Por clara encabo
Con el bagaje de una intensa militancia, acaba
de publicar un libro que desmitifica al feminismo sólo como una
cuestión de mujeres. Guerra de intereses y nuevos colectivos.
Nota de Tiempo Argentino
Un libro, aunque esté firmado sólo por el autor, siempre encarna una producción colectiva", sostiene Mabel Bellucci, periodista y autora de Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo, presentado recientemente. Sin embargo, una feroz tendinitis en sus muñecas dan cuenta del tiempo invertido. Comenzó a escribir un borrador allá por 1994, cuando junto a otras militantes feministas pensaban estrategias para impedir la cláusula antiabortista en la reforma de la Constitución.
Luego se transformó en su tesis para la Carrera Interdisciplinaria de Especialización en Estudios de la Mujer, de la UBA, y terminó en un extenso ensayo historiográfico.
"El libro es un acto en sí mismo, una prueba de la intensa vida de los feminismos, que juega con la heterogeneidad ideológica y política. Analiza los aciertos y desaciertos que tuvieron los feminismos con la apuesta sobre el aborto y otros movimientos", explica.
–¿Quiénes participan del debate?
–Teóricos y activistas que confluyeron para perder fronteras. Como mi militancia es en Buenos Aires, busqué confrontar los sentidos del aborto enquistados en otras regiones geográficas, que me acompañara gente de las provincias. Es una polifonía, un mosaico de textos que convergen en una única causa: sacar el aborto del clóset y luchar por su legalización.
–¿Es un llamado a la desobediencia?
–Sí, apunta a una desobediencia sexual pero también política. Intento todo el tiempo romper con la tiranía de las políticas identitarias y abrir alianzas, los feminismos, mi producción, con los nuevos sujetos que resisten a la normalización.
–¿Qué objetivos se planteó?
–Yo escribí el libro para recuperar a las ancestras y maestras que nos acompañaron a lo largo de este proceso de presentar grados de desobediencia. Y si bien tengo premisas muy abiertas, en esta coyuntura tengo focalizado que primero tenemos que obtener la legalización.
–¿Qué intereses hay en juego?
–La lucha del aborto es una lucha anticapitalista, no es sólo la Iglesia que se enoja, sino que te metés con los intereses económicos de corporaciones fuertes como la médica o la de los laboratorios. Esta es la parte que no se ve. Cuando se empezó a democratizar y a socializar la información del uso del Misoprostol, los laboratorios enseguida lo sacaron del mercado y ahora sale una fortuna. Son factores concretos, no abstractos.
–¿Por qué es una cuestión de mujeres?
–Uno de mis posicionamientos queer es apostar a que el feminismo no sea sólo de mujeres. El aborto sigue siendo una clave para rearmar ideológicamente a los feminismos que coinciden en un punto: la política del cuerpo. Si rompés la estructura que reproduce al capitalismo como la familia institucional –monogámica, heterosexual y reproductiva–, el capitalismo cae. No lo digo yo, toda una vanguardia marxista ya lo pensó. Por eso hacemos micropolítica, apostamos a instituciones que reproducen permanentemente la obediencia y la reproducción biológica, la familia, el ideal regulatorio del amor romántico, la maternidad forzada, que son los emblemas de la heterosexualidad.
–¿Qué significa su militancia queer?
–La posición queer apuesta a diversos colectivos con la misma condición de subalternidad; sus contrarios son el machismo, el sexismo. Siempre fui más bien nómade, de estar con distintos grupos, en posiciones más autonomistas y grupos periféricos, y me interesaron los debates desde el lesbofeminismo. No me interesó activar entre mujeres, sino para todos. No me siento interpelada por ser mujer sino por ser feminista y queer. La política es el espacio de invención colectiva para transformar las relaciones de poder –raciales, de género, sexuales–, y los modos en que presentamos los cuerpos. Por eso apuesto permanentemente a las coaliciones y a hablar de las conexiones entre las diferentes formas de opresión.
–¿Siente que, como dice Dahiana Belfiori en el epílogo, hay una cuota de placer en la lucha?
–Totalmente. Estoy donde tengo y quiero estar. También hay razones político-afectivas, membresías, grupos de afinidades... fue muy importante hacer ese encuentro con el activismo. En una sociedad tan centrada en la organización familiar, pesan más las relaciones parentales que las relaciones de amistad. Con el activismo, sin idealizar, hay más fluido afectivo, no hay roles fijos, y viví momentos de mucho internacionalismo, lo que terminó conformando una especie de constelación genial.
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