Por Pablo Ospina Peralta
18 de febrero de 2013
Según proyecciones preliminares,
la candidatura presidencial de la Unidad de las Izquierdas obtuvo
alrededor del 3,5% de los votos cuando análisis preliminares podían
suponer razonablemente que su voto “duro” podía situarse en alrededor
del 5% y que la figura respetada, conocida y valorada de Alberto Acosta
podía haber aportado hasta otro 5% de los votos. Una votación de
alrededor del 10% habría dejado bien situada la figura y la propuesta de
las izquierdas que están en la oposición al gobierno. El resultado
adverso sin duda alguna las debilita y polariza el escenario político
entre el gobierno y la derecha ideológica representada por el banquero –
candidato ¿Cómo entender este resultado desalentador? En este artículo
solo pretendo hacer un breve análisis electoral; desentrañar los
sentidos políticos más profundos y sacar sus consecuencias requiere
considerar muchos otros elementos.
En términos electorales la candidatura
de Alberto Acosta no tenía muchas oportunidades de crecer en la Costa,
salvo en Esmeraldas, o entre sectores populares para quienes era un
candidato relativamente desconocido (35% de los votantes no lo conocía).
Se esperaba, por lo tanto, capturar una parte del electorado seducido
por las propuestas de Rafael Correa pero insatisfecho por sus límites.
Aquel que demandaba recuperar los planteamientos radicales originales de
la revolución ciudadana, en particular, la redistribución del agua y de
la tierra, y el rechazo a la actividad minera de gran escala en el
país, y la extensión de la actividad petrolera en el sur de la Amazonía.
Un electorado tal vez pequeño pero significativo que podía verse
convocado por una radicalización de la agenda de transformaciones. Pero
estas agendas no resultaron creíbles y las de rechazo a la minería a
gran escala no fueron determinantes para volcar decisivamente al
electorado de las zonas afectadas, es decir, en el sur de la sierra y de
la amazonía. Resultaron ser temas secundarios frente a la importancia
del regreso del Estado. Las otras propuestas políticas que lo
distinguían del libreto cantado por Rafael Correa, como el contenido de
la educación pública, el sentido de la salud colectiva o el carácter de
la universidad, eran demasiado sofisticadas para ser bien entendidas o
para contar en la elección. La verdad es que tanto los sectores
populares como la izquierda están demasiado marcados por las últimas
décadas dedicadas a luchar contra la privatización de los servicios
públicos como para preocuparse por el “detalle” del tipo de Estado y de
instituciones que una revolución verdadera tiene que construir.
Mucho más determinante fue, en términos
electorales, otro fracaso. La candidatura de Alberto Acosta tenía
oportunidad de seducir a un electorado moderadamente progresista,
tradicionalmente de centro izquierda y de clase media. Este grupo podía
rechazar la criminalización de la protesta social, el aumento del
autoritarismo y la prepotencia gubernamental y personal del presidente.
Este electorado estaba molesto por el irrespeto a reglas mínimas de
independencia de las funciones del Estado y de libertad de expresión y
organización. Los sectores populares y el electorado más pobre no
derrama la menor lágrima por estos temas. El electorado sensible a esta
prédica estaba situado predominantemente en la Sierra y en las ciudades.
Muchos piensan que este electorado se
alejó por el lastre de la mala imagen de la izquierda histórica,
especialmente el MPD, pero también debido al desgaste de la credibilidad
del movimiento indígena. Esto puede haber influido sin duda, pero era
manejable por la buena imagen del candidato presidencial. Resultó ser
algo extraordinariamente secundario. Tan secundario que la lista de
Asambleístas Nacionales, liderada por Lourdes Tibán y Jorge Escala, y la
de parlamentarios andinos, según los datos disponibles, tienen más
votos que Alberto Acosta. De lo que sabemos hasta ahora, al menos a
partir del conteo rápido de Participación Ciudadana, prácticamente en
todas las provincias, las listas de asambleístas provinciales de la
Coordinadora sacaron porcentajes mayores de votos que el candidato
presidencial. Esto deberá confirmarse, pero yo no he encontrado
provincia alguna donde el voto para Presidente supere el porcentaje del
voto de asambleístas provinciales. En una palabra, los denostados
partidos de la Coordinadora de Izquierdas tuvieron más votos que Alberto
Acosta, lo que revela que si las “malas compañías” pesaron en quitarle
votos, lo hicieron bastante menos que otros factores. ¿Cómo explicar la
paradoja de que un candidato con mucho mejor imagen que los partidos de
su coalición saque menos votos que ella?
La pista principal para despejar la
incógnita es que por primera vez desde que tengo memoria, la derecha
política (Guillermo Lasso) obtuvo más votos en Pichincha que en Guayas.
En términos generales, basados todavía en datos muy preliminares,
Guillermo Lasso tuvo porcentajes de votación ligeramente más altos en
las provincias serranas que en las costeñas, con excepción de Azuay (más
bajo), Esmeraldas y el Oro (más altos). Esto es algo excepcional en la
historia electoral ecuatoriana reciente. La hipótesis es ésta: no solo
Rafael Correa ganó una parte importante del electorado que
tradicionalmente votaba a la derecha en la Costa, sino que Guillermo
Lasso logró recoger una parte del voto que tradicionalmente votaba por
el centro izquierda en la Sierra. El posible electorado a favor de Alberto Acosta votó finalmente contra Rafael
Correa. Prefirió el voto útil. A la manera de Andrés Páez, ese
electorado consideró que la lucha contra el autoritarismo era más
importante que el modelo económico o el esfuerzo de redistribución.
Puesto que en términos electorales las
izquierdas no pudieron convencer a la tendencia que representaba algo
diferente y mejor que Rafael Correa, ahora deberemos pagar el precio
político de ese fracaso. Perder no es sinónimo de haberse equivocado.
Pero nos equivocamos si no aprendemos de las derrotas. Estoy convencido
que había que dar esta batalla y que teníamos una oportunidad de crecer y
fortalecernos para las luchas que vienen. Pero perdimos y el gobierno
tendrá un argumento más para deslegitimar nuestras resistencias y
nuestras propuestas. Sobre todo, las izquierdas deben reinventarse. No
tenemos futuro si seguimos anclados y dependientes de las clases medias
serranas, ausentes de la Costa y alejados de los sectores populares.
Alianza País los ganó forjando un liderazgo personalista. Las izquierdas
solo pueden hacer algo diferente y mejor si construyen organización y
protagonismo desde abajo.
* publicado también en la revista Opción S
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