En 2011, cuando Sudán del Sur se independizó de Sudán, muchos pensaron que se había puesto punto final a la guerra civil que duró décadas. Sin embargo, desde diciembre del año pasado el país más joven de África vive un sangriento conflicto, que ha derivado en un enfrentamiento étnico entre la tribu Dinka, a la que pertenece el presidente Salva Kir, y la Nuer , a la que pertenece el exvicepresidente y líder rebelde Riak Machar. La violencia política y étnica está acompañada, por si fuera poco, por la lucha por las zonas petrolíferas del país.
Cuando el presidente Kir acusó al rebelde Machar de planear un golpe de Estado, el pasado 15 de diciembre, estallaron enfrentamientos que no han cesado a pesar de que se firmó un alto el fuego en la capital etíope, Adis Adiba, entre las fuerzas oficiales y el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán del Sur. La violencia es cada vez mayor y la ONU ha hecho reiterados llamados a que la comunidad internacional haga esfuerzos por impedir que la tragedia continúe. Según Naciones Unidas, al menos 335.000 personas han tenido que abandonar sus hogares por la violencia, de las que casi 80.000 han buscado refugio en países vecinos. International Crisis Group estima que los muertos son al menos 10.000.
Bentiu es la capital del estado de Unidad, rico en petróleo. En diciembre pasado la ONU informó sobre el descubrimiento allí de fosas comunes, con cuerpos de miembros de la etnia Dinka. Ahora esta ciudad vuelve a ser escenario de la crueldad: el 15 y 16 de abril se perpetuaron masacres contra cientos de civiles. La Misión de la ONU para Sudán del Sur (UNMISS) explicó que entre las víctimas mortales hay sursudaneses y extranjeros, y la matanza fue perpetrada por los insurgentes (etnia Nuer) con base en criterios étnicos y de nacionalidad. Solo en la mezquita de Kali-Balle, a donde muchos acudieron en busca de refugio, 200 personas murieron y alrededor de 400 resultaron heridas. Los rebeldes, antes de matar, habrían separado a los civiles por nacionalidad y etnia.
Al menos 10 mil personas, según Uicef, huyeron de Bentiu y buscaron refugio en una base de la ONU, donde ya hay 23 mil personas en condiciones precarias y con acceso a un litro de agua potable al día. Jonathan Veitch, representante de Unicef en Sudán del Sur, lamentó que quienes lograron sobrevivir a la "terrible violencia" se enfrenten ahora "al riesgo de poder contraer alguna enfermedad mortal transmitida por el agua". Alertó especialmente sobre la situación de los niños, que "han sufrido una violencia indescriptible y no deben seguir sufriendo en lugares que deberían dar seguridad". La falta de alimentos, el poco acceso al agua potable y la falta de saneamiento, so los principales vectores de enfermedades contagiosas.
Si no se obtienen fondos para comprar alimentos y mejorar la infraestructura para atender a los refugiados, y si no se agiliza la entrada al país de asistencia humanitaria, cincuenta mil menores de cinco años podrían morir hasta el final de este año. Según Unicef, esos cincuenta mil hacen parte de 740.000 niños menores de cinco años que actualmente "tienen un alto riesgo de sufrir inseguridad alimentaria". Esta agencia de la ONU ha solicitado 38 millones de dólares para su campaña en Sudán del Sur, pero hasta la fecha sólo ha obtenido 4,6 millones. La tragedia de Sudán del Sur es una de las más preocupantes del planeta: se calcula que al menos hay 3,7 millones de personas que padecen inseguridad alimentaria.
Este es apenas un aspecto del padecimiento de la niñez de Sudán del Sur. Christophe Boulierac, el portavoz de Unicef que informó sobre el riesgo de muerte de los menores por desnutrición, se ha referido también al reclutamiento de niños por las dos partes en conflicto. "Creemos que ambos bandos usan niños en sus filas. Contamos con informes no confirmados de que los grupos armados de la oposición reclutan niños pero no podemos hablar de cifras. En cambio, sí que tenemos confirmación de que al menos 149 menores se encuentran enrolados en el Ejército regular".
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