sido ideado para esto…
D.: ¿Cómo se aplica el plan?
J.P.: Esto en la comunidad lo puede hacer cualquiera, cualquier hermana, aunque no sepa escribir. Con estos cinco campos de lucha, las mujeres de una comunidad se reúnen para hablar, por ejemplo, de un proyecto de gallinas… A partir de cualquier proyecto, ellas tienen que discutir cómo se van a ver afectados esos cinco campos de acción. Por ejemplo, el cuerpo de las mujeres en este proyecto ¿cómo va a estar? ¿Con qué tiempo se va a desarrollar? ¿Qué va a significar este proyecto de las gallinas si no se comparten las tareas domésticas? ¿Va a significar que si antes las mujeres dormían cuatro horas, ahora van a dormir dos horas? ¿Y no se trataba de mejorar acaso la situación de las mujeres?
Al haber hablado de cuerpo, si una compañera muere duele. Ya no es lo cínico de las estadísticas. Porque esta comunidad se ha fijado sus propios índices. Entonces el cinismo de la tecnocracia del desarrollo, de la planificación del desarrollo lo hacemos mierda con esto. Porque ahí los logros los sientes en la piel, porque es tu mamá, tu vecina, tu hija… Es otra concepción. Esto lo estamos enseñando, facilitando el proceso de aprendizaje de las hermanas, pero es un proceso lento.
D.: ¿Cuál fue el papel de la mujeres en las movilizaciones contra el neoliberalismo?
J.P.: En el año 2003 son las mujeres la principal fuerza política y de sostén cotidiano de la insurrección. La cotidianidad ha sido organizada por las mujeres en ollas comunes. ¿Cómo se ha organizado la compra, el trueque, las ollas comunes? A principio de 2005, estalla la otra crisis con el gobierno de Mesa. Lo que se hace es una pequeña insurrección y ahí los hombres ya eran famosos. La prensa internacional los había puesto en la cartelera, se habían puesto de moda y ellos no iban a dejar eso. En 2005, los hombres agarran toda la dirección. ¿Saben qué hacen? Toman la planta de Sinkata, de repartija del gas (antes no teníamos gas domiciliario). “Ni una garrafa de gas para la ciudad de La Paz ni a nadie. Bloqueo”. ¡Cojudos! ¿Cómo se iba a sostener un movimiento sin comida? ¿Cómo comes? Con gas. ¿Ves? [se tapa un ojo]. No saben, creen que todo se hace guerreando. Pero la revolución se sostiene desde distintos lados, no sólo es cuando aparece la tele… Y ahí estamos la mujeres. Si no hubiera sido por las mujeres no hubieran resistido ni tres días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario