Por Ana Kerman
En los medios se debate la actual situación en Europa, los alcances y sus posibles consecuencias.
El mundo árabe se levanta, el euro está en entredicho, la xenofobia alcanza su cenit y no parece haber acuerdos conducentes a una integración de la gran entidad político-económica. ¿Crisis de liderazgo? ¿Derrumbe moral? ¿Por qué se dice que Europa se resquebraja?
Luego de unificar la moneda en 999, la Unión Europea prometía una economía más dinámica junto con la ampliación de la libertad, la seguridad y la justicia, comprometiéndose con un proyecto de integración política.
Una década más tarde, los europeos cuestionan el éxito del plan basados en la fatiga financiera y social que afecta el continente.
La gravedad de la actual crisis europea responde a diversos factores: el auge de la xenofobia, la crisis del euro, el déficit de la política exterior y la ausencia de liderazgo. El denominador común parece descansar en la ausencia de una perspectiva a largo plazo.
El racismo y la restricción al acceso a los servicios sociales, sanitarios y educativos derriban los valores de tolerancia y apertura. La aversión al extranjero y la demonización del inmigrante paralizan las tendencias demográficas. Con una población más envejecida es preciso que los estados deban cubrir gastos sociales para sostener la falta de trabajadores.
El principal riesgo de ruptura del proyecto europeo no recae meramente en la crisis económica, sino en los estereotipos socioculturales que demarcan diferencias religiosas y clasistas a la vez que alientan una compleja crisis institucional.
Los ajustes propios de los actuales planes de rescate ponen en jaque la solvencia de los países involucrados, la estabilidad macroeconómica y la legitimidad moral.
Las revoluciones árabes demuestran que, a falta de consensos, Europa ejerce su poder de un modo fragmentado e inefectivo. En lugar de promover ideales democrático en favor de los derechos humanos, ha apoyado la permanencia de regímenes autoritarios y corruptos.
Muchos europeístas comprometidos son conscientes de que el riesgo de que Europa se desbarate es un hecho. Sin embargo, temen alimentar la desmoralización y eventualmente alentar un proceso de ruptura. Evidentemente, es preciso que los estados refuercen un proyecto integrador con lineamientos claros y más humanos.
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