Ella es la vocera, conductora y presidenta de la marcha en defensa del TIPNIS. Estuvo en la marcha desde el principio y fue una de sus más decididas impulsoras. Porque todos sabemos que la marcha partió a contracorriente y enfrentando desgaste, desinformación, injerencia del Gobierno y clientelismo en las organizaciones. Sólo esa información nos da una noción de que estamos frente a una mujer hecha de una pieza que tiene una solidez y una firmeza envidiables y peligrosas.
Verla con los ojos hundidos y cierto aire de tristeza explicar su vida frente a las cámaras una y otra vez, y persistir en la conducción de la marcha como depositaria de la confianza de los pueblos que la integran, es desgarrador. Del otro lado, ver a la señorona poderosa de siempre, a la presidenta de la Cámara de Diputados, una mujer que se ganó primero el puesto en la Constituyente, luego la diputación y hoy la presidencia de la Cámara de Diputados como quien se gana una lotería, sin formación ideológica y sobre todo sin trayectoria de lucha, ver exigirle que se retire porque no es interlocutora válida de tan pulcro poder estatal, provoca náuseas por el asco que produce la escena.
Una mujer políticamente tan servil que no es capaz de distinguir la figura de Berta Bejarano y de ofrecerle su respeto es aquella en manos de la cual dizque está la representación política de las mujeres. Que parecida me resultó Rebeca Delgado en esa escena a las mujeres tecnócratas de Sánchez de Lozada que acusaban a las cocaleras de la marcha de los 90 de narcotraficantes. ¿No era que todo lo hacían en nombre de la revolución? ¿Qué imagen más revolucionaria puede haber que una mujer que ha sido mula del narcotráfico se convierta en una luchadora social depositaria de la confianza de sus pueblos? ¿No quisiéramos lo mismo para cada una de las mujeres deprimidas que se están pudriendo en la cárcel de La Paz y de Cochabamba acusadas de narcotráfico? ¿No sería fabuloso que la justicia boliviana así como lo hizo la brasileña con Berta diferenciaran narcotráfico de pobreza y desesperacion? ¿No quisiéramos como parte de la revolución por la que luchamos que cada una de las chicas que están como mulas bolivianas en las cárceles de Europa entera se convirtieran en luchadoras sociales?
El movimiento cocalero nos enseñó muchas cosas cuando era un movimiento insurgente, desobediente y combativo. Nos enseñó que coca no es cocaína, que la persona que cultiva coca no es narcotraficante, que el consumidor de cocaína no es narcotraficante y que la “mula” que se traga píldoras de cocaína no es narcotraficante tampoco, sino una víctima. Nos enseñó que los gobiernos hipócritas tienen un 80% de mulas de droga en las cárceles por no perseguir, ni encarcelar a los narcotraficantes en realidad. Nos enseñó que ese fenómeno es producto de Ley 1008, que lo que hace es criminalizar la pobreza porque la mula que arriesga su vida por pasar droga en su estómago es una persona pobre, desesperada e ingenua.
Estamos hoy con Berta así como estuvimos con las cocaleras de los 90. Y así como denunciamos a las tecnócratas del viceministerio de Sánchez de Lozada por ser incapaces de entender la marcha de las cocaleras de ese tiempo, denunciamos a las masistas de hoy por haberse convertido en verdugas.
Han cambiado los actores, aquellas que fueron pobres hoy son todopoderosas, aquellas que tenían a las tecnócratas del neoliberalismo en su contra se las han comprado como funcionarias a su servicio. Ahora son ellas quienes niegan los escenarios de diálogo y criminalizan. La Berta Bejarano de hoy es la Leonilda Zurita de ayer. Defendiendo ayer a Leonilda no nos equivocamos, porque su lucha fue la misma que es hoy la de Berta la lucha contra el poder y por la justicia, y aunque la comparación parece una invitación al escepticismo, nos plantea un problema profundo y es que la condición de víctima no te convierte de por sí en portadora de cambio.
La víctima puede convertirse en verdugo como lo hacen hoy las mujeres del MAS, la posibilidad de un camino diferente exige mucho más que la simple reivindicación de derechos y exigencias, y no hay movimiento social masivo en Bolivia capaz de plasmarlo. Pasar de víctima a verduga no es cambiar la sociedad, sino simplemente cambiar tu papel en la sociedad. *María Galindo es miembro de Mujeres Creando y escribe la columna Desde la acera de enfrente.
Tomado de Página Siete, 19 de junio del 2012
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