Es común hoy escuchar o leer en discusiones sobre la crisis y el (des)orden global referencias a la relación entre tecnología y economía. Pero no se habla de qué tipo de economía. Se asume que hay una sola. En esas discusiones hay un tema que interesa explorar: la idea de que la “innovación” (palabra mágica) tecnológica para el desarrollo económico sustentable, y el empleo de energías renovables que eviten la polución y el envenenamiento de campos y agua en la agricultura y la minería, nos aseguran un futuro sano y próspero. El paraíso. Estamos presenciando la repetición y renovación de la retórica de la Modernidad que promete llegar al paraíso mediante la tecnología. La “tercera revolución industrial” la denomina Jeremy Rifkin, consejero de la Unión Europea. Para explicarla se apoya en cinco columnas (toda semejanza no es intencional): 1) el cambio en el uso de la energía no renovable por la energía renovable; 2) la transformación de cada continente en microplantas para recoger y almacenar energía renovable en cada lugar; 3) el despliegue de hidrógeno y otras tecnologías de almacenamiento a través de toda la infraestructura para almacenar energía intermitente; 4) el empleo de la tecnología de redes para transformar la matriz de poder energético en cada continente y poder así compartir energía intermatricialmente. “Compartir” energía funcionará como Internet: cuando millones de unidades generen pequeñas cantidades de energía en cada lugar, será posible vender el excedente a la matriz y compartir la electricidad con los continentes vecinos; 5) convertir la flota de transporte en vehículos eléctricos que pueden comprar y vender electricidad. Todo esto Rifkin lo anuncia como “un nuevo paradigma económico” que integra y armoniza. Es así que “la tercera Revolución Industrial” ofrece la esperanza –según él– de que podamos llegar a una era sostenible post-carbón para mediados de siglo.
Hay varios aspectos que merecen atención en esta propuesta. El primero y más urgente es su orientación económica: presupone la economía de acumulación. La economía de la que se trata es la economía que acumula, margina y controla. La estructura propuesta estará incrustada en una estructura matricial de poder, que la tecnología no cambiará. En segundo lugar, queda fuera de toda consideración que el horizonte social futuro sea poner la economía en primer plano y no las condiciones para vivir en plenitud y para la reproducción de la vida en y del planeta. En tercer lugar, la propuesta no menciona quién tendrá el control de la estructura matricial intercontinental que hace circular energía como información en Internet. En este caso, el almacenamiento e intercambio de energía será como el almacenamiento e intercambio de información. En cuarto lugar, la promesa y la esperanza hacia el futuro es una renovada retórica de la modernidad. No es, en realidad, un nuevo paradigma, sino el antiguo, renovado en su vocabulario y en sus tecnologías. Por lo tanto se trata de una propuesta que, al mismo tiempo, mantiene la lógica de la colonialidad y reorganiza las piezas del tablero sobre la base de: a) las necesidades energéticas de los países industriales; b) la crisis económica de los países industriales (la Unión Europea y los Estados Unidos); y c) la necesidad de controlar la innovación tecnológica para que China no vaya a la delantera.
Durante los años álgidos de la invasión a Irak y sus devastadoras consecuencias, asistí a una conferencia, en Duke University, dictada por una profesora de Stanford que era parte de un equipo cuyas investigaciones versaban sobre el caos y la necesidad de una organización democrática en Irak. La presentación en PowerPoint mostraba fórmulas lógico-matemáticas. Durante toda la conferencia no pude dejar de pensar cómo se había llegado a una situación en la que un grupo de académicos y académicas en Stanford proponían soluciones para la crisis interior de Irak provocada por la invasión apoyados en fórmulas lógico-matemáticas... La propuesta de Rifkin me hizo recordar aquella conferencia y me hizo volver a pensar en los malabares conceptuales y las ficciones que se construyen para mantener una creencia: la fe y la sacralización de las ideas de progreso y de-sarrollo que generan las crisis, y las ideas de progreso y desa-rrollo que se mantienen para resolver esas crisis. Lo alarmante es no sólo la incapacidad sino la falta de voluntad para aceptar que hay otras maneras de pensar y de vivir. Pero, en fin, ésa no es la tarea de Rifkin y los líderes de la Unión Europea, sino de la sociedad política global: de quienes viven/vivimos las consecuencias de castillos construidos en el aire, montados sobre metáforas que esconden consecuencias nefastas detrás de la esperanza.
* Profesor e investigador de Duke University (EE.UU.) y de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador).
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