Efectivamente, como el Subcomandante Insurgente Marcos lo dijo: los zapatistas siempre han estado ahí, nunca se han ido.
Sin embargo, tras
su reaparición pública del 21 de diciembre del 2012, los partidos y la
clase política muestran un entusiasmo inusitado por defender los
derechos indígenas y apoyar los Acuerdos de San Andrés Larráinzar que
rechazaron en 2001. Hipócritas: El Partido Revolucionario Institucional
(PRI), el Partido Acción Nacional (PAN), y el Partido de la Revolución
Democrática (PRD), en contubernio, cometieron traición de Estado y les
dieron la espalda.
Y no sólo ellos.
También la izquierda les dio la espalda: la institucional, la partidista
y gran parte de la intelectual y del movimiento amplio de izquierdas.
Resultó
sorprendente que a una semana de la marcha del 21 de diciembre, la
perredista Dolores Padierna presentara un punto de acuerdo en el pleno
del Senado para que el Estado Mexicano cumpla los Acuerdos de San Andrés
y que fuera aprobado por unanimidad.
Después, también
en unanimidad partidista, la Comisión Permanente exhortó a la
reactivación de la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa). Y
ahora, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, anuncia
que en lugar de esta instancia se crea la Comisión para el Diálogo con
los Pueblos Indígenas en México.
No es de extrañar
entonces que Enrique Peña Nieto, en una jugada de legitimación política,
dé su visto bueno a los Acuerdos de San Andrés.
Estamos pues frente a un coro de simulaciones.
En 2001, como
dije, los partidos rechazaron la aprobación de los Acuerdos discutidos
durante siete años. A partir de 2006, cuando el EZLN criticó lo mismo a
los candidatos presidenciales del PRI y del PAN que a Andrés Manuel
López Obrador, el movimiento amplio de izquierdas dejó solas a las
comunidades zapatistas.
Solas enfrentaron
una mayor militarización, el despojo de sus territorios y el aumento de
agresiones no sólo de paramilitares sino de militantes del PRI, PAN, PRD
y del abanico partidista de izquierda.
Sin embargo, las
poblaciones zapatistas han resistido los ataques de forma pacífica y no
han sucumbido al bombardeo de programas sociales federales y estatales
que buscan cooptarlos y dividirlos. No sólo resisten, consolidan la
única experiencia de autogobierno real que en 2007 involucraba cinco
regiones, llamadas por ellos Caracoles, en donde habitan alrededor de 40
mil indígenas.
Ese autogobierno
es una lección excepcional para México, porque en plena crisis
institucional, del sistema de partidos y de la representación popular,
nos muestra una forma distinta de ejercer el poder y de impartir la
justicia de forma horizontal, rotativa, incluyente y sin corrupción.
La izquierda
electoral lucha porque la repartición del pastel capitalista sea más
equitativa. El mensaje zapatista de fondo es que ese pastel está podrido
y que la sociedad civil debe preparar uno nuevo con su propia receta. Y
eso es lo que han hecho las comunidades rebeldes a pesar de estar bajo
una estrategia contrainsurgente.
Tuve oportunidad
de conocer dicha experiencia autonómica y de entrevistar al
Subcomandante Marcos a fines de 2007 con motivo de un reportaje para la
revista Gatopardo que luego se convirtió en el libro Corte de caja.
Constaté que el
autogobierno zapatista es el ejercicio político y de cambio cultural más
radical del país al romper con todos los niveles de gobierno y los
partidos para depositar el poder en colectivos, llamados Juntas del Buen
Gobierno, donde están incluidos mujeres y jóvenes.
Corroboré también
cómo sin presupuesto gubernamental ni de la iniciativa privada han
erigido clínicas de salud, escuelas y proyectos productivos donde no
había nada.
Sí, es verdad,
tienen fallas. Los resultados son distintos en cada Caracol y hay
procedimientos que obstaculizan en parte la vida interna de cada Junta
de Buen Gobierno. Pero esto se vive como un aprendizaje a superar y las
decisiones se socializan.
Cuando entrevisté a
Marcos, él acababa de regresar del norte del país en el recorrido que
La Otra Campaña hizo para tender puentes con otras comunidades
indígenas y colectivos de lucha ciudadana.
En la que hasta
hoy es la última entrevista por él concedida, me dijo que el EZLN
buscaría trabajar en un programa político de carácter nacional a partir
de junio de 2008. No obstante me externó: “el EZLN está en una
indefinición, estamos acostumbrados a ello y así es como mejor nos salen
las cosas”.
Me precisó que esa
indefinición en parte se debía a que desconocían si la gente
respondería de forma organizada y articulada o el EZLN, por su cuenta,
impulsaría ese programa nacional de lucha ajeno a los partidos
políticos.
No obstante el
zapatismo se replegó de 2008 a 2012. En varias ocasiones intenté sin
éxito entrar de nuevo a sus comunidades pero estaban cerradas. No era
extraño. Sus repliegues tienen sus razones. Así sucedió tras el rechazo
legislativo de los Acuerdos de San Andrés en 2001. Dos años cerraron sus
puertas y se abrieron de nuevo en 2003, tras la creación de los
Caracoles.
Ignoro los motivos
del repliegue reciente. Quizá se debió a que esa indefinición de por
dónde seguir se extendió más de lo que pensaban, quizá sobrevino el
desgaste, quizá vivieron una crisis interna por la estrategia
contrainsurgente, la crisis económica y la ruptura con las izquierdas.
No lo sé.
Pero ahora, cuando
muchos daban a la organización por fenecida, reapareció en la escena
política haciendo ostensible una militancia nutrida, su cierre de filas y
que de nuevo tiende puentes hacia fuera.
La marcha del 21
de diciembre también sirvió para presentar en sociedad a su nueva
generación. Esa juventud indígena, contemporánea a la del movimiento #Yo
soy 132, nació en el contexto del levantamiento del EZLN y en los años
posteriores a la consolidación de su autogobierno. Sin duda, esta es su
principal fuerza y su armamento es la dignidad y congruencia aprendidas
de sus padres y abuelos.
Esa juventud indígena sale hoy a la luz y demanda que los Acuerdos de San Andrés sean una realidad.
No olvidemos que
de fondo los Acuerdos exigen el cumplimiento del artículo segundo
constitucional sobre derechos territoriales, de información y consulta
de los pueblos indígenas recogidos en el Convenio 169 de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) y que las etnias del país no son las
mismas que antes de 1994, pues la insurrección zapatista marcó el
proceso ascendente de defensa territorial y autonómica en poblaciones
indígenas y rurales en México.
Quizá este proceso
sea la principal semilla brotada fuera del EZLN. Se debió a que
comunidades indígenas y rurales comenzaron a sufrir el despojo de sus
territorios por mega proyectos hidroeléctricos, mineros, eólicos,
turísticos, inmobiliarios, carreteros.
Si bien este despojo ya era histórico, la
embestida se hizo mayor por las reformas constitucionales impulsadas por
Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, las facilidades fiscales y legales de
los gobiernos panistas, la corrupción de gobiernos locales y la
voracidad de las multinacionales.
La antropóloga María Fernanda Paz registra que
durante el sexenio de Felipe Calderón los conflictos comunitarios por
defensa del territorio se elevaron a 125 en 22 estados de la República.
La batalla comunitaria se ha dado de forma
desigual, recurriendo a la movilización y la defensa jurídica con todos
los agravantes en contra: falta de dinero y de asesoría legal
capacitada, instituciones corruptas, violencia.
Sin duda, la implementación de los Acuerdos de
San Andrés daría certeza jurídica a esas luchas y a los diversos
procesos autonómicos que por razones de seguridad o justicia,
autogestión interna, protección de recursos naturales o uso de monedas
alternativas se multiplican en el país.
Peña Nieto, como se dice, ahora tiene el balón
de su lado. También a la oligarquía, que por supuesto, no permitirá que
sus intereses sean tocados.
Estamos pues ante
un momento crucial del movimiento zapatista y de las etnias de México.
Todos, gobiernos, partidos políticos, el movimiento amplio de
izquierdas, y la sociedad civil, tenemos responsabilidad para que se
materialicen los Acuerdos de San Andrés en su beneficio.
Independientemente
del curso de los Acuerdos, la realidad zapatista está ante nosotros.
Trascendamos las simpatías y antipatías que despierta el vocero y jefe
militar de la organización. Marcos no es las comunidades zapatistas.
Dejemos de lado la visión clasista, racista y sexista y miremos de
frente a las mujeres y hombres tzeltales, tzotziles, tojolabales,
choles, zoques y mames rebeldes. Salvaguardemos su experiencia de
autogobierno y aprendamos de ellos las lecciones que por tanto tiempo
hemos ignorado.
Laura Castellanos es periodista
Fuente: El Universal
http://alainet.org/active/60968&lang=es
No hay comentarios:
Publicar un comentario