miércoles, 11 de diciembre de 2013

Bolivia/ El verdugo al acecho: Desenlaces de la violencia estatal

El Asalto a la fortaleza moral del QONAMAQ
 
Raúl Prada Alcoreza
 
Al gobierno no le queda otra cosa que la descomunal violencia, después de haber  perdido la legitimidad; una vez que se dieron las crisis del gasolinazo, cuando enfrentó a su pueblo, y la crisis del conflicto del TIPNIS, cuando se enfrentó a las naciones y pueblos indígenas. Ahora, quedó claro, completamente verificado, su decidida opción por el modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Después de aprobar con las organizaciones afines una ley de consulta donde desaparece la consulta con consentimiento y previa, constatándose la consumación del nuevo etnocidio, perpetrado por el gobierno progresista, el ejecutivo nuevamente intenta, por sexta vez, intervenir el CONAMAQ y dividirlo. Lo hace con gente sin representación ninguna, en contra la legitimidad de las dieciséis regiones y suyus del QONAMAQ. Esto es una muestra de desesperación, en plena campaña electoral. El gobierno, en su hazaña, recurre también a la policía, que coadyuva en la intervención; vulnerando grotescamente los derechos de las naciones y pueblos indígenas, consagrados en la Constitución, además de destrozar los derechos fundamentales. 
 
¿Por qué lo hace en plena campaña electoral? ¿Por qué se arriesga a mayor desprestigio del que ya tiene? ¿Es que, después de encaminarse a un quiebre ético y moral, sin precedentes, después de apostar al extractivismo etnocida y matricida, después de derrumbarse como proyecto politico, no le queda otra cosa que la violencia? ¿Cómo terminan los encaminándose los gobiernos progresistas en no solamente contradicciones profundas, inocultables, sino en una descarnada práctica, indisimulada, de control despótico y represión permanente? ¿Cuáles son las condiciones y los factores que terminan empujándolo a semejante caída política? Parece ser que se trata de la intervención calamitosa de un conjunto de condiciones, que sostienen el avatar de otros conjuntos de “variables”, que se dan, en parte, como herencia histórica y, en parte, como azar desafortunado de eventos, que repiten fatalmente la misma condena: los que se consagran al poder “venden su alma al diablo”. 
 
En esta coyuntura, ante la desenvoltura abierta de la violencia estatal, la defensa de los derechos es prioritaria, la defensa de los derechos fundamentales, la defensa de los derechos de las naciones y pueblos indígenas, la defensa de la Constitución. Nadie puede quedarse callado o callada ante la suma de atropellos; de lo contrario, al ser indiferentes, al callarnos, terminamos siendo cómplices de la violencia desmedida; pero, también de la muerte del llamado “proceso” de cambio. Peor aún, de la suspensión de la democracia. 
 
Lo que parece darse detrás de estas inconductas gubernamentales, además de desesperación por controlarlo todo, con malas artes, es la duda ante las elecciones. Duda ante la respuesta de las ciudades, incluso del núcleo duro del campo. Aunque puede haber cierta apreciación de una victoria pírrica, en comparación con los resultados de las elecciones anteriores, presumible victoria, dificultosamente conseguida, que no parece llegar al 50%,  con gran aprieto superar el 30%, relativo al núcleo duro, comprometiendo la probabilidad de una segunda vuelta. A pesar de las ínfulas de imaginario ganador, de encontrarse desconectados de la “realidad”, publicitar y volcarse a la propaganda desmedida, manifestando una popularidad perdida, en algún lugar prende la duda. Esta duda es como un gusano que se come la fruta. Por eso, se apuesta a la prebenda, en mayor escala, se propone doble aguinaldo, sólo a algunos sectores, no a todos, como debería ser, queriendo ganarse votos de los trabajadores o asegurarlos. Por otra parte, en la misma presunción, se teme a una organización, que no han podido dividir el gobierno, como es el CONAMA;, se teme a su interpelación y consistencia. La desesperación se convierte en bronca, por eso intervienen de la forma bochornosa como lo han hecho, apoyados por los aparatos represivos del Estado. No se oculta nada. A pesar que se efectuó la intervención en la noche y bajo lluvia. Se apuesta a sostenerse con el crédito de los afines, de los partidarios, de los medios oficiales y privados que controla. Se apuesta a cubrir el atropello con humareda, como acostumbran. No es la primera vez que lo hacen; empero, en la medida, que se alarga la lista, cada vez es menos consistente lo que se hace, por más violencia que se emplee.
 
También interviene, en el desenlace de los hechos, la premura sumisa de los aduladores, de los que quieren hacer buena nota, y se esfuerzan por dar muestras no solo de fidelidad sin razonamiento, sino también de muestras torpes de adhesión, que son estas decisiones de intervención, por parte de una trucha organización “indígena”, armada apresuradamente, con gente de largo recorrido prebendal. Son los que quieren entrar en las listas electorales los que se esmeran por destacar en estos actos exaltados. Al final, el MAS se ha convertido en eso, en una masa gelatinosa de adherentes prebendales, clientelares, dispuestos a todo por formar parte de los entonos de poder, por más que su órbita esté muy distante del núcleo de poder. 
 
Son síntomas de la degradación política. Lo que al principio era discurso populista, con pretensiones de “ideología”, se convierte en acción descarnada sin discurso y sin “ideología”, solo gritos: ¡Salgan de rodillas! Es la venganza del verdugo a sus víctimas vencidas. De esta clase de gente se llenan los cuerpos represivos, que terminan en torturadores. Esta clase de gente es la que hace de grupo de choque del oficialismo, esta clase de gente se presta a las usurpaciones más desacreditadas de nombre y representación. Esta clase de gente no tiene la menor idea de la Constitución y de las razones, causas, condiciones, que abrieron el “proceso” que se debate ante su propia muerte. Esta clase de gente son los sepultureros del “proceso” de cambio.
 
Como dijimos antes, parece una condena, se repite la trama. Es un guión escrito por el poder, en tanto destino perturbador de los que se entregan a la vorágine de su lógica de captura, de control, de dominio y destrucción. Lo que comienza como esperanza se vuelve frustración, lo que comienza con entusiasmo se convierte en pusilanimidad, las buenas intensiones son piedras del camino al infierno. Los gobiernos “revolucionarios” se convierten en contra-revolucionarios, los “revolucionarios” se convierten en maniáticas caricaturas de la farsa. La lucha contra la clase dominante convierte a los nuevos ocupantes en la nueva clase dominante. La represión a los enemigos se traslada a la represión intestina, adentro, convirtiendo a los críticos o rebeldes en los enemigos más entrañables, más temidos y más odiados, pues les hacen recuerdo a lo que abandonaron. Este desgarramiento es un esfuerzo por el olvido, por imponer una “realidad” condescendiente con sus actos, donde sus fechorías se convierten en buenas acciones. 
 
La resistencia ante la decadencia y la descomposición política, la resistencia ante la restauración de lo anterior, del Estado-nación, de la colonialidad, de las prácticas prebendales y clientelares acostumbradas, de las estructuras y relaciones de poder instauradas históricamente, tiene al QONAMAQ como referente y motor de la resistencia. El CONAMAQ como organización indígena, comprometida en la descolonización, en la defensa de la Constitución, en la defensa de los derechos de las naciones y pueblos indígenas, en la defensa de la madre tierra. La resistencia ante el despotismo cuenta también con la resistencia del TIPNIS. Ambas instancias son las formas materiales y orgánicas de la resistencia. En torno a ellas se genera y regenera la posibilidad de continuar el proceso y profundizarlo, de rescatar el proceso de manos de sus usurpadores, de darse la oportunidad de salir de la condena histórica de la trama del poder. Por eso, es indispensable la defensa del QONAMAQ, la defensa del TIPNIS, la defensa de la Constitución. Un pueblo que no lucha por sus derechos no merece existir. Hay como una obligación, una convocatoria de la memoria social a luchar, a persistir en la construcción de alternativas, a insistir en las acciones alterativas, que inventan líneas de fuga, espacios liberados, y rutas a mundos posibles.     
 
      

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