Por Dante Caputo
Hace pocos días, el presidente Barack Obama tomó dos decisiones: ordenar el retiro de 10 mil soldados de Afganistán e intervenir en el mercado del petróleo para prevenir una suba de precios. Dos decisiones, aparentemente independientes, pero que nos dan una pista sobre el futuro en Medio Oriente y norte de Africa, y cuyas consecuencias son mundiales. Después de la desaparición de Osama bin Laden, la primera decisión era relativamente esperada. La segunda es excepcional.
Habían pasado sólo algunos días desde que el cuerpo de Bin Laden desapareciera en el mar cuando se escucharon declaraciones que anticipaban el retiro de Afganistán. A la vez, se conocían informaciones, admitidas por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, sobre la existencia de negociaciones con los talibanes.
Así, esta guerra no parecía tener el sentido original de lucha contra el mal absoluto que se le quiso dar. En la otra guerra, Irak, las armas de destrucción masiva no existieron y el Consejo de Seguridad fue engañado. Lo que sí fue real es el costo de la guerra, las vidas que se llevó y la creciente aceptación de la participación de ejércitos privados en un conflicto bélico.
Recordemos que el costo financiero de la guerra en Irak sólo en 2010 giró en torno a los 800 mil millones de dólares (un poco más que dos PBI de Argentina) según una investigación del Congreso de Estados Unidos. El número total de civiles muertos varía, dependiendo de la fuente, entre 50 mil y 650 mil. La última cifra fue presentada en un estudio de la Universidad John Hopkins, una de las tres primeras en estudios internacionales en ese país.
Las razones que se invocaron para justificar las decisiones que produjeron estos costos en Irak se diluyeron y sencillamente cambiaron. Esto tampoco se debate. Son hechos devorados por la noticia del día siguiente. Algo similar pasó con Afganistán. Muerto Bin Laden, se acabó la guerra de 1,2 billones de dólares.
Cuando vemos estas cifras, es útil tener presente que, excluida China, el valor de la producción de armamentos de las diez mayores empresas del mundo en 2009 fue de 246 mil millones de dólares. También conviene recordar las advertencias del presidente Dwight Eisenhower sobre el complejo militar-industrial, que fueron comentadas en esta columna.
La realidad de 2011 parece haber cambiado algunos principios. Tratando de enfrentar la debacle fiscal originada en la crisis financiera de 2008, el gasto militar debe ser reducido y la continuidad de las guerras no es viable. Así, ante la realidad de los desequilibrios fiscales, se licuaron los argumentos morales que justificaron dos guerras, con todos sus costos asociados.
Pero creo, lector, que estos cambios van más allá. No sólo afectaron a las guerras que se hacían, sino que también anuncian las guerras que no se harán. Por ejemplo, Libia.
Estados Unidos no va a resolver la cuestión de la ocupación territorial. Una cosa es bombardear. Otra, invadir, ocupar y administrar. Esta segunda opción parece estar fuera de discusión. A la vez, la previsión sobre la OTAN del saliente secretario de Defensa Robert Gates, “el futuro de la Alianza transatlántica es oscuro, si no negro”, anuncia una larga historia para el conflicto libio.
Por lo tanto, hay algunas consecuencias no menores, imposibles de mencionar hace dos o tres años. La primera, Irak no fue una guerra necesaria. La segunda, se puede negociar con los talibanes. Esto significa que Afganistán tampoco es una guerra insoslayable. Finalmente, en Libia se ve un cambio importante en el papel de Estados Unidos como seguro militar mundial de última instancia.
Al mismo tiempo, parece lógico que si en Libia habrá un conflicto prolongado, agravando así la ya elevada inestabilidad en una región productora de petróleo, el precio del crudo tenderá a la suba.
Así es como en el templo de la economía de mercado y de su mano invisible, el gobierno estadounidense intervino vendiendo 30 millones de barriles de su reserva estratégica de 726 millones de barriles, a los que se agregarán otros 30 millones por parte de otros países “amigos”. Como su nombre lo indica, la reserva estadounidense de petróleo está vinculada a la seguridad del país. Existe sólo para ser usada en casos de emergencia o para ayudas consideradas esenciales a terceros países. Desde que se creó en 1977, nunca se había vendido una cantidad semejante.
La reciente decisión del presidente Obama no fue tomada para contrarrestar un súbito incremento del precio en el surtidor: luego de una suba excepcional, desde hace veinte días la tendencia de los precios es declinante.
¿Por qué entonces la intervención en el mercado? La primera hipótesis, de la que se adueñaron los republicanos, es la de un uso político de la medida en vistas a la elección presidencial de 2012. No es imposible, aunque parece demasiado anticipada. Prefiero insistir, lector, en lo que señalé antes, en el sentido de que estamos ante la advertencia de lo que puede venir. Una extensa inestabilidad política y militar en el Medio Oriente y el norte de Africa, consecuencia de los conflictos en curso, particularmente, en Libia, podría impactar en el mercado y en el precio del petróleo.
La OPEP regula la oferta mundial de petróleo y cada uno de sus miembros produce una cuota acordada. Si por algún motivo, uno de ellos es incapaz de cubrir su parte, esta puede ser completada por otro miembro, en general Arabia Saudita, país con alta producción ociosa. Por ello, los sucesos que se desarrollan en el Medio Oriente y el norte de Africa no representan una amenaza directa sobre la oferta mundial de petróleo. Sin embargo, en la práctica, los precios sí pueden ser afectados por ese conflicto porque no están directamente atados al flujo de hidrocarburos, sino al “humor de los mercados”.
Estos hechos no son secundarios ni pueden ser limitados a cuestiones de política interior de Estados Unidos. ¿Qué pasará con la estabilidad global si la OTAN es ineficaz, si la Unión Europea muestra signos de desaceleración y si Estados Unidos tiende a desvincularse de los conflictos regionales?
Estos procesos son novedades que afectan los equilibrios conocidos del sistema mundial y que deben incorporase imperiosamente a la formulación de la estrategia internacional de nuestros países.
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