Filósofo político y profesor del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra
Homero, Odisea
Las elecciones europeas de 2014 ofrecieron señales de los cambios políticos que este año podrían tener lugar en Europa: Syriza ganó las elecciones en Grecia, Podemos horadó el tablero bipartidista español y en Irlanda el Sinn Féin logró un avance vertiginoso. Como contrapartida, el ascenso de las derechas racistas y antieuropeas, como UKIP en Inglaterra o el Frente Nacional en Francia, mostraron que el agotamiento de los modelos de acción política dominantes y la falta de alternativas ante la gestión de la crisis durante estos años pueden conducir al odio y la cerrazón.
Sin embargo, la irrupción del FMI en la actual campaña electoral griega suscita algunos interrogantes sobre el futuro de la democracia en Grecia y otros países europeos con citas electorales a corto plazo: ¿qué significado tendría para Grecia y Europa una victoria contundente de Syriza? ¿Puede hablarse de elecciones libres con una campaña en marcha de sabotaje y miedo? ¿Puede una alternativa radical de izquierda mantener su coherencia frente a la casta neoliberal global que la chantajea y desacredita?
Grecia sufre hoy uno de los envites más virulentos del “fascismo financiero” del que habla Boaventura Santos para referirse al gobierno indirecto de las corporaciones trasnacionales y los mercados financieros bajo la hegemonía del neoliberalismo. En connivencia con los gobiernos nacionales, el fascismo financiero viola las reglas elementales de la democracia y determina en buena medida las acciones del Estado y las decisiones parlamentarias para imponer su voluntad en las políticas públicas a través de instituciones como la UE, el FMI o el BM. La reciente suspensión del programa de rescate por parte del FMI ante la probable victoria electoral de Syriza ha situado a Grecia en el grado cero de la democracia, demostrando una vez más que la oligarquía sólo acepta el juego democrático cuando resulta ganadora.
El fascismo financiero tiene su correlato en las urnas. Es lo que en términos metafóricos puede llamarse fascismo electoral: un sistema de tipo parlamentario y representativo en el que, como ya apuntaba sin tapujos Adam Smith en 1762, “las leyes y el gobierno […] pueden ser considerados como una coalición de los ricos para oprimir a los pobres y preservar en su beneficio la desigualdad de bienes”. Se trata de un régimen electoral liberal normalizado aunque controlado por élites particulares que lo utilizan en su beneficio y en contra del poder popular.
Hay partidos políticos, pero la mayoría operan como carteles electorales que representan los intereses del fascismo financiero; hay Parlamentos, pero funcionan como Consejos de Administración; hay elecciones (cuando no son suspendidas por Goldman Sachs) que se convierten en un simulacro del régimen para darse aires de legitimidad.
Las democracias del sur de Europa se han convertido de manera peligrosamente semejante en fascismos electorales: democracias privatizadas, democracias especuladas, democracias humilladas por el capitalismo y sus lacayos. En Italia, Renzi, que enarboló la bandera del cambio, pese a no haber pasado por las urnas, ha aumentado la precarización del trabajo con la Ley de Empleo. En Francia, Hollande ha tardado menos de un año en arrodillarse ante las exigencias de Merkel; en España, los gobiernos de Zapatero y Rajoy han impuesto recortes drásticos que han llevado al aumento alarmante de la pobreza y la desigualdad. En Portugal, el gabinete de Passos Coelho, visto como el buen alumno de la Troika, ha emprendido una ofensiva sin precedentes contra los derechos laborales, los salarios y los servicios públicos. En Grecia, tras la restitución de las elecciones parlamentarias en 2012, el gobierno de “salvación nacional” formado por la coalición entre Nueva Democracia y el PASOK, que durante la campaña electoral habían prometido parar las políticas de austeridad y renegociar el memorando de la Troika, no sólo no las ha frenado, sino que las ha acelerado.
Todo ello ha supuesto un ataque implacable al pueblo, a las Constituciones y a la democracia. En los últimos años, Grecia y el sur de Europa han asistido a la liquidación de las formas tradicionales de democracia liberal. En Grecia, los partidos del fascismo financiero han cedido la soberanía a la Troika, que chantajea al país amenazándole con cortar los préstamos si no aplica sus políticas. Entretanto, la Troika se llena los bolsillos con los intereses del préstamo. Además, el gobierno de coalición impone estas medidas a golpe de decretos ejecutados inmediatamente y votados por el Parlamento meses después de su aplicación.
La llegada al gobierno de Syriza supondría un impulso importante no sólo para la democracia griega, sino también para las luchas antineoliberales y anticapitalistas de Europa. Un gobierno Syriza sería el primero fuera del bipartidismo griego tradicional y el único (hasta el momento) en la zona euro abiertamente opuesto al régimen internacional de austeridad y a los proyectos de reestructuración neoliberal (privatización, desregulación, préstamos depredadores, etc.) responsables del genocidio social perpetrado en la periferia europea. Un programa serio de ruptura con la austeridad y el neoliberalismo podría abrir un curso anticapitalista en Europa.
La ventana de la oportunidad histórica se ha abierto para que, en palabras de Walter Benjamin, por ella pueda colarse la “chispa de la esperanza” capaz de interrumpir el presente y reinventar el futuro. En este sentido, Syriza no sólo representa la aspiración de la sociedad griega a un cambio de dirección histórica y política, sino una esperanza colectiva para el continente. Y sobre todo, la esperanza de una parte importante de la izquierda europea sobre sus posibilidades y capacidades.
Si Syriza logra gobernar, la presión del fascismo financiero para desestabilizarlo y sustituirlo por un gobierno servil será enorme, por lo que deberá estar bien preparado, contar con el apoyo popular y estar dispuesto a luchar a contracorriente y hasta las últimas consecuencias. Syriza, como Ulises, tendrá que ser fuerte para mantenerse firme en el mástil de la nave y no dejarse arrastrar por los cantos de sirena de quienes no admiten su agenda radical.
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