Intervención del sociólogo cubano Aurelio Alonso en el Ciclo de Pensamiento Social Caribeño: “Actualidad de Frantz Fanon: hacia un humanismo renovado”, celebrado en la Casa, del 24 al 28 de octubre
por Aurelio Alonso
¿Cómo pensamos a Fanon desde la perspectiva cubana, visto en su tiempo y en el tiempo presente? Esa es la pregunta en torno a la cual va a girar mi presentación, a partir de su vida y de su pensamiento. Para lo cual me apoyo principalmente en Los condenados de la tierra, obra que resume su aporte sustantivo de la manera más acabada. Fue, además, por donde nos familiarizamos en Cuba con su pensamiento. Solo después conocimos y publicamos igualmente Piel negra, máscaras blancas, y otros ensayos.
Estamos ante un pensador revolucionario de los 60, uno de los más importantes, pero al propio tiempo, un pensador que rebasa su horizonte de vida, y no dudo en afirmar el alcance de su obra para hoy y para el futuro. Estamos ante un pensamiento que se desarrolla en estrecha relación con la experiencia revolucionaria argelina, aunque rebasa la geografía africana y se inscribe en la tradición de las reflexiones claves, entre los que pensaron y los que piensan el Tercer Mundo.
Fanon pertenece a la misma generación del Che Guevara y Fidel Castro; es hijo del mundo explotado y discriminado, en su caso por pobre y por negro. Los tres viven, desde su juventud, los compromisos sociales que les marcan definitivamente. Fanon primero, en la campaña final contra el nazismo en Francia, en la Guerra Mundial, que sin ser una guerra revolucionaria suponía una confrontación que la legitimaba ideológicamente desde la izquierda. Cerca de diez años después vivió la experiencia de la revolución argelina. El Che se enroló, con Fidel, en la lucha en la Sierra Maestra. Che y Fanon se hicieron médicos en los mismos años. Fanon, psiquiatra, lo que le permitió, desde temprano, asociar sus estudios clínicos a su reflexión general revolucionaria.
Su vida adulta fue sumamente corta y empeñó su aliento final en concluir la obra que transmitiera la madurez de su pensamiento: Los condenados de la tierra. Cuando la enfermedad lo vence en 1961, el Che recién se involucraba en los quehaceres de la comprensión económica del proyecto socialista cuya conducción política compartía con sus compañeros cubanos.
La vida del Che no fue mucho más larga que la de Fanon, y se sintió igualmente urgido de dejar un legado que resumiera su mirada, con la crudeza que la realidad imponía, y en eso se convirtió su extensa carta al director del semanario Marcha titulada El socialismo y el hombre en Cuba. En ambos luchadores, Fanon y el Che, el concepto de «hombre nuevo» identifica la convicción de que la dimensión humana tenía que presidir cualquier ruta de transformación efectiva hacia un mundo mejor.
Se trata de una propuesta humanista, pero no de cualquier humanismo: una propuesta humanista que no había sido ni sería teorizada sino que tendría que salir de la lucha por la emancipación definitiva. El pensamiento de Fanon se destaca entre los que se sustentan en la tesis de que el centro de la conflictividad dominante en el sistema mundo había que definirla a partir de la contradicción Norte-Sur. O sea, entre los centros del capital y el mundo constituido por sus periferias. En otras palabras, de la explotación mundializada. De ningún modo desde el llamado «bipolarismo» Este-Oeste, como presumían las potencias. Es obvio que entonces como ahora teníamos que atravesar inevitablemente el narcicismo de las potencias.
Fanon se convierte, en consecuencia, en uno de los pioneros de la reflexión revolucionaria surgida en el Tercer Mundo de la posguerra. No fue el único, otros pensadores africanos, como Patricio Lumumba,[1] Amílcar Cabral, y otros. El pensamiento de izquierda africano le debe muchísimo a Fanon.
Los condenados de la tierra nutrió la reflexión de la izquierda africana de los 60, porque partía de la experiencia de Argelia y, sobre todo, porque rebasaba la frontera de la cuestión argelina y tocaba el nervio mayor del problema. También alcanzaría su incidencia a quienes defendían, en la América Latina, las opciones revolucionarias frente a las reformistas. E incluso a los economistas que desarrollaron la crítica de la «dependencia» hacia mediados de los 60, como Theotonio dos Santos, Fernando Caputo, Rui Mauro Marini, Tomás A. Vasconi, André Gunder Frank, y otros.
No hay que olvidar que la América Latina se hallaba entonces ante la incidencia de la victoria de la Revolución cubana que había puesto al país en el camino de la emancipación definitiva, con el desafío de resistencia que le planteaba la agresividad sin tregua del imperio.
Sartre destaca con razón que «el Tercer Mundo se descubre y se expresa a través de esa voz [la de Fanon]: pueblos sometidos, otros que han adquirido una falsa independencia, algunos que luchan por conquistar su soberanía, y otros que, aunque han ganado la libertad plena, viven bajo la amenaza de una agresión imperialista». Sartre y Fanon se conocieron y se identificaron mucho y, por eso, en su prólogo a Los condenados de la Tierra puede asegurar que «Cuando Fanon dice que Europa se precipita a la perdición, lejos de lanzar un grito de alarma hace un diagnóstico[…] no pretende condenarla […] ni darle los medios para sanar».
Me permito recordar aquí que Sastre no fue un filósofo de academias, sino un hombre profundamente comprometido, marxista y revolucionario, que operó un cambio radical en el movimiento existencialista. Fue un humanista. Merece recordarse su renuncia al Premio Nobel de Literatura que se le otorgó en 1964, por negarse a ser galardonado por un mundo en el cual se vivía sin libertad.
Entre otras cosas, con la posguerra y el auge de movimientos populares se aceleró un proceso de «descolonización» de las colonias europeas, término que aludía en el fondo al arte de las potencias para propiciar la transformación de sus últimos enclaves coloniales en neocoloniales. Europa ajustaba su modelo de dominación y explotación según la experiencia que los Estados Unidos habían seguido en la América Latina. Lo cual significaba la modernización de la colonialidad. Fanon sostiene la necesidad de la ruptura del lazo colonial como liberación del colonizado del yugo colonial, por oposición a la descolonización, simple rediseño de la dependencia política y económica, a la cual el petróleo comenzaba a potenciar en significado. «Me he comprometido conmigo mismo y con mis semejantes a combatir toda mi vida y con todas mis fuerzas para que nunca más sobre la tierra haya pueblos sojuzgados» nos dice en Piel negra, máscaras blancas.
Al justificar Sastre, en su prólogo, el sentido de la violencia que se defiende en Los condenados de la tierra, señala Sartre: «Fanon es el primero, después de Engels, que vuelve a poner en evidencia a la partera de la historia […], es el intérprete de la situación, nada más». Para comprender la violencia del colonizado no es posible olvidar que «el colonizador lleva la violencia a la casa y a la mente del colonizado», lo que lo ponen en un estado de tensión permanente, pues «esta dominado pero no domesticado, inferiorizado pero no convencido de su inferioridad».
El problema racial quedará entonces íntimamente ligado a la colonialidad. Se hace similar al modo en que lo ha visto desde entonces y lo ve hoy en nuestra América el sociólogo peruano Aníbal Quijano. De modo que la visión de Fanon se diferenciará de las tesis sobre la negritud desarrolladas por su coterráneo y amigo Aimé Césaire. No quiere decir que descuidemos el mérito de la postura emancipadora de Césaire, que en su Discurso sobre el colonialismo sanciona: «Una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que su funcionamiento suscita, es una civilización decadente. // Una civilización que decide cerrar los ojos a sus problemas cruciales, es una civilización enferma. // Una civilización que escamotea sus principios es una civilización moribunda»[2] y a continuación caracteriza a la civilización occidental, cuyo epicentro rebasa, seis décadas después, las fronteras de Europa, devenida hoy en teatro de confrontaciones del imperio americano. «Europa es indefendible» resume Césaire estas apreciaciones iniciales del documento.
Maurice Maschino[3] observa que Fanon concluye, ya en 1952, que hay que superar la cuestión del color; desprenderse del mito de la raza negra (inferiorizada o sobrestimada) para construir al hombre, esta tesis es la de Piel negra, máscaras blancas:
Estamos ante un pensador revolucionario de los 60, uno de los más importantes, pero al propio tiempo, un pensador que rebasa su horizonte de vida, y no dudo en afirmar el alcance de su obra para hoy y para el futuro. Estamos ante un pensamiento que se desarrolla en estrecha relación con la experiencia revolucionaria argelina, aunque rebasa la geografía africana y se inscribe en la tradición de las reflexiones claves, entre los que pensaron y los que piensan el Tercer Mundo.
Fanon pertenece a la misma generación del Che Guevara y Fidel Castro; es hijo del mundo explotado y discriminado, en su caso por pobre y por negro. Los tres viven, desde su juventud, los compromisos sociales que les marcan definitivamente. Fanon primero, en la campaña final contra el nazismo en Francia, en la Guerra Mundial, que sin ser una guerra revolucionaria suponía una confrontación que la legitimaba ideológicamente desde la izquierda. Cerca de diez años después vivió la experiencia de la revolución argelina. El Che se enroló, con Fidel, en la lucha en la Sierra Maestra. Che y Fanon se hicieron médicos en los mismos años. Fanon, psiquiatra, lo que le permitió, desde temprano, asociar sus estudios clínicos a su reflexión general revolucionaria.
Su vida adulta fue sumamente corta y empeñó su aliento final en concluir la obra que transmitiera la madurez de su pensamiento: Los condenados de la tierra. Cuando la enfermedad lo vence en 1961, el Che recién se involucraba en los quehaceres de la comprensión económica del proyecto socialista cuya conducción política compartía con sus compañeros cubanos.
La vida del Che no fue mucho más larga que la de Fanon, y se sintió igualmente urgido de dejar un legado que resumiera su mirada, con la crudeza que la realidad imponía, y en eso se convirtió su extensa carta al director del semanario Marcha titulada El socialismo y el hombre en Cuba. En ambos luchadores, Fanon y el Che, el concepto de «hombre nuevo» identifica la convicción de que la dimensión humana tenía que presidir cualquier ruta de transformación efectiva hacia un mundo mejor.
Se trata de una propuesta humanista, pero no de cualquier humanismo: una propuesta humanista que no había sido ni sería teorizada sino que tendría que salir de la lucha por la emancipación definitiva. El pensamiento de Fanon se destaca entre los que se sustentan en la tesis de que el centro de la conflictividad dominante en el sistema mundo había que definirla a partir de la contradicción Norte-Sur. O sea, entre los centros del capital y el mundo constituido por sus periferias. En otras palabras, de la explotación mundializada. De ningún modo desde el llamado «bipolarismo» Este-Oeste, como presumían las potencias. Es obvio que entonces como ahora teníamos que atravesar inevitablemente el narcicismo de las potencias.
Fanon se convierte, en consecuencia, en uno de los pioneros de la reflexión revolucionaria surgida en el Tercer Mundo de la posguerra. No fue el único, otros pensadores africanos, como Patricio Lumumba,[1] Amílcar Cabral, y otros. El pensamiento de izquierda africano le debe muchísimo a Fanon.
Los condenados de la tierra nutrió la reflexión de la izquierda africana de los 60, porque partía de la experiencia de Argelia y, sobre todo, porque rebasaba la frontera de la cuestión argelina y tocaba el nervio mayor del problema. También alcanzaría su incidencia a quienes defendían, en la América Latina, las opciones revolucionarias frente a las reformistas. E incluso a los economistas que desarrollaron la crítica de la «dependencia» hacia mediados de los 60, como Theotonio dos Santos, Fernando Caputo, Rui Mauro Marini, Tomás A. Vasconi, André Gunder Frank, y otros.
No hay que olvidar que la América Latina se hallaba entonces ante la incidencia de la victoria de la Revolución cubana que había puesto al país en el camino de la emancipación definitiva, con el desafío de resistencia que le planteaba la agresividad sin tregua del imperio.
Sartre destaca con razón que «el Tercer Mundo se descubre y se expresa a través de esa voz [la de Fanon]: pueblos sometidos, otros que han adquirido una falsa independencia, algunos que luchan por conquistar su soberanía, y otros que, aunque han ganado la libertad plena, viven bajo la amenaza de una agresión imperialista». Sartre y Fanon se conocieron y se identificaron mucho y, por eso, en su prólogo a Los condenados de la Tierra puede asegurar que «Cuando Fanon dice que Europa se precipita a la perdición, lejos de lanzar un grito de alarma hace un diagnóstico[…] no pretende condenarla […] ni darle los medios para sanar».
Me permito recordar aquí que Sastre no fue un filósofo de academias, sino un hombre profundamente comprometido, marxista y revolucionario, que operó un cambio radical en el movimiento existencialista. Fue un humanista. Merece recordarse su renuncia al Premio Nobel de Literatura que se le otorgó en 1964, por negarse a ser galardonado por un mundo en el cual se vivía sin libertad.
Entre otras cosas, con la posguerra y el auge de movimientos populares se aceleró un proceso de «descolonización» de las colonias europeas, término que aludía en el fondo al arte de las potencias para propiciar la transformación de sus últimos enclaves coloniales en neocoloniales. Europa ajustaba su modelo de dominación y explotación según la experiencia que los Estados Unidos habían seguido en la América Latina. Lo cual significaba la modernización de la colonialidad. Fanon sostiene la necesidad de la ruptura del lazo colonial como liberación del colonizado del yugo colonial, por oposición a la descolonización, simple rediseño de la dependencia política y económica, a la cual el petróleo comenzaba a potenciar en significado. «Me he comprometido conmigo mismo y con mis semejantes a combatir toda mi vida y con todas mis fuerzas para que nunca más sobre la tierra haya pueblos sojuzgados» nos dice en Piel negra, máscaras blancas.
Al justificar Sastre, en su prólogo, el sentido de la violencia que se defiende en Los condenados de la tierra, señala Sartre: «Fanon es el primero, después de Engels, que vuelve a poner en evidencia a la partera de la historia […], es el intérprete de la situación, nada más». Para comprender la violencia del colonizado no es posible olvidar que «el colonizador lleva la violencia a la casa y a la mente del colonizado», lo que lo ponen en un estado de tensión permanente, pues «esta dominado pero no domesticado, inferiorizado pero no convencido de su inferioridad».
El problema racial quedará entonces íntimamente ligado a la colonialidad. Se hace similar al modo en que lo ha visto desde entonces y lo ve hoy en nuestra América el sociólogo peruano Aníbal Quijano. De modo que la visión de Fanon se diferenciará de las tesis sobre la negritud desarrolladas por su coterráneo y amigo Aimé Césaire. No quiere decir que descuidemos el mérito de la postura emancipadora de Césaire, que en su Discurso sobre el colonialismo sanciona: «Una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que su funcionamiento suscita, es una civilización decadente. // Una civilización que decide cerrar los ojos a sus problemas cruciales, es una civilización enferma. // Una civilización que escamotea sus principios es una civilización moribunda»[2] y a continuación caracteriza a la civilización occidental, cuyo epicentro rebasa, seis décadas después, las fronteras de Europa, devenida hoy en teatro de confrontaciones del imperio americano. «Europa es indefendible» resume Césaire estas apreciaciones iniciales del documento.
Maurice Maschino[3] observa que Fanon concluye, ya en 1952, que hay que superar la cuestión del color; desprenderse del mito de la raza negra (inferiorizada o sobrestimada) para construir al hombre, esta tesis es la de Piel negra, máscaras blancas:
- El negro está encerrado en su cuerpo […] Es esclavo del pasado […] Lograrán desalienarse los negros y los blancos que se hayan negado a dejarse encerrar en el pasado. De ningún modo debo extraer mi vocación original del pasado de los pueblos de color; de ningún modo debo dedicarme a revivir una civilización negra injustamente olvidada. No soy hombre de ningún pasado. No quiero cantar al pasado a expensas de mi presente y de mi porvenir […] Solo quiero una cosa: que cese el avasallamiento del hombre por el hombre ―es decir, de mí mismo por otro―. Que se me permita descubrir y querer al hombre allí donde esté.
Fanon denuncia también al negro que sobrestima su color, la civilización de sus antepasados, las lenguas peuhl o swahili, pues este negro sigue defendiéndose en relación al blanco, adopta sus criterios, interioriza la imagen que el blanco le propone, contentándose simplemente con mirarla al revés: el desprecio se transforma en exaltación, la repulsa en admiración; en ambos casos […] son hombres alienados. Fanon analiza el conflicto racial como expresión del conflicto de la dominación económica, el conflicto de clase, la relación central de poder dentro de la sociedad.
Para aludir a otros elementos de su reflexión revolucionaria de entonces ―y reitero que la experiencia vivida en Argelia en la base de esta apreciación― descalificaba a los partidos comunistas para el liderazgo de las luchas, aunque los reconocía si y solo si aparecían formándose en la lucha, como resultado de la lucha, íntimamente vinculados a ella, desprovistos de influencias ajenas a la lucha emancipadora. Otro aspecto, también vinculado a la vivencia argelina, se refiere a una especial valorización del papel del campesinado en la lucha y en la transformación revolucionaria de conjunto. Se lo plantea explicitamente en torno a los «ellaheen» en Argelia. Es algo en lo que la historia posterior también le da razón, si tomamos en cuenta el papel del Movimiento Sin Tierra en Brasil, los movimientos indígenas en los países andinos y otros ejemplos de la América Latina, África y Asia, que desde el primer encuentro de Porto Alegre en 2003 han mantenido la vitalidad de los encuentros del Foro Social Mundial.
Quisiera cerrar esta presentación leyendo unas líneas de las conclusiones de Los condenados de la Tierra que ustedes tendrán la posibilidad de tener en sus manos:
Para aludir a otros elementos de su reflexión revolucionaria de entonces ―y reitero que la experiencia vivida en Argelia en la base de esta apreciación― descalificaba a los partidos comunistas para el liderazgo de las luchas, aunque los reconocía si y solo si aparecían formándose en la lucha, como resultado de la lucha, íntimamente vinculados a ella, desprovistos de influencias ajenas a la lucha emancipadora. Otro aspecto, también vinculado a la vivencia argelina, se refiere a una especial valorización del papel del campesinado en la lucha y en la transformación revolucionaria de conjunto. Se lo plantea explicitamente en torno a los «ellaheen» en Argelia. Es algo en lo que la historia posterior también le da razón, si tomamos en cuenta el papel del Movimiento Sin Tierra en Brasil, los movimientos indígenas en los países andinos y otros ejemplos de la América Latina, África y Asia, que desde el primer encuentro de Porto Alegre en 2003 han mantenido la vitalidad de los encuentros del Foro Social Mundial.
Quisiera cerrar esta presentación leyendo unas líneas de las conclusiones de Los condenados de la Tierra que ustedes tendrán la posibilidad de tener en sus manos:
- Compañeros, el juego europeo ha terminado definitivamente, hay que encontrar otra cosa. Podemos hacer cualquier cosa ahora a condición de no imitar a Europa, a no dejarnos obsesionar por el deseo de alcanzar a Europa.
Europa ha adquirido tal velocidad, loca y desordenada que escapa ahora a todo conductor, a toda razón y va con un vértigo terrible hacia un abismo del que vale más alejarse lo más pronto posible […]
Cuando busco al hombre en la técnica y en el estilo europeos veo una sucesión de negaciones del hombre, una avalancha de asesinos.
La condición humana, los proyectos del hombre, la colaboración entre los hombres en tareas que acrecienten la totalidad del hombre son problemas nuevos que exigen verdaderos inventos […]
Tratemos de inventar al hombre total que Europa ha sido incapaz de hacer triunfar.
Hace dos siglos una antigua colonia europea decidió imitar a Europa. Lo logró hasta el punto que los Estados Unidos de América se han convertido en un monstruo en que las taras, las enfermedades y la inhumanidad de Europa han alcanzado terribles dimensiones […]
El Tercer Mundo está ahora frente a Europa como una masa colosal cuyo proyecto debe tratar de resolver los problemas a los cuales esa Europa no ha sabido aportar soluciones […]
Se trata, para el Tercer Mundo, de reiniciar una historia del hombre que tome en cuenta, al mismo tiempo, las tesis, algunas veces prodigiosas, sostenidas por Europa, pero también los crímenes de Europa…
No rindamos, pues, compañeros, un tributo a Europa creando Estados, instituciones y sociedades inspirados en ella.
LA HUMANIDAD ESPERA DE NOSOTROS ALGO MÁS QUE ESA IMITACIÓN CARICATURESCA Y, EN GENERAL, OBSCENA.
Y permítanme terminar por recordar una respuesta que el Che Guevara dio al periodista francés Jean Daniels en una entrevista en La Habana, en 1963, en la cual afirmaba enfáticamente: «El desarrollo económico sin la desalienación del hombre no nos interesa».
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Notas:
1. Jean Paul Sartre: «El Pensamiento político de Patricio Lumumba», en Situations V, París 1964.
2. Citado de Casa de las Américas no 36/37, 1966.
3. Tomado de Pensamiento Crítico no. 2, 1967.
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Notas:
1. Jean Paul Sartre: «El Pensamiento político de Patricio Lumumba», en Situations V, París 1964.
2. Citado de Casa de las Américas no 36/37, 1966.
3. Tomado de Pensamiento Crítico no. 2, 1967.
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