Guillermo Almeyra
Lo que estamos presenciando en México
desde los años 80 y, precipitada y brutalmente, durante el gobierno de
Peña Nieto, digno continuador del nefasto sexenio de Calderón, no es una
revolución pasivaa la Gramsci, transformadora y modernizadora del capitalismo en México, sino lisa y llanamente un feroz aniquilamiento de todas las herencias sociales, políticas, económicas, culturales, morales que aún subsistían de la Revolución Mexicana, o sea, de la alianza entre los campesinos rebeldes y un sector progresista de las clases medias.
Según autoridades de Washington, México es controlado por el Pentágono y forma parte de la
Seguridaddel país del norte, cualquiera que sea el tamaño de las banderas en el Zócalo y les guste o no a los militares patriotas en las fuerzas armadas. Militares y policías gringos, de civil o con uniforme, actúan abiertamente en territorio mexicano. La economía, las finanzas, la diplomacia, el petróleo, los bancos, la gran minería, el gran comercio, las universidades donde se forma una élite de cipayos, de siervos y adoradores del gran capital, todo está en manos de las trasnacionales. El gobierno y las élites pan-priístas que heredaron el racismo de los partidarios de la Colonia, de Iturbide, de Maximiliano, de los
científicosporfirianos, desprecian y odian al pueblo mexicano, que consideran formado por seres inferiores,
nacos,
igualados,
indios pata rajada. Por eso matan y torturan como cosa normal.
Enrique Peña Nieto le ha dado el tiro de gracia a la soberanía y la independencia nacionales, con el apoyo de los parlamentarios fascistas del PRI y del PAN y de los lamebotas del PRD y demás partidos paleros. Se mantiene mediante una represión cada vez mayor, estrechando continuamente los márgenes de una democracia formal que no toleran y que, en México, siempre estuvo acotada y manchada por los gobiernos de los usurpadores de la Revolución Mexicana, en cuyo nombre gobernaron durante decenios, están separados de los trabajadores por sus intereses clasistas y se dedicaron a enriquecerse y construir relaciones capitalistas.
Medio México repudia hoy activamente la política de Peña Nieto y exige su renuncia; el otro medio está formado por las clases medias y populares urbanas más conservadoras, incluso reaccionarias y fascistas, y por cientos de miles de pobres gentes sin información, cultura ni educación política, que buscan obtener de cualquier modo un mendrugo de pan, emigrando, robando, prostituyéndose, vendiendo el voto o aceptando cualquier abuso sin rebelarse.
Peña Nieto es un nuevo Santa Anna en pequeño, ni siquiera un Mussolini. Porque éste, ex sindicalista revolucionario, ex dirigente del Partido Socialista, ex director del periódico de ese partido –entonces revolucionario–, hizo la política de la gran industria y de la finanza pero intentó desarrollar la soberanía italiana incluso con pretensiones imperiales, y modernizó las infraestructuras y la industria logrando amplio apoyo popular y social hasta los años 40. Golpeó y sometió a los sindicatos, persiguió a la izquierda y a los demócratas de todo tipo pero simultáneamente hizo una propaganda demagógica contra la
plutocracia, o sea, los capitalistas competidores con los italianos.
Mussolini llegó al poder en un verdadero ejemplo de revolución pasiva porque la izquierda no pudo conquistarlo ni tuvo fuerzas para hacerlo pero sí para asustar a las clases dominantes, que aceptaron que una pandilla de desclasados y aventureros los defendiese desde el gobierno, esperando controlar a esos gánsteres. El Estado capitalista mussoliniano intentó hacer de Italia una potencia mundial, dueña del Mediterráneo, colonialista, naturalmente independiente… hasta que se sometió a su aliado nazi. En México no hubo ese empate social entre izquierda y derecha ni los capitalistas temían por su poder. Peña Nieto gobierna para el capital extranjero y para una exigua oligarquía que concentra la riqueza. Anuló la soberanía alimentaria, la energética, la militar, la política. Ni se hable de industrialización y crecimiento económico: destruye el mercado externo y manda el excedente de trabajadores a la emigración sin protección alguna.
El Estado es actualmente un semi Estado y está descompuesto en poderes locales, caudillescos y/o delincuenciales, como el Estado chino de los Señores de la Guerra de los años 30. Además, el país está ilegalmente militarizado y los que deberían ser ciudadanos son en realidad súbditos y rehenes. ¿Dónde está la modernización? Hay sólo una adecuación al funcionamiento ideal para el capital internacional, sin leyes ni fronteras y con los restos de los estados sólo para la represión social y la defensa de un capital ladrón, despojador, insaciable…
La única modernización posible en México podrá provenir de un gobierno de los trabajadores que disuelva el Parlamento, controle la justicia y convoque a una Asamblea Constituyente regeneradora y refundadora. La autorganización popular, la extensión de las policías comunitarias y de las autodefensas, el funcionamiento asambleario de cada localidad, deben coordinar y ser la base de la resistencia civil que debe trabajar para imponer un cambio social profundo y popular. Limitarse a pedir en abstracto un nuevo Constituyente, o sea, que el actual Congreso modifique la Constitución, equivale a creer que este gobierno puede ser justo, legal y organizar elecciones limpias. O sea, pedir que, por un milagro, los cerdos vuelen…
(Tomado de La Jornada: http://www.jornada.unam.mx/2014/11/30/opinion/022a2pol)
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