jueves, 27 de septiembre de 2012

Argentina: Mujer, violencia y capitalismo

"El socialista que no es feminista carece de amplitud.
Quien es feminista y no es socialista carece de estrategia".
Louise Kneeland, socialista y feminista norteamericana, 1914.

Las clases dominantes justifican su explotación naturalizando y profundizando la división de clases: siempre hubo ricos y pobres, algunos logran progresar, existen capacidades diferentes… De un modo similar, también naturalizan el orden patriarcal, la supuesta inferioridad de la mujer, la maternidad como un mandato social ineludible y las tareas domesticas como su correlato.

Pero la diferencia biológica, por sí misma, no impone jerarquía ni prioridad alguna entre el hombre y la mujer. Es el propio sistema capitalista el que asigna roles fijos a unos y otras con el objetivo de asegurar el sostenimiento y la reproducción de sí mismo. En esa construcción impuesta, se espera que la mujer sea quien garantice el cuidado cotidiano y la continuidad futura de la mano de obra del sistema, y mucho mejor aún si a la vez cumple con ser compradora compulsiva y objeto sexual.

Las conductas machistas que ejercen muchos trabajadores y varones de sectores populares, y que tantas mujeres también aceptan como "normales", tienen su origen en la estructura económica e ideológica del sistema dominante.

La doble opresión que sufren las mujeres bajo el capitalismo tiene asimismo un lado más oscuro y doloroso que el plano social, ya que a veces también está presente en el hogar, en el barrio, en su relación íntima o de pareja con un hombre. Y se refleja en las altas cifras de mujeres golpeadas o maltratadas y en la cantidad de femicidios.

Por otra parte, en todas estas situaciones las mujeres deben enfrentar de alguna manera la complicidad del Estado, por acción u omisión: el aborto sigue estando prohibido, para la violencia falta prevención y contención reales, en la trata para explotación sexual hay connivencia del delito con la protección policial, judicial y política.

Nada de esto es casual. Como hemos ido tratando a lo largo de este trabajo, estas situaciones que padecen las mujeres no son un problema privado o familiar, de puertas adentro. Más que nunca, para las mujeres lo personal es político.
Por lo tanto, la salida debemos pensarla no individualmente sino en forma colectiva. La emancipación de las mujeres forma parte intrínseca de la liberación de la clase trabajadora en su conjunto. Así como es imposible obtener avances económicos, sociales, democráticos y políticos significativos sin la participación activa de las mujeres, tampoco es posible lograr la emancipación plena de las mujeres sin luchar por una salida anticapitalista.

Seguramente la derrota del capitalismo no significará que de un día para el otro, de manera automática, se acabe la opresión de la mujer. Hará falta toda una amplia tarea educativa, cultural e ideológica para erradicar las conductas y prejuicios machistas, tan arraigados. Pero lo que en realidad es completamente utópico es creer que se pueda terminar con la opresión del a mujer mientras vivamos en el marco de esta sociedad capitalista, desigual e injusta por naturaleza.

Ahora bien: que la estrategia de los revolucionarios sea por una salida de fondo anticapitalista y socialista, no equivale a quedarse sectariamente de brazos cruzados ante los reclamos concretos de género del presente, así no sean explícitamente socialistas. Existe entre ambos aspectos una combinación dialéctica. Como decía la Kollontai, "cada nuevo objetivo de la clase trabajadora representa un paso que conduce a la humanidad hacia el reino de la libertad y la igualdad social: cada derecho que gana la mujer la acerca a la meta fijada de su emancipación total…"

No hay forma, insistimos, de terminar definitivamente con la opresión de la mujer sin cambiar de raíz la base material que la origina y se beneficia de ella, que hoy es la explotación capitalista. La desaparición de la explotación de una clase por otra y el reemplazo de la propiedad privada de los medios de producción por la propiedad social son la condición para lograr ese cambio e iniciar la construcción del socialismo a nivel nacional e internacional.

Derrotar al capitalismo y a los gobiernos que defienden sus intereses, tomar el poder político y a partir de allí construir una nueva sociedad justa e igualitaria es una gran tarea revolucionaria compartida, de mujeres y hombres del brazo, con la clase trabajadora como vanguardia y sectores populares y medios aliados a ella. Y la disputa por el poder requiere a su vez de una herramienta política, de una alternativa política para llevarla adelante, que te invitamos a construir en común.

En los capítulos anteriores hemos desarrollado nuestra mirada sobre los temas del femicidio, la trata y el aborto, como las tres principales expresiones de la violencia de género. Cada una de ellas nos plantea reclamos y tareas específicas a llevar adelante, a la vez que son parte de una lucha superior y más estratégica para combatir la raíz estructural de esos males.

Las fuerzas políticas más lúcidas del sistema han percibido muy claramente la potencialidad de los movimientos de mujeres y buscan neutralizarlos, asimilarlos o, en todo caso, acotarlos a temas como la equidad de género o la emancipación femenina. Hay documentos del Banco Mundial y de otros organismos internacionales del establishment que inclusive aconsejan encauzar la participación de las mujeres hacia "las problemáticas locales" o barriales.

Por el contrario, las y los socialistas del MST tenemos la plena convicción de que la lucha por los derechos de las mujeres es parte inseparable del combate por una sociedad nueva, distinta, verdaderamente igualitaria, sin explotación ni opresión, una sociedad socialista. Ése es el camino de desafío, de presente y de futuro que queremos recorrer juntas y juntos con vos.


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