Horacio Machado Aráoz
Los primeros meses de 2012 se abrieron en el Noroeste Argentino con la intensificación del crónico conflicto que atraviesa a nuestras sociedades por la instalación de megaproyectos de minería metalífera a gran escala. Los detonantes de este nuevo ciclo de resistencias populares fueron, otra vez, las arremetidas del poder gubernamental, que insisten en llevar adelante proyectos extractivos en contra de la voluntad de sus poblaciones.
Primero, el levantamiento del Pueblo de Famatina, amenazada por un nuevo contrato de exploración entre el gobierno de La Rioja con la canadiense Osisko Mining Co. Luego, los bloqueos selectivos que en distintos puntos de la ‘ruta minera’ cicatrizada en la provincia de Catamarca se levantaron con la intención de impedir el suministro de los insumos tóxicos a Minera Alumbrera, una empresa controlada por la gigante suiza Xstrata. Estos bloqueos fueron la modalidad de protesta adoptada ante el inicio de las exploraciones de Xstrata de un nuevo proyecto, Agua Rica, distante a 35 km de Alumbrera y que cuenta con una histórica y mayoritaria resistencia del pueblo de Andalgalá.
Tras más de veinte días de bloqueos, ante el escenario de paralización de las actividades de la transnacional Xstrata, el poder represivo del Estado no se hizo ‘esperar’: violento desajolo de los bloqueos en Santa María, Aimacha del Valle, Belén; aplicación de la ley anti-terrorista recientemente sancionada por el congreso de la Nación, bajo las instrucciones de Washington; y violenta represión de fuerzas especiales de la policía de Catamarca contra los pobladores de Tinogasta que mantenían la medida de protesta en la Ruta Nacional N° 60. Varones, mujeres, adultos, ancianos, niños, adolescentes, familias enteras, alrededor de un millar, de una localidad de 10000 habitantes, fueron indiscriminadamente blanco de balas de goma, gases lacrimógenos y bastonazos por parte del Grupo ‘Kuntur’ y la guardia de Infantería de la policía provincial.
Acá en el Norte argentino, tiene lugar el desarrollo de una escena que se replica trágica y monótonamente a lo largo de toda región mineralógica de NuestrAmérica: la violencia represiva del Estado usada en contra de sus propios ‘ciudadana/os’ para viabilizar el interés depredador del capital transnacional… Triste paisaje del colonialismo de nuestros días, donde la devastación ecológica se consuma con la expropiación política y la represión.
Acá en el Norte argentino, tiene lugar el desarrollo de una escena que se replica trágica y monótonamente a lo largo de toda región mineralógica de NuestrAmérica: la violencia represiva del Estado usada en contra de sus propios ‘ciudadana/os’ para viabilizar el interés depredador del capital transnacional… Triste paisaje del colonialismo de nuestros días, donde la devastación ecológica se consuma con la expropiación política y la represión.
En el breve lapso que se desarrollaron los bloqueos selectivos acá, en Catamarca, el ‘modelo minero’ transnacional se ‘cargó’ tres (nuevos) muertos en América Latina: Bernardo Méndez, en San José del Progreso (Oaxaca, México), Jerónimo Rodríguez Tugri y Francisco Miranda, del pueblo originario Ngöbé-Bugle (Panamá). En distintas circunstancias, fueron víctimas de los mismos intereses y factores de poder: Bernardo, asesinado por un grupo paramilitar comandado por el Presidente Municipal por intentar impedir la concesión de agua a la minera canadiense Fortuna Silver Mines Inc.; los hermanos del pueblo Ngöbe-Bugle, asesinados durante una represión ordenada por el presidente Martinelli a un bloqueo de la carretera Intercontinental en oposición a un proyecto minero en territorio de sus comunidades. A ellos, hay que sumar un largo centenar de heridos, y encima, judicializados.
Si también tuviéramos en cuenta la cantidad de personas que fueron reprimidas en Cajamarca (Perú) por oposición al proyecto Conga (de la empresa Yanacocha, contralada por la norteamericana Newmont), las víctimas se contarían por millares. Allí, en el norte del Perú -como Beder en La Rioja- Ollanta Humala hizo campaña diciendo proteger las cuatro lagunas altoandinas amenazadas por el proyecto minero y prometiendo decretar su inviabilidad. Ahora, siendo presidente, cambió su postura: “Conga se hace sí o sí”, dijo, y lanzó una fuerte escalada represiva que incluyó la militarización el dictado del estado de y la excepción y la militarización de la región.
Si también tuviéramos en cuenta la cantidad de personas que fueron reprimidas en Cajamarca (Perú) por oposición al proyecto Conga (de la empresa Yanacocha, contralada por la norteamericana Newmont), las víctimas se contarían por millares. Allí, en el norte del Perú -como Beder en La Rioja- Ollanta Humala hizo campaña diciendo proteger las cuatro lagunas altoandinas amenazadas por el proyecto minero y prometiendo decretar su inviabilidad. Ahora, siendo presidente, cambió su postura: “Conga se hace sí o sí”, dijo, y lanzó una fuerte escalada represiva que incluyó la militarización el dictado del estado de y la excepción y la militarización de la región.
No sólo acá, en ‘nuestro pueblito chico’, sino a lo largo de toda América Latina, la minería transnacional a gran escala genera resistencias populares, por los devastadores ‘impactos’ de su voraz metodología extractiva que implica la voladura de cerros enteros, la destrucción de acuíferos y ecosistemas, y el consumo descomunal de agua y energía. En toda América Latina, vemos también el mismo paisaje político: gobiernos e instituciones estatales, funcionando como ‘capataces’ de las transnacionales, usando la fuerza pública para reprimir las resistencias. Ganando elecciones con clientelismo o falsas promesas; luego, más allá de toda ideología, gobernando para las empresas. Lo hacen, dicen, para “combatir la pobreza”; para “fomentar el progreso”… “Es que es la única vía que tenemos para desarrollarnos”, afirman…
Desde que fue ‘descubierta’, NuestrAmérica nació ‘subdesarrollada’; se nos conquistó para ‘civilizarnos’, pues éramos una tierra de ‘bárbaros y salvajes’; desde que nos ‘independizamos’, las clases dirigentes y ‘patricias’ han gobernado ‘persiguiendo’ el “desarrollo”; han construido y destruido en nombre del desarrollo; han prosperado (ellos) y han empobrecido (a las mayorías); han dictado leyes y han matado en nombre del “desarrollo”… Cuanto más esfuerzos y recursos se invierten en pos de él, tanto más ‘subdesarrollados’ nos hacemos…
Es que el “desarrollo” es el nombre de la colonialidad, ese estado mental, afectivo y político en el que la dominación y la depredación de nuestras energías vitales, de nuestras riquezas y de nuestros sueños no precisa ya de fuerzas de ocupación extranjeras, ni de ‘virreinatos’; se administra más ‘económicamente’ (como quería Jeremy Bentham en su “Manual de Economía Política”, de fines del siglo XVIII). Los colonos son ‘celosos guardianes de nuestros intereses’, no implican ningún costo a las finanzas de la metrópoli y son incluso más decididamente violentos con su propio pueblo que los mismos (y onerosos) ejércitos de ocupación… Así, Bentham instaba a la corona británica a cesar en su política de imperialismo militarista; el libre comercio, las finanzas y los encantos de la inversión del capital podrían hacer todo mucho más barato y ‘más civilizadamente’…
En pleno siglo XXI, seguimos inmersos en ese viejo trauma colonial; sólo que ahora, tras más de cinco siglos de ‘desarrollismo voraz’, estamos llegando a un estadio definitorio de agotamiento del mundo. La crisis climática, la crisis energética mundial y la drástica reducción del stock de recursos no renovables (entre ellos, las fuentes de agua, los hidrocarburos y los minerales) plantean un escenario geopolítico para nada pacifista. La guerra, motor impulsor del ‘desarrollo’ de Occidente, está más extendida y diversificada que nunca. No hablamos sólo de las convencionales; los colonos ahorran esas ‘barbaridades’ a los centros de poder mundial; llevan adelante una cotidiana guerra de intensidad variable, que nos va ‘acostumbrando’ a niveles crecientes de violencia y (auto)destrucción… La ilusión desarrollista se acompaña cíclicamente de momentos de ‘auge’, donde la ‘plata dulce’ y el consumismo de las ‘novedades tecnológicas’ va anestesiando las sensibilidades colectivas sujetas-a-expropiación…
A la expropiación de nuestras fuentes de agua, de nuestra energía y recursos minerales, le sigue la expropiación política: la expropiación de derechos y la defraudación de la ‘voluntad popular’. Sistemáticamente vemos a los ‘partidos políticos’ ganar elecciones prometiendo defensa de las fuentes de agua, protección de derechos, y recurrentemente los vemos después defraudar esas ‘promesas’ en ‘nombre del desarrollo’… La oficialidad del poder asume el discurso de las empresas: es que las ‘inversiones’ son necesarias para ‘generar empleo’ y ‘activar’ la economía… Oponerse a las explotaciones es, en el lenguaje del poder, ‘fundamentalismo’… El extractivismo senil persigue a los pobladores tildándolos de ‘ecologistas ingenuos’; ‘oscurantistas’, ‘ignorantes’, ‘eco-terroristas’, hasta ‘aliados de los poderes del imperialismo’(?!!)…
La expropiación política se consuma en estas tierras donde el extractivismo es ‘política de estado’. Oficialistas y opositores terminan defendiendo la minería transnacional a gran escala como una ‘política de estado’. Pero entendamos bien, acá la expresión no alude a la existencia de un amplio consenso mayoritario y transparente, a un mandato de la voluntad popular que es respetado por todo el arco político-partidario; acá, la ‘minería como política de estado’ significa que en estos territorios gobiernan las grandes corporaciones transnacionales; que nada ni nadie puede ir contra sus intereses; que éstos, son ‘política de estado’.
Así, los gobiernos, más allá de sus diferentes adscripciones partidarias e ideológicas, terminan avalando la depredación y ejecutando la represión. Ganan elecciones prometiendo acabar con la represión y el saqueo, pero, más temprano que tarde, terminan reprimiendo…
La represión parece ser un acto reflejo, más cuando de defender los intereses de las ‘grandes empresas’ se trata… Es que, en contextos (neo)coloniales de depredación, la represión no es un exceso; es una ‘necesidad’. La violencia represiva del estado es el recurso último al que apela la oficialidad del poder. Dosis diversificadas y variables de asistencialismo, de resignación y de represión configuran la ‘ecuación de gobernabilidad’ del coloniaje administrado por ‘colonos’… Parece que Bentham tenía razón: esto es más eficaz y más barato que el colonialismo ‘a secas’… Lo que no calculó bien el filósofo londinense es el ‘costo’ de las rebeliones internas…
Afortunadamente -lo digo como deseo y por convicción-, tenemos alternativas… No tenemos por qué resignarnos a ser el ‘open pit’ y los ‘diques de colas’ para la industrialización de China, India y los países del Norte… Más que crear vías alternativas ‘de’ desarrollo, necesitamos y podemos crear alternativas ‘al’ desarrollo –otro desarrollo…
El ‘destino minero’ es un destino colonial. Pero lo que se pretende imponer como tal, no es una fatalidad. Podemos cambiarlo. Necesitamos hacerlo. Desde lo más profundo de NuestrAmérica, la resistencia histórica al colonialismo re-surge con renovada fuerza… Los ‘nuevos salvajes’ que se oponen al ‘progreso’ crecen día a día en comunidades campesinas, pueblos originarios, asambleas de vecinxs, movimientos de estudiantes y trabajadores… Imaginando, soñando y construyendo un nuevo futuro… Un futuro radicalmente otro...
- Horacio Machado Aráoz, Catamarca, Argentina.
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