Europa está al borde de la ruptura y las perspectivas de que haya un milagro en el Consejo Europeo que arranca mañana en Bruselas no son nada buenas. "Todo depende de Merkel y Merkel no cede", aseguraba ayer una fuente diplomática comunitaria. "Todos los frentes están abiertos y el Consejo será muy duro, una guerra entre Alemania y sus aliados contra España, Italia, Francia y los países pequeños que ya han sido rescatados", anticipaba un alto funcionario europeo.
El crisis del euro requiere una decisión política muy simple y, al mismo tiempo, muy difícil para Alemania: compartir los riesgos financieros del euro, sean del país que sean. "Merkel -según las fuentes consultadas por este diario- debe aceptar la responsabilidad de asumir una decisión que será impopular en Alemania pero que salvará la UE. En Bruselas debería aceptar un calendario para la unión bancaria y fiscal, un compromiso que luego, además, debería imponer al Bundestag. Esta es la clave. Merkel debe decidir cómo quiere pasar a la historia: como la canciller que sentó las bases de los Estados Unidos de Europa o como la que dejó caer el euro e inició un proceso de lenta desintegración".
Las reuniones que Merkel ha mantenido con sus socios europeos durante el último mes, desde el G-8 de Camp David y la cumbre de la OTAN en Chicago, al G-20 de México y la reunión del pasado viernes en Roma, han ido muy mal. Poco a poco, la canciller se ha visto aislada y este acorralamiento ha acentuado su crispación e intransigencia. Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, llegó a decirle en Los Cabos, en el marco del G-20, que si el FMI ha de poner más dinero para rescatar a Europa sería a costa de los fondos para los países pobres. A Alemania le crecerían, entonces, los enanos.
Merkel insiste a sus socios comunitarios de que está a favor de más Europa, pero que necesita tiempo para convencer a los liberales, con los que comparte el Gobierno, así como a la oposición socialdemócrata. Monti, Rajoy y Hollande recelan. Saben que, a pesar de la popularidad de la canciller, la coalición alemana no es tan fuerte y temen que los abandone a cambio de una mayor estabilidad interna. Entre el interés nacional alemán y el colectivo europeo, Merkel tiene las ideas muy claras y defiende que lo que es bueno para Alemania lo es también para Europa. A su lado, en Bruselas, con capacidad de veto, tendrá a Holanda, Eslovaquia, Luxemburgo, Finlandia, Austria, Eslovenia y Estonia.
La Moncloa acude a Bruselas consciente de que la bancarrota de España hunde al euro y de que el tiempo se le escurre de las manos. Los problemas de liquidez son tan acuciantes que no está claro que pueda llegar en condiciones a la gran subasta de deuda que tiene programada a mediados de julio.
El Eurogrupo presiona a Madrid para que no espere al MSE y solicite el dinero ya, a través de las herramientas que han utilizado Portugal, Irlanda y Grecia y que implican la intervención, un estigma que el Gobierno de Rajoy no podría sacudirse. De ahí, la espera en concretar la fórmula del rescate y la confianza de que Merkel anuncie en Bruselas lo que ya adelantó en privado en Roma: que aceptará un fondo de garantía para los depósitos bancarios y permitirá a España saldar la deuda de los acreedores privados antes que de los públicos, que tienen preferencia. De esta forma, las ofertas de deuda española serán más atractivas en los mercados financieros y aflojará la presión de los intereses.
Rajoy, que en un primer momento amarró el apoyo de la canciller Merkel con las reformas y los recortes presupuestarios, ha dejado luego que Obama, Monti y Hollande la presionaran para evitar lo peor. Monti y Hollande, que ahora juegan con Rajoy, no está claro, sin embargo, qué estrategia defenderán en Bruselas.
Al primer ministro italiano se le acaba la cuerda. Las elecciones en Italia están programadas para marzo del 2013 y hay rumores de que podrían adelantarse al próximo octubre. En todo caso, los actores habituales de la política italiana -Berlusconi, Veltroni y Fini- empezarán a atacarlo después del verano, cuando arranque la precampaña electoral. Monti, según afirman fuentes comunitarias, aspira a ocupar la presidencia de Italia, y para conseguirlo ha de mantener intacta su imagen. Es decir, no ha de aplicar las reformas que le exige Alemania -especialmente la laboral-, un paso que implicaría quemarse a lo bonzo. Si lo hace, su carrera política habrá concluido, aunque Italia estaría en la senda de las exigencias productivas que impone Alemania.
Hollande, por su parte, hizo campaña contra Merkel y en la Asamblea francesa hay un 70% de diputados en contra de las recetas de austeridad teutona. El presidente, además, puede vender como victorias el paquete de 130.000 millones de euros para programas de crecimiento que arrancó en la reunión de Roma, donde también logró luz verde a una tasa sobre las transacciones financieras. Ninguna de las dos medidas, sin embargo, se ha concretado. "A estas alturas son más humo que otra cosa -afirma uno de los expertos que estuvieron en la reunión-, pero le permiten salvar la cara y, hoy por hoy, no tiene que arriesgar más. Sabe que el Estado de bienestar francés es insostenible pero tiene el apoyo político suficiente para no hacer nada". Merkel, en consecuencia, no se fía de Hollande y anticipa una Italia inestable, un escenario con demasiadas incógnitas para asumir los riesgos financieros de salvar el euro. Europa, por todo ello, estaba ayer tarde más cerca de la fractura que del milagro.
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