miércoles, 28 de octubre de 2009

María Eva Duarte de Perón


Su inconmensurable amor por los desposeídos, su apasionada lucha por la justicia social y su coraje para enfrentar a los dueños del poder cambió definitivamente la Argentina.

María Eva Duarte de Perón fue una mujer al que el pueblo llamaba “Evita”. Fue la esposa de Juan Domingo Perón y Primera Dama durante su primer gobierno. Una vida corta y refulgente la convirtieron en un mito; un mito que en ocasiones vela la real y concreta dimensión de su militancia.


La participación de Evita en la cuestión del voto femenino fue determinante. Esta reivindicación comenzó a principios de siglo con el movimiento feminista y se mantuvo hasta la década del 40. El 26 de julio de 1945, en un acto celebrado en el Congreso, Perón expresó su apoyo a la iniciativa, sin embargo, la iniciativa no prosperó ya que la Asamblea Nacional de Mujeres, presidida por Victoria Ocampo, resolvió rechazar el voto otorgado por un gobierno de facto. El 26 de julio de 1946, en su primer mensaje al Congreso, el ahora presidente Perón, volvió a lanzar la iniciativa e inmediatamente Evita inició la campaña. Reunió legisladores, recibió delegaciones de mujeres todo el país, convocó a la participación a través de la radio y de la prensa. Así, se realizaron asambleas, se publicaron manifiestos y grupos de trabajadotas salieron a la calle a reclamar por la ley. En poco tiempo, las mujeres reconocieron a Evita como su portavoz. Comenzaron las labores parlamentarias y a poco de su regreso de su viaje a Europa, el 23 de setiembre de 1947, en un acto en la Plaza de Mayo auspiciado por la CGT, Perón entregó a Evita una copia de la ley del Voto Femenino –Ley 13.010–.

Sin embargo, los mayores esfuerzos de Evita estaban dedicados a la Fundación que llevaba su nombre. Desde los años ’30, una sucesión de democracias fraudulentas y gobiernos militares impedían el cumplimiento de la voluntad popular. El Estado argentino, organizado en función de los intereses de la oligarquía terrateniente y los grupos económicos, carecía de las organizaciones e infraestructura necesaria para atender las necesidades de los humildes. De los sectores más postergados se ocupaba “la beneficencia”, a cargo de las familias pudientes de cada ciudad del país y la Iglesia, que se limitaba a subvencionar unas pocas instituciones de ayuda. Y este modelo fue el que saltó en pedazos con el advenimiento del peronismo. La Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires –fundada por Bernardino Rivadavia– designaba presidenta honoraria a la primera dama. Cuando Eva Perón reclamó el cargo, le fue negado bajo varias excusas. Así, el gobierno dispuso el 6 de setiembre de 1946 la clausura y disolución de la Sociedad y su lugar es ocupado por la Fundación Eva Perón.

En la Fundación, Evita recibía personalmente a los necesitados y se ocupaba de sus urgencias. Con fondos provenientes de aportes voluntarios, aportes obligatorios –deducciones de los jornales de los trabajadores–, donaciones de empresas privadas y fondos del Estado, la Fundación adquiría alimentos, ropa, máquinas de coser, libros y juguetes que distribuía a familias carenciadas del país. Ahora, sí su acción social se hubiese limitado a esta entrega de bienes poco hubiese diferido de “la beneficiencia”. Lo importante de la Fundación es que motorizó la obra pública de carácter social, a la vez que promovió los derechos de los trabajadores, de los ancianos y de los niños no a recibir una dádiva sino a participar de los beneficios del Estado.

La obra de la Fundación fue gigantesca. Construyó veintiún hospitales y policlínicos en once provincias –22.650 camas– y diecinueve Hogares Escuela –25.320 vacantes– y desarrolló un plan de construcción de mil escuelas en el país –escuelas agrícolas, escuelas talleres y jardines de infantes y maternales–. Sus Hogares para Ancianos cobijaron a más de 2.300 personas y el Hogar de la Empleada daba alojamiento y comida a cientos de mujeres humildes. En los Hogares de Tránsito, más de 45.000 personas recibieron alojamiento hasta que resolvían su problema de vivienda. Los Campeonatos Infantiles "Evita" y los juveniles "Juan D. Perón" congregaros a miles de participantes –120.000 en 1949–, lo que hacia posible un amplio control sanitario a nivel nacional, realizado por el Departamento Médico de la Fundación a cada uno de los participantes. La Fundación también extendió solidaridad a los países extranjeros en situación de catástrofe o necesidad, entre ellos, Ecuador, España, Italia, Israel, Francia, Japón, Perú y Bolivia.

Tan vertiginosa como su acción fue la enfermedad que se la llevó en pocos meses. En 1951, Evita comienza a sufrir los primeros síntomas de su enfermedad. Sufre desmayos por lo que debe alejarse temporalmente de sus actividades. En agosto, una multitud pide la reelección de Perón y a Evita como compañera de fórmula. Evita se dirigió a la multitud y pidió tiempo para tomar la decisión. Finalmente, el 31 de agosto, Evita renuncia a tal distinción por la cadena nacional de radiodifusión. En 1952 se agrava su estado de salud y el 26 de julio fallece.

Tres años después, 1955, un golpe de estado derroca el segundo gobierno peronista y se inicia una campaña para erradicar la figura de Evita de la memoria de los argentinos. Sin embargo, sus “descamisados”, sus “cabecitas negras” jamás la olvidaron. Su accionar, absolutamente consecuente con sus ideales, aún inspira proyectos que buscan una Argentina justa y soberana.



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