Mujeres de Somalia (Antonio Olmos)
A.PAMPLIEGA / DOMINICAL/MILENIO
La
circuncisión faraónica es un acto de mutilación que va contra la salud
femenina y contra el Islam; no obstante, es una práctica “cultural” de
tortura arraigada en éste y otros 27 países ...
Mogadiscio.Deega Abukar está agotada.
Dormita sobre su brazo derecho mientras a sus pies descansa su pequeña.
La niña mueve lentamente las manitas, suelta un largo bostezo y comienza
a llorar. Deega entorna los ojos. Está desorientada. Los lloros de la
pequeña se hacen más fuertes y la muchacha (tiene solo 18 años) la toma
en brazos y la ofrece el pecho para calmar su sed.
Deega dio a
luz en el Hospital Banadir —el más importante de todo Mogadiscio— hace
unas horas. Fue un parto lento, agónico y muy doloroso. La doctora Lul
Mohamud Mohamed tuvo que hacerla varias incisiones para ayudar a dar a
luz ya que debido a la circuncisión faraónica la vagina estaba
completamente cerrada imposibilitando el parto. Cuando se le pregunta a
la doctora por la situación de la madre después de la cirugía se encoje
de hombros resignada y ladea la cabeza. “Lo he hecho tantas y tantas
veces que es algo habitual. Lo normal es que las tengamos que ‘rajar’
con el bisturí para poder abrir la vagina porque de otra forma los bebés
no podrían nacer y la madre moriría de agotamiento y dolor”, confiesa
esta mujer que lleva prácticamente toda su vida ayudando a las madres a
dar a luz.
La Circuncisión Faraónica, la más brutal
de las ablaciones. “Es la forma más agresiva de Mutilación Genital
Femenina (MGF) y consiste en la extirpación de los labios mayores y
menores y del clítoris. Después se cose ambos lados de la vulva hasta
que está prácticamente cerrada dejando un único orificio. Es una
práctica inhumana y brutal que causa cientos de muertos al año en
Somalia”, denuncia Sagal Sheid Ali, trabajadora social en Somali Women
Development Center (SWDC).
Entre 100 y 130 millones de mujeres han
sufrido algún tipo de MGF. Es un ‘tradición’ que pasa de generación en
generación y que está presente en 28 países de África, pero que también
ha comenzado a desembarcar en Europa, Oriente Medio y Europa. El 95 por
ciento de las somalíes están circuncidadas —es el país donde más se
realiza esta práctica, según un informe de Save the Children. “No es una
cuestión religiosa porque va en contra del Islam. Es algo cultural y
que pasa de generación en generación y se ha convertido en algo habitual
entre las mujeres de Somalia. Es una tradición”, denuncia Sagal.
En un país donde las tradiciones son tan
respetadas por la sociedad, las mujeres que no están circuncidadas son
mal vistas e incluso llegan a ser repudiadas. Se les considera
insalubres (según la creencia popular la MGF ayuda a mejorar la higiene
de las mujeres) y no pueden manipular ningún tipo de alimento para no
contagiar al resto de la comunidad con sus pérfidas manos. Existe la
creencia que el contacto del bebé con el clítoris materno puede llegar a
ser mortal para el recién nacido.
Los primeros pasos para erradicar esta
técnica fueron dados por el gobierno de Somalia que prohibió, en la
nueva Constitución, la Mutilación Genital Femenina, donde se considera
está práctica como una “tortura” para las mujeres. “La circuncisión de
las niñas es una práctica tradicional cruel y degradante, y equivale a
la tortura. La circuncisión de las niñas está prohibida”, señala el
artículo 15 (4) de la Constitución del país africano. Pero la realidad
es que no hay ninguna ley específica y la práctica se mantiene tanto en
áreas rurales como urbanas de Somalia.
En este hospital se hacen grandes
esfuerzos para que las mujeres comprendan los riegos a los que someten a
sus hijas realizando la MGF. Las niñas pueden padecer graves problemas
psicológicos, fuertes dolores, hemorragias, infecciones y transmisión de
enfermedades, ya que las ablaciones se producen en grupo y con un
instrumental que no ha sido esterilizado previamente entre intervención e
intervención. “Incluso puede provocar fístulas en la mujer dado que
durante las relaciones sexuales el hombre hace fuerza para penetrar a la
mujer”, puntualiza la doctora.
La doctora Lul se acerca hasta la cama
donde Deega continúa dando el pecho a su hija. La mira y la pregunta
como está. La muchacha sonríe. Deega fue circuncidada cuando tenía 14
años. Recuerda que trató de escapar cuando vio lo que le estaban
haciendo a las otras niñas, pero entre varias mujeres la lograron
retener. “Me hicieron muchísimo daño. Fue algo horrible que jamás podré
olvidar en toda mi vida”, se sincera. Pero, a pesar de la experiencia a
la que fue sometida, la joven tiene claro que el peso de la tradición
puede más que el sentido común. “Mi abuela, mi madre, mis hermanas, mis
primas y yo estamos todas circuncidadas. Mi hija será circuncidada
porque es una tradición familiar”, afirma sin dudar un instante. “Es
nuestra cultura. Es lo que somos y lo que debemos transmitir a nuestros
hijos para que ellos hagan lo mismo con los suyos”, confiesa.
La respuesta no sorprende a la doctora
Lul. “La circuncisión no tiene nada que ver con la religión, es
tradición. Debemos educar a nuestra sociedad para que dejen de realizar
estas prácticas brutales”, reconoce la pediatra.
CREAR CONCIENCIA
Los habitantes del campo de desplazados
de Maslah se van acercando en torno a una mujer que cubre su cabello con
un largo velo rosa. Los hombres a un lado y las mujeres a otro. Algunos
se sientan sobre la arena caliente, otros se resguardan bajo la sombra
de unos endebles árboles y el resto aguanta con estoicismo bajo el
intenso calor que castiga Mogadiscio. La mujer habla con pausa. El
silencio es absoluto. Todos la miran y la escuchan con respeto. “No
debéis someter a vuestras hijas a la circuncisión porque esto la
acarreará graves problemas en el futuro, afectará a su salud…”, la mujer
alza la voz para que todos la puedan escuchar.
Los trabajadores de la Organización No
Gubernamental Somali Women Development Center (SWDC) acuden, una vez al
mes, a este campo para tratar de crear conciencia entre sus habitantes
de que dejen de circuncidar a sus hijas. “Es complicado hacerles ver que
esta práctica que para ellos es algo tradicional es algo que afecta
negativamente la vida de sus hijas. Ha pasado de madres a hijas desde
hace siglos y cambiar esa mentalidad no es tarea sencilla pero cuando
les ponemos delante ejemplos de lo que puede ocurrirles a sus hijas
entonces es cuando comprenden la situación y muchas comienzan a renegar
de estas prácticas. Pero es un proceso largo y difícil”, Sagal Sheid
Ali.
“La circuncisión va contra el Islam y
contra las mujeres. No debemos someter a nuestras hijas a esta práctica
inmoral y antirreligiosa”, clama una mujer entre los asistentes. Todos
se giran para mirarla. Algunos cuchichean entre ellos. “En nuestros
tiempos, donde no teníamos educación, la circuncisión era una práctica
normal entre las mujeres. Pero ahora, los tiempos han cambiado. Nuestros
hijos tienen más educación y más conocimiento que nosotros así que no
debemos someterlos a prácticas ancestrales”, afirma con firmeza Maryah
Habeeb Haydar.
Esta oronda mujer que cubre su cabeza
con un larguísimo velo blanco salpicado de motivos verdes es la esposa
de uno de los líderes religiosos más importantes del campo de
desplazados.
A sus 58 años es madre y abuela y lucha con fiereza contra
la MGF. “Las mujeres somalíes nos encontramos indefensas y en una
situación terrible. Somos nosotras las que imponemos tradiciones sin
sentido a nuestras hijas sin recordar lo que sufrimos”, denuncia. Maryah
hace memoria y se traslada 44 años atrás cuando fue sometida a la
circuncisión faraónica. “Fue terrible. Recuerdo que en mi primera
menstruación sufrí fuertes dolores, al igual que la primera vez que tuve
relaciones sexuales con mi marido o cuando di a luz y tuvieron que
intervenirme quirúrgicamente para que mi bebé pudiera salir”.
Maryah es consciente de su autoridad
entre las mujeres del campo y la utiliza para tratar de cambiar
conciencias y evitar que más niñas continúen sufriendo de manera
innecesaria. Son actitudes como la de esta mujer la que están
consiguiendo que el número de ablaciones disminuya en Mogadiscio. “Hemos
registrado un descenso en las niñas que han sido circuncidadas, pero
solo es un espejismo porque en las áreas rurales donde no podemos llegar
está práctica sigue siendo habitual”, se lamenta Sagal Sheid Ali.
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