Editorial de La Vanguardia
Uno de los grandes deberes pendientes del llamado Grupo de los Veinte (G-20), que suma los países más ricos del planeta y a los principales países emergentes, es la regulación de los mercados internacionales del petróleo y de las materias primas, incluidos los alimentos.
Estos mercados, desde hace años, se han convertido en pasto de los fondos especulativos, que provocan fluctuaciones de precios extremadamente volátiles que amplifican exponencialmente las tendencias que apuntan las leyes de la oferta y la demanda. Este desequilibro de precios coloca a la economía mundial ante un grave riesgo inflacionista, con la consiguiente reacción alcista de los tipos de interés, que puede abortar la incipiente recuperación internacional.
Es evidente que la incorporación de nuevos países al desarrollo global, especialmente China e India, que concentran más de la tercera parte de la población mundial, junto con Latinoamérica, provoca una demanda de petróleo, materias primas y alimentos nunca experimentada hasta ahora por la humanidad. Es lógico, por tanto, que los precios se resientan de esa nueva demanda y registren una tendencia alcista. Esto hace que muchos analistas afirmen que el mundo ha entrado en una nueva era de precios básicos más caros mientras no mejore la producción y pueda aumentar la oferta. Esta tesis es evidente y así se refleja en las tendencias actuales.
Sin embargo, el hecho de que el petróleo, las materias primas y los alimentos se hayan convertido en una mesa más del casino mundial, objeto de la mera especulación financiera, con ingentes masas de dinero que apuestan por ganancias astronómicas a corto plazo, provoca una grave distorsión añadida de los precios y, por ende, al conjunto de la economía.
En el caso del petróleo. la propia Organización de Países Exportadores del Petróleo (OPEP), así como la Agencia Internacional de la Energía, han solicitado reiteradamente al G-20 que impulse la regulación del exceso de especulación en el mercado internacional del petróleo. El incremento irracional de los precios que provoca la irrupción de los fondos especulativos en ese mercado puede llevar al mundo a un nuevo shock petrolero en cualquier momento, con efectos negativos también para los propios países productores, como ya se ha demostrado en anteriores ocasiones.
La economía mundial, para poder progresar de forma sostenida, necesita un escenario previsible y de cierta estabilidad no sólo en los precios energéticos, sino también en materias primas y alimentos. Tanto el Banco Mundial como la FAO (Organización para la Agricultura y la Alimentación) han advertido del riesgo de graves hambrunas en el mundo si no se corrige la espiral alcista del precio de los alimentos básicos.
Es evidente la dificultad del G-20 para poder establecer nuevas reglas de funcionamiento en los mercados internacionales de futuros que fijan los precios globales. Tampoco ha podido acabar con los paraísos fiscales ni poner coto a los fondos especulativos, tal como se propuso cuando empezó la gran crisis. El poder político global ha demostrado su impotencia frente al poder financiero global. El resultado es que el beneficio de unos pocos castiga al conjunto de la economía mundial y limita sus posibilidades de crecimiento. Pero alguna solución habrá que encontrar, ya que estamos en un círculo vicioso del que nada bueno puede salir.
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