Álvaro Cuadra
Investigador y docente de la Escuela
Latinoamericana de Postgrados. ELAP. ARENA PÚBLICA. Plataforma de
Opinión. Universidad de Arte y Ciencias Sociales. ARCIS
Adital
Tras las elecciones municipales, nuestro país entra en la campaña presidencial y parlamentaria. Los sectores de derecha ya están disponiendo sus piezas en el tablero, los ex ministros Lawrence Golborne y Andrés Allamand serán los rostros en esta primera etapa. En la oposición, el nombre de Bachelet parece imponerse por su propio peso. En los próximos meses debe resolverse con mayor nitidez el panorama político, hay tres cuestiones a resolver: mecanismos de elecciones primarias, los programas de gobierno y las estrategias para atraer electores.
Los partidos y conglomerados deben tejer una estrategia de seducción no solo para enaltecer la figura de su candidato sino, y muy principalmente, una estrategia capaz de seducir, aunque sea parcialmente, a ese incierto "electorado oscuro” que se abstuvo en los comicios municipales. Para que esto sea posible se requiere que el proceso por el cual se instala una candidatura sea percibido como democrático y transparente. Es decir, las elecciones primarias en la Alianza y en la Concertación resultan indispensables. A esto se suman las eventuales candidaturas alternativas que bien pudieran darnos más de una sorpresa.
Si ya el mecanismo de elecciones primarias y las estrategias para atraer a parte de los abstencionistas plantea tensiones y problemas al interior de los distintos conglomerados, la elaboración de un programa de gobierno será también un sendero pedregoso y cuesta arriba. Esta dificultad se advierte tanto en los candidatos de derechas como en aquellos de centro-izquierda. Es claro que la UDI y RN oponen visiones distintas del país al que aspiran, lo mismo puede decirse de los pactos al interior de la Concertación.
Otra cuestión crucial es que el abstencionismo instala una dosis mayúscula de incertidumbre que dificulta el análisis y los pronósticos. De hecho, las últimas elecciones municipales mostraron la insuficiencia de las encuestas como instrumento para escrutar el universo de los votantes y sus tendencias. El "electorado oscuro” compromete el diseño de estrategias político – comunicacionales adecuadas de todos los actores políticos del país. Nadie sabe con certeza a quién dirigirse ni, mucho menos, con qué argumentos. La cuestión no es baladí en la medida que una campaña de alto costo, pero mal orientada puede significar el fracaso de una candidatura.
Por último, la campaña presidencial que ya ha comenzado no debe opacar la elección parlamentaria, pues es en ésta donde se juegan las distintas fuerzas en el poder legislativo y, en consecuencia, cualquier posibilidad de reformas políticas o económicas en nuestro país. Las posibilidades del próximo gobierno, cualquiera que sea, estarán condicionadas por la composición del Congreso. Las elecciones del año que viene poseen una característica inusual en nuestro medio, en ella se juega la continuidad de la derecha en el poder o la restitución de una figura reformista de centro-izquierda. Así, las elecciones presidenciales adquieren un mayor "suspenso” fruto de la incertidumbre abstencionista y de un mayor contraste frente a un gobierno de derechas.
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¿Cómo enfrentar la abstención?
Por Álvaro Cuadra
Una abstención del 60% no es una buena noticia para los partidos políticos progresistas y democráticos, pues supone desmovilización y apatía política. La abstención se instala en las antípodas de cualquier proyecto de cambio democrático. Podríamos afirmar que la abstención da buena cuenta de un "círculo vicioso”: No se concurre a votar porque la institucionalidad política está, reconocidamente, viciada; sin embargo, seguirá viciada, a menos que una amplia mayoría de votantes decida cambiarla.
Para los partidos democráticos y progresistas hay solo un modo de superar esta situación: crear un "círculo virtuoso”: Es imprescindible expresar la voluntad ciudadana, aún en un sistema turbio, precisamente, para modificarlo. La tarea no es fácil, pues se trata de un desafío político de largo aliento que va más allá de una cierta coyuntura electoral. Sin embargo, en lo inmediato, los partidos democráticos deben recuperar una vieja tradición en la política chilena, insertarse en las organizaciones y movimientos sociales y desplegar allí su discurso.
Los abstencionistas constituyen una mayoría muy heterogénea que reconoce un núcleo duro e irreductible para quienes no-votar es una opción política consciente. Sin embargo, una gran parte de la abstención no se encuentra en ese núcleo sólido y corresponde a ciudadanos capaces de volver a votar puestos ante los estímulos adecuados. La tarea de los partidos políticos democráticos es generar, justamente, tales estímulos en forma de "mensajes” nítidos que marquen la diferenciación respecto a los oponentes de derecha. Tal como se ha dicho, una elección presidencial y parlamentaria va a convocar a más votantes que una elección municipal. Esto es cierto en la medida que el contraste entre los candidatos sea más "dramático” y, al contrario, menos atractivo si todo se juega en sutiles matices. Con todo, dado lo breve de los plazos, invertir los porcentajes, sobre todo en una segunda vuelta, ya sería un logro.
No se trata de caer en una suerte de fariseísmo político y culpabilizar la abstención, pues, en definitiva, hay una coincidencia básica entre el abstencionismo y las ideas democráticas, ambas posturas son críticas frente a la institucionalidad real y existente. La única diferencia es que la abstención implica un rechazo pasivo, mientras que los partidos democráticos anhelan una oposición activa a través del voto. El dato no es menor, porque no se trata de convencer al "electorado oscuro” de que el actual estado de cosas es indeseable sino de hacerlo transitar desde la resignada pasividad a la acción democrática por antonomasia: Votar.
Para que un elector, por opaco que sea, se decida a hacerse parte del rito electoral es fundamental que conciba que "su participación” es importante para "Algo”, así con mayúsculas. Ahora bien, si el quehacer político es percibido como degradado, ese "Algo” no podría ser sino el compromiso de un cambio sustancial de la actual condición. En palabras sencillas, el ciudadano desencantado volverá a votar en la medida que percibe que con su voto está abriendo paso a "otra democracia” en que él o ella encuentren su lugar.
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Lea también:
La deserción de las masas
Por Álvaro Cuadra
La abultada cifra de abstenciones en la reciente elección municipal que supera las previsiones más pesimistas, no es un accidente ni un comportamiento caprichoso del electorado; se trata, qué duda cabe, de un inquietante síntoma político y social en el Chile actual. Es innegable que la cláusula del "voto voluntario” y la expansión del padrón electoral han contribuido a que se exprese con mayor fuerza un malestar difuso ante el presente estado de cosas en nuestro país. No obstante, lo cierto es que antes de que se aprobara esta nueva modalidad había ya una masa muy significativa de no inscritos en los Registros Electorales, especialmente en los sectores juveniles. Más allá, entonces, de las explicaciones "técnicas” no se puede soslayar la cuestión de fondo: Algo huele mal en nuestra "democracia” y desde hace mucho tiempo.
La idea ingenua de que el voto le ganaría a la calle ha sido desmentida por los hechos. La voz de la calle comienza a reflejarse en el rito eleccionario de una institucionalidad malsana, y lo hace, paradojalmente, como silencio, ausencia y deserción. Quienes se abstuvieron lo han hecho porque se sintieron obligados a escoger entre candidatos designados por mafias políticas: El acto mismo de votar se ensució y perdió toda dignidad democrática en el actual orden constitucional. La abstención amplia marca un punto de inflexión que debiera hacer meditar a la clase política, pues, las actuales reglas del juego ya no satisfacen a una amplia mayoría.
El panorama que se abre ante las presidenciales del próximo año es más que inquietante e incierto. Si se quiere revestir de un mínimo de legitimidad las elecciones venideras es urgente introducir cambios importantes y radicales en nuestra institucionalidad. Hemos llegado a un punto de no retorno. Chile quiere otra democracia más participativa y justa que nos represente a todos y no esté adefesio pinochetista que nos ha conducido a la nefasta situación en que está sumida la política entre nosotros. Insistir en mantener el actual orden constitucional solo profundiza el divorcio entre la sociedad y una clase política que dice representarla.
La cifra de abstención es una suerte de sismógrafo que muestra el grado de desprestigio en que han caído los políticos y la política tal y como se practica en Chile hoy. Hemos asistido a un terremoto político que no puede dejarnos indiferentes, pues nos guste o no, el malestar ciudadano va a buscar cauces de expresión tarde o temprano.
El veredicto de la ciudadanía es claro y rotundo: El diseño político inaugurado en los noventas y que se ha proyectado hasta la fecha ha dejado de funcionar y ya no convoca a las mayorías. Cuando una mayoría importante de ciudadanos le vuelve la espalda a la clase política que quiere representarla, como ha acontecido hoy, es hora de pensar en una nueva democracia con una nueva Constitución.
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