El índice Bloomberg de precios de las
materias primas o “commodities” ha caído en semanas recientes al más
bajo nivel en 5 años, ubicándose en la mitad del valor que tenía en su
mejor momento antes de la crisis de 2008. La caída afecta –junto al
petróleo– al cobre, gas natural, carbón, hierro y otros. Todo indica que
esto no es una tendencia pasajera. Por eso el sueldo de Chile, que en
años pasados parecía bastante alto, en los venideros será bastante más
exiguo.
Desde un comienzo fue un autoengaño creer que la mejoría de los
términos de intercambio de los países “emergentes”, basada en un
extractivismo acelerado del sector primario de la economía (minería,
agricultura, bosques y pesca), modificaba sostenidamente los términos de
intercambio globales. La razón es muy simple: si bien la expansión
mundial pasó a depender temporalmente de China, este país, por muy
grande y populoso que sea, ciertamente no ha adquirido la capacidad
económica para ejercer un rol de motor de la economía global.
Habiéndose
empeorado el entorno internacional, el boom chino y sus efectos positivos para los precios de las materias primas pasará pronto a ser un recuerdo del pasado.
Los factores determinantes del ciclo de las materias primas deben ser
ubicados en un contexto más general. La crisis del 2008 provocó un
enorme flujo de capitales. Por un lado, hacia China para la creación de
activos fijos, como hacia muchos países emergentes, para financiar las
inversiones en el sector primario necesarias para abastecer los
productos que China necesitó para la expansión física de su economía.
Sin embargo, paralelamente, los precios de las materias primas
atrajeron a la especulación. Los bancos más grandes pasaron a
constituirse en mercaderes mundiales de varias de las principales
materias primas, concentrando en sus manos un comercio cuya manipulación
de precios les ofreció tremendas ganancias (recientemente se publicó un
informe del Senado norteamericano al respeto).
Si agregamos a esto la
explosión de los derivados relacionados con el sector primario, se
observará que la evolución de los precios de las materias primas ha
dejado de depender de la demanda física de los productos respectivos.
Las compras y ventas en las bolsas internacionales superan en varias
decenas de veces la producción y el consumo efectivo de los productos
allí transados. Así, por ejemplo, en las cuatro bolsas más importantes a
nivel mundial se han transado entre 2013 y 2014 más de 1,1 billones de
toneladas de cobre, cantidad superior a 70 veces la producción mundial
de este metal. Necesariamente ello ha tenido un fuerte efecto sobre los
índices respectivos.
Hay quienes mantienen su optimismo y creen que, independientemente de
lo que pase en China, la caída del precio del petróleo en sí misma será
un factor de recuperación de la economía mundial a muy corto plazo.
Según la opinión de un alto economista del Citibank de Nueva York, a la
que muchos economistas más bajitos se han unido como coro de niños, la
caída del precio del petróleo hará “ahorrar” a los consumidores más de
dos billones de dólares diarios, que destinarán a reactivar el consumo
en los países capitalistas centrales. Ello supuestamente hará mover los
precios de las materias primas hacia sus niveles “peak” anteriores.
Esta teoría –compartida por la Agencia Internacional de Energía–
tendría cierto asidero si la caída del precio afectara sólo al petróleo.
Pero, de hecho, estamos frente al término de un largo ciclo de alzas de
precios de todos los productos primarios. Nada indica que
“ahorros” surgidos de la caída del precio del petróleo pudieran fluir
hacia el consumo. Ni los cuatro o más trillones de la Reserva Federal de
los EE.UU. destinados a estabilizar el sistema financiero
norteamericano han tenido ese efecto.
Los intentos del gobierno del
Japón por inflacionar la economía mediante la compra “ilimitada” de
bonos estatales y el saqueo de los ahorros previsionales de la población
ha sido un fracaso total, volviendo a reaparecer la odiosa recesión.
Las bravuconadas del Jefe del Banco Central Europeo, Mario Draghi, en
cuanto a hacer lo pensable e impensable para estabilizar el euro,
tampoco han sacado a Europa del estancamiento. Y para qué hablar de los
trillones que el sistema bancario chino oficial y paralelo ha inyectado a
la economía, que no han podido evitar la desaceleración.
Los flujos internacionales de capital que hicieron posible el alza
del precio de las materias primas y de muchos alimentos, están
revirtiéndose. Ni China seguirá recibiendo el capital externo que le
permitió financiar su gran expansión económica en los años recientes, ni
los países emergentes seguirán recibiendo los montos para financiar las
inversiones y consecuentes transferencias de ganancias de las empresas
transnacionales hacia el exterior.
Con precios en plena decadencia, las
capacidades instaladas y su utilización disminuirán rápidamente (por
ejemplo, mediante la destrucción gigantesca de capitales invertidos en
la explotación del gas y petróleo de lutitas o “fracking”). Pasará largo
tiempo antes de que se restablezcan las condiciones para que la
inversión internacional asuma nuevamente su rol preponderante en el
crecimiento económico mundial.
Quizás sea esta la oportunidad entonces para el surgimiento de
modelos alternativos. Mientras tanto, la economía mundial seguirá
orientada hacia un retroceso generalizado, y los precios de las materias
primas hacia niveles inferiores a los actuales, tal como lo hicieron en
1986, 1991, 1998, 2001 y 2008. Dentro del próximo año, según algunos
cálculos pesimistas pero no irrealistas, el petróleo podría caer a 30
US$ por barril antes de recuperarse en un periodo no tan inmediato.
Es
apenas imaginable que el cobre pudiera tener una caída equivalente, dado
que las condiciones de oferta son estructuralmente diferentes a las del
petróleo. Pero eso no es consuelo. Ya con los precios de hoy las
consecuencias para la rentabilidad de las empresas existentes y para el
presupuesto nacional de los países productores son extraordinariamente
negativas.
El desplome del ciclo ascendente de los “commodities” amenaza con
crear una prolongada inestabilidad financiera interna y externa, no sólo
de los países emergentes, con profundas alteraciones de los flujos
mundiales de capital, inestabilidad cambiaria, descenso de la actividad
económica y erosión de la competitividad global de muchos de ellos.
Esto
dará paso a renovadas exigencias de “ajuste”. ¿Serán nuevamente los
“sospechosos de siempre” quienes paguen la cuenta?
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