Hace varios años la Misión Vuelvan Caras, a la cabeza de otros
programas del Gobierno, desarrolló una línea de trabajo para fortalecer
una política que apoyara la participación masiva de las mujeres en las
misiones sociales. Era el año 2005 y el proyecto de desarrollo endógeno,
bandera de la revolución socialista por unos años, contabilizaba 64% de
participación de mujeres. En la efervescencia revolucionaria el
fenómeno parecía prometer importantes transformaciones culturales.
En ese entonces ya era evidente que esta respuesta masiva podía tener un alcance real en lo político y un impacto determinante en la subjetividad. Su éxito dependía de que el movimiento popular se apropiara de este proceso y, entre otras acciones, abriera una línea de reflexión feminista que, a la par, obligara a la estructura del Estado a avanzar hacia un modelo equitativo. Pero entre la izquierda venezolana predomina una corriente decididamente antifeminista que rechazó una y otra vez la posibilidad de pensar los problemas sociales relacionados con la división sexual del trabajo y los recursos, por no hablar del reparto simbólico e intelectual entre los sexos.
Los años prometedores quedaron atrás y, sin embargo, el fenómeno de feminización de la base chavista no se detuvo. Si bien la absorción veloz del movimiento popular por el aparato burocrático traza la ruta del ocaso de las grandes promesas bolivarianas, la base sigue fiel al Gobierno, aunque cada vez más lejos de tener una producción semántica independiente. En el caso concreto de la feminización de las bases, se advierte la emergencia de una modalidad de poder que merecería una profunda intervención crítica para atajar su deriva normativa y conformista.
Cuando Chávez se declaró feminista, le dio consistencia al malestar social que proviene de la dominación sexual y de la violencia, misógina y sexualizante, que se practica en todas las esferas de la vida pública venezolana. Esta declaración contrarrestó la satanización histórica del feminismo entre la izquierda. Pero el efecto irrepetible quedó sofocado por la dirección normativa del feminismo de Chávez, resumido en el juramento que el presidente hizo repetir a sus seguidoras: jurar por Dios parir y amamantar a los hijos de la patria. Entre el útero de la patria y el culto a la madre quedaron afianzados los vectores conservadores de la gestión de los sexos en la Revolución bolivariana.
La feminización del chavismo es el efecto de identificación masiva de las mujeres producto de la modulación de la afectividad, del llamado directo a su rol de madres –y ahora de hijas– y del requerimiento de proyectar en la polis su –supuesto– don de ternura y amor. Experiencias previas del movimiento de mujeres han visto reencauzadas sus fuerzas hacia las labores de cuidado y servidumbre bajo lemas como “Las mujeres hacen Patria”. Al encumbrar al pueblo como modelo ideal de sí mismo, el chavismo ha creado su mayor fortaleza y su callejón sin salida Las resonancias con el caso bolivariano son obvias y podrían aportar pistas para repensar el destino de éste y otros aspectos de la subjetividad, pues el porvenir de cambios sociales profundos penden de los usos políticos que se hagan de las prácticas del cuerpo y los afectos.
Hasta ahora, se ha explotado el levantamiento de la moral de las bases en versiones de culto sexista cuyos principios se alejan de lenguajes emancipadores. Los discursos que se dirigen a fortalecer el perfil de una supuesta mujer guerrera, madre y trabajadora sin descanso, le ofrecen la incorporación al cuerpo de la nación en tanto paridoras. En simultáneo, se fortalecen los dispositivos que incitan y celebran el talante de “la mujer venezolana” bajo un modelo sexualizante que ha convencido a las mujeres del Caribe de ser las más agraciadas del universo.
Así es que, en nuestra cultura, el seno materno comparte lugar con el implante de silicona. Buena parte de las bases populares aspira a –o ya ha practicado– la modificación corporal bajo parámetros más bien comerciales. Los programas de hipersexualización que hay detrás están cada vez más extendidos y jamás encontraron obstáculos reales en la política bolivariana. Acá se solapan la vocación popular del proceso político y las estrategias chavistas que han apostado a filtrar elementos de márketing envueltos en supuestos lenguajes revolucionarios, neutralizando sistemáticamente las posturas críticas frente a esto. La Revolución bolivariana pudo haber desplegado políticas que subvirtieran esos paradigmas estereotipados o pudo jugar a infiltrarse en ellos para fortalecer su base. Hasta ahora sigue ponderando la segunda vertiente.
Para completar ese engranaje, entre las mujeres del Gobierno se advierte la falta de gramáticas próximas al feminismo o una visión de género amplia, que desafíe estos discursos.
Al encumbrar al pueblo como modelo ideal de sí mismo, el chavismo ha creado su mayor fortaleza y su callejón sin salida. Efecto evidente en el uso que se ha hecho de los lenguajes populares y de las representaciones que se le atribuyen al pueblo, a los jóvenes, etc. Estereotipos y sobredimensiones que inflaman un relato de insurgencia que contrasta con el cuerpo vivo, tremendamente penetrado por la cultura de masas, el consumismo y los hábitos de mercado.
Hoy quizá la intervención radical de una política que se aleje de las gestiones de despacho podría interrumpir la lógica normalizante que se hizo hegemónica en el proceso bolivariano.
En ese entonces ya era evidente que esta respuesta masiva podía tener un alcance real en lo político y un impacto determinante en la subjetividad. Su éxito dependía de que el movimiento popular se apropiara de este proceso y, entre otras acciones, abriera una línea de reflexión feminista que, a la par, obligara a la estructura del Estado a avanzar hacia un modelo equitativo. Pero entre la izquierda venezolana predomina una corriente decididamente antifeminista que rechazó una y otra vez la posibilidad de pensar los problemas sociales relacionados con la división sexual del trabajo y los recursos, por no hablar del reparto simbólico e intelectual entre los sexos.
Los años prometedores quedaron atrás y, sin embargo, el fenómeno de feminización de la base chavista no se detuvo. Si bien la absorción veloz del movimiento popular por el aparato burocrático traza la ruta del ocaso de las grandes promesas bolivarianas, la base sigue fiel al Gobierno, aunque cada vez más lejos de tener una producción semántica independiente. En el caso concreto de la feminización de las bases, se advierte la emergencia de una modalidad de poder que merecería una profunda intervención crítica para atajar su deriva normativa y conformista.
Cuando Chávez se declaró feminista, le dio consistencia al malestar social que proviene de la dominación sexual y de la violencia, misógina y sexualizante, que se practica en todas las esferas de la vida pública venezolana. Esta declaración contrarrestó la satanización histórica del feminismo entre la izquierda. Pero el efecto irrepetible quedó sofocado por la dirección normativa del feminismo de Chávez, resumido en el juramento que el presidente hizo repetir a sus seguidoras: jurar por Dios parir y amamantar a los hijos de la patria. Entre el útero de la patria y el culto a la madre quedaron afianzados los vectores conservadores de la gestión de los sexos en la Revolución bolivariana.
Hegemonía conservadora
Dentro de las filas del chavismo han florecido numerosos colectivos de mujeres. La mayoría ha propuesto agendas de acción independientes y han interpelado al Estado con éxito en diversas oportunidades. Por lo general, han sido mejor escuchados cuando sus demandas no excedían el marco de la lucha por los derechos reproductivos. Otras exigencias, como la despenalización del aborto, por ejemplo, se han visto truncadas frente a la hegemonía conservadora del Gobierno. Pero la feminización de la base atañe a una lógica diferente de la de los colectivos organizados.La feminización del chavismo es el efecto de identificación masiva de las mujeres producto de la modulación de la afectividad, del llamado directo a su rol de madres –y ahora de hijas– y del requerimiento de proyectar en la polis su –supuesto– don de ternura y amor. Experiencias previas del movimiento de mujeres han visto reencauzadas sus fuerzas hacia las labores de cuidado y servidumbre bajo lemas como “Las mujeres hacen Patria”. Al encumbrar al pueblo como modelo ideal de sí mismo, el chavismo ha creado su mayor fortaleza y su callejón sin salida Las resonancias con el caso bolivariano son obvias y podrían aportar pistas para repensar el destino de éste y otros aspectos de la subjetividad, pues el porvenir de cambios sociales profundos penden de los usos políticos que se hagan de las prácticas del cuerpo y los afectos.
Hasta ahora, se ha explotado el levantamiento de la moral de las bases en versiones de culto sexista cuyos principios se alejan de lenguajes emancipadores. Los discursos que se dirigen a fortalecer el perfil de una supuesta mujer guerrera, madre y trabajadora sin descanso, le ofrecen la incorporación al cuerpo de la nación en tanto paridoras. En simultáneo, se fortalecen los dispositivos que incitan y celebran el talante de “la mujer venezolana” bajo un modelo sexualizante que ha convencido a las mujeres del Caribe de ser las más agraciadas del universo.
Así es que, en nuestra cultura, el seno materno comparte lugar con el implante de silicona. Buena parte de las bases populares aspira a –o ya ha practicado– la modificación corporal bajo parámetros más bien comerciales. Los programas de hipersexualización que hay detrás están cada vez más extendidos y jamás encontraron obstáculos reales en la política bolivariana. Acá se solapan la vocación popular del proceso político y las estrategias chavistas que han apostado a filtrar elementos de márketing envueltos en supuestos lenguajes revolucionarios, neutralizando sistemáticamente las posturas críticas frente a esto. La Revolución bolivariana pudo haber desplegado políticas que subvirtieran esos paradigmas estereotipados o pudo jugar a infiltrarse en ellos para fortalecer su base. Hasta ahora sigue ponderando la segunda vertiente.
Para completar ese engranaje, entre las mujeres del Gobierno se advierte la falta de gramáticas próximas al feminismo o una visión de género amplia, que desafíe estos discursos.
Contradicciones
El fenómeno de las mujeres chavistas, y las políticas que lo empujan, sigue adelante intensificando tecnologías de género convencionales, que muestran la dimensión del equívoco que se ha producido al instrumentalizar la idiosincrasia como supuesto índice revolucionario y al poner énfasis celebratorio en las costumbres y los hábitos antes que apostar por la transformación de estos.Al encumbrar al pueblo como modelo ideal de sí mismo, el chavismo ha creado su mayor fortaleza y su callejón sin salida. Efecto evidente en el uso que se ha hecho de los lenguajes populares y de las representaciones que se le atribuyen al pueblo, a los jóvenes, etc. Estereotipos y sobredimensiones que inflaman un relato de insurgencia que contrasta con el cuerpo vivo, tremendamente penetrado por la cultura de masas, el consumismo y los hábitos de mercado.
Hoy quizá la intervención radical de una política que se aleje de las gestiones de despacho podría interrumpir la lógica normalizante que se hizo hegemónica en el proceso bolivariano.
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