Tres mujeres africanas han ganado el Nobel de la Paz por “su lucha a favor de los derechos de las mujeres y participar en las labores de construcción de paz”.
Johnson Sirleaf es la primera mujer en convertirse, democráticamente elegida, en la presidenta de una nación de África. A sus 72 años ha logrado recuperar un país devastado por la guerra, y aliándose con las Naciones Unidas sigue luchando por mantener la paz en Liberia.
Leymah Gbowee organizó y lidera un grupo de mujeres cristianas y musulmanas demostrando a los líderes militares liberianos que es posible la convivencia de religiones y etnias.
Fawakkul Karman es la más joven: 32 años y 3 hijos, y encabeza el grupo Mujeres Periodistas sin Cadenas. Precursora de las revueltas árabes y responsable de ‘la huelga de sexo’ en castigo a los hombres involucrados en la guerra en ese Yemen mortificado por el terror.
Al fin han caído en la cuenta los sesudos integrantes del sanedrín de Oslo, tan restrictivos a la hora de reconocer los valores de la mujer en los campos que ellos premian.
Las mujeres que, sin más mérito que el azar de la vida, pertenecemos a este primer mundo privilegiado, nos quejamos de ser las olvidadas de la historia. Pero ellas, las africanas, han sido las invisibles. Salvo esporádicas referencias como esposas de los sanguinarios gobernantes elegidos en connivencia con los gobiernos europeos. Esa África de película, explotada en su día por las monarquías inglesa, holandesa y belga y las multinacionales de Francia y Estados Unidos.
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